Publicado: mayo 11, 2025, 1:07 am

Jean Mirabeau Ngoho y Siaka Coulibalyal, los dos africanos cuya pista se perdió en un nave industrial de Librilla (Murcia) en diciembre, estaban enterrados en un agujero destinado a tirar el aceite en desuso y quien los mató los roció con corrosivos. Dar con su paradero -todo apunta a que son ellos a falta de que la autopsia lo confirme- no ha sido fácil para la Guardia Civil, y mucho menos poder extraer los restos de ambos de la fosa de la empresa Porkytrans, tal como explican a este periódico fuentes de la investigación policial.
Los agentes han tardado dos días en poder acceder a ellos dada la profundidad del hueco y el lugar tremendamente escondido en el que se ubicaba. Las mismas fuentes revelan que sobre los cadáveres había cal viva y sosa cáustica, con lo que los forenses deberán identificarlos por el ADN. «Están muy deteriorados», indican. Jean Mirabeau Ngoho y Siaka Coulibalyal desaparecieron el pasado 14 de diciembre tras una reunión en las instalaciones de la empresa murciana, en concurso de acreedores desde hace siete años.
Los dos hombres tenían antecedentes por estafa por el conocido timo de los billetes tintados -consiste en engañar a la víctima para hacerle creer que mediante el lavado de unas cartulinas blancas del tamaño de los billetes, y utilizando unos productos químicos y unos procesos casi mágicos, se pueden obtener billetes legítimos-. Ese día habían quedado con responsables de la compañía. Tras meses de investigación, la Guardia Civil detuvo hace unos días al encargado de la empresa y a otro hombre. Todavía no habían aparecido los cadáveres pero el juez les envió a prisión ante la cantidad de indicios acumulados en su contra. Ninguno de ellos declaró en la Comandancia de la Guardia Civil de Murcia ni en el juzgado.
Las pesquisas partieron de la denuncia de la pareja de uno de los hombres. Aseguraba que no sabía nada de él desde el día en el que había estado en Librilla. Arrancaron las diligencias bajo la batuta de la Policía Judicial de la Comandancia.
Desde el primer momento, los agentes sospecharon de que ambos hombres podrían estar muertos y sobre esa hipótesis construyeron su trabajo. Cuando las sospechas casi rozaron las certezas se movilizaron unidades de Madrid que se desplazaron hasta Librilla. Llegaron los buzos del Grupo de Actividades Subacuáticas (GEAS), quienes revisaban las balsas y también los agentes adscritos a la Unidad de Subsuelo, que hacía lo propio con los pozos y fosas sépticas. También fue necesario el uso de un georradar así como perros especializados en la búsqueda de restos biológicos.
A última hora del pasado jueves, los investigadores dieron con la fosa. Estaba en un lugar oculto. En una primera inspección, comprendieron que iba a ser imposible extraer los restos. De hecho, se necesitaron dos días para hacerlo. Fue ayer cuando lograron dar con el último, e imprescindible eslabón, que permitía cerrar la investigación del Instituto Armado. El motivo por el que los encarcelados pudieron acabar con la vida de los hombres con los que habían quedado se desconoce aunque las primeras hipótesis apuntan a que quizá se sintieron amenazados.
Tampoco se descarta que se produjera una pelea entre las cuatro personas que se citaron en la nave de Librilla, ubicada en un gran polígono industrial.