Publicado: febrero 18, 2025, 1:07 am
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Hace tiempo que pedir una gran coalición PP-PSOE en España se convirtió en un ejercicio de melancolía. Incluso es posible que quienes defendemos esta posibilidad hayamos cruzado la línea que separa al convencido del pelmazo. No es una reivindicación enteramente inútil, puesto que siempre conviene recordar que la situación actual de nuestro país no era inevitable. Sobre todo, cuando la crisis de 2017 permitió trazar un perímetro entre los partidos que aceptaban el marco constitucional, y aquellos que buscaban derribarlo. No era descabellado entonces ver la aplicación del 155 como el principio de una nueva etapa, en vez de como el efímero paréntesis que terminó siendo. Esa sensación de oportunidad perdida agrava la tristeza del grancoalicionista: si el tabú de un gobierno PSOE-PP no se rompió entonces, ¿cuándo lo hará?
Las negociaciones para poner fin a la guerra de Ucrania y el «shock de Múnich» dan ocasión para, al menos, volver a plantear el tema. Ha quedado claro que EE.UU. está dispuesto a hacer cesiones al proyecto imperial/criminal ruso, alentando así futuras agresiones por parte de Putin. Y también está claro que no se puede contar automáticamente con que los norteamericanos defiendan a Europa -ni siquiera al resto de países de la OTAN- frente a un hipotético ataque ruso.
Podemos dedicar mucho tiempo a descalificar la actitud estadounidense, y también a lamentar la falta de preparación de nuestras élites. El caso es que el camino parece claro: los europeos deben hacerse cargo de su propia seguridad, ya sea enviando fuerzas a Ucrania o -sobre todo- aumentando el gasto en defensa. Y también parece claro que España solo podría participar en este proceso si se produjera un acuerdo entre los dos grandes partidos. Ya no se trata solo de alcanzar una mayoría suficiente para afrontar grandes reformas, como suelen decir -a menudo con un exceso de vaguedad- los partidarios de la gran coalición. Es que ni Sumar ni Podemos votarían a favor de una subida del gasto militar, sobre todo si fuera a costa de recortes en otras áreas; y podemos imaginar la reacción de Bildu y ERC ante un posible refuerzo de las capacidades del Ejército español. Vox, por su parte, tampoco parece dispuesto a apoyar una política de defensa centrada en las fronteras orientales de Europa en vez de en el Estrecho; menos aún si implica a las instituciones comunitarias o a algún otro nivel de las «élites globalistas».
Siendo esto así, un PP audaz ofrecería sus votos a Sánchez para aprobar unos presupuestos que aumentaran el gasto en defensa. Y lo haría sabiendo que esto no es solo lo correcto, dado el momento en el que nos encontramos, sino también una oferta que resquebrajaría aún más la coalición sanchista. Aunque la responsabilidad de plantear este tipo de acuerdos sigue recayendo en el presidente del Gobierno, que al fin y al cabo es quien acude a conferencias como la de París y quien debe articular nuestra postura ante el escenario abierto por Putin y Trump. Sánchez cultiva desde hace años la imagen de líder al que le importa el plano internacional: la mejor manera de demostrarlo, en este momento, sería dar un giro a su política de alianzas y buscar el apoyo de Feijóo. ¿Desaprovechará esta nueva oportunidad de hacer lo correcto? No pasa nada; la melancolía ya la teníamos.