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El símbolo de la tragedia de la dana: Sofía y Bajix, sin madre y sin hermana, sólo el abuelo se quiso hacer cargo en una aldea remota

Antonio Tarazona y Lourdes María García Martín, con la pequeña Angelina, de 3 meses. E. M.. La búsqueda desesperada de Lourdes y su bebé: "Me llamó subida al techo del coche y me pidió que cuidara de sus otros dos hijos" Llamó anoche desde el techo del vehículo pidiendo ayuda. "Me dijo que iba a resistir todo lo que pudiera". Estaba con su marido, que fue arrastrado por la riada al salir y ha sido rescatado

Publicado: octubre 29, 2025, 11:07 am

«El día 29 a las casi 14.00 horas en Venezuela [sobre las 20.00 en España] recibimos una videollamada por whatsApp de mi nieta Sofía. Ella tenía 10 años entonces. Se encontraba muy asustada porque estaba entrando agua en la parte de abajo de la casa; el garaje ya estaba cubierto y subía el agua a la primera planta. Ellos [Sofía y su hermano Bajix] estaban solos en casa porque la mamá había salido con su esposo y la bebé. Obviamente le dijimos a los niños: ‘No bajen, quédense arriba’. Los dejé hablando con Clairel [su pareja] y yo por otro teléfono llamando a mi hija Lourdes, la mamá de ellos. ‘¿Qué pasa, Lourdes?’. Lo que escuché ya fueron gritos de desesperación –‘¡¡el agua, el agua!!’– y se cortó la llamada. A los dos minutos recibí un mensaje en el teléfono en el que se lee: ‘Te amo, papá‘. Eso fue lo último». [Llantos].

Un año después, los dos hijos de Lourdes juegan con los chorros de agua que caen al pilón de la fuente, de espaldas al abuelo, Robert Mateo, de 62 años, quien posa en primer plano para la cámara. Antes de que los niños regresaran del colegio, nos ha dejado las palabras con las que arranca este reportaje, el doloroso relato de cómo el tsunami de la dana también alcanzó de repente su casa en Barquisímetro (Venezuela), a 7.500 kilómetros de Valencia, 14 horas de vuelo directo si eso fuera posible.

Desde uno de los bancos de madera que hay al lado de la fuente observan la sesión fotográfica un señor mayor y un gato de pelaje muy claro al que llaman el Rubio. Pese a que en un sitio tan pequeño y recóndito no deben de pasar grandes cosas ni el hombre ni el animal muestran curiosidad alguna por quiénes somos ni por qué retratamos a los nuevos vecinos.

Estamos en la aldea Las Eras, donde viven un centenar de los 700 habitantes que tiene Alpuente, el municipio valenciano al que pertenece este puñado de casas. En el mapa de la provincia hay que buscarlo en la esquina de arriba a la izquierda, ya casi en Teruel.

Poco tiene que ver el paisaje que nos rodea con la postal típica valenciana. Hemos llegado con el estómago revuelto por la retorcida carretera que serpentea por el pantano de Benagéber y gatea luego el alto de Mataparda y otros montes. Se lee en wikipedia que en el término municipal de Alpuente, al sur de la sierra de Javalambre, se conservan muchas huellas de dinosaurios y que sus gentes viven de la vid, los almendros, el cereal y la ganadería.

Hasta aquí han venido a recalar Sofía, de 11 años, y Bajix Yousef, de 13, los niños que aquella tarde/noche pedían ayuda al abuelo en Venezuela desde la calle Sant Roc de Paiporta mientras su madre abrazaba a su bebé y luchaba contra la corriente subida al capó del coche.

En la fotografía que la familia distribuyó en las pocas horas en las que albergaron esperanzas de volverlas a ver sonríen Lourdes, de 34 años, Angelina, de tres meses, y también el marido, Antonio, de 60 años hoy, quien viajaba con ellas. «Una corriente infernal», contó entonces él, lo arrastró lejos del vehículo, pero logró agarrarse a un hierro y salvarse. «Qué lástima y que impotencia», escribía un lector en los comentarios a la noticia en la que informábamos, un día después, del hallazgo de sus cuerpos.

Los rostros de Lourdes y Angelina fueron los primeros que mostró el desastre; ellas hicieron tomar conciencia de la dimensión de la tragedia humana que se avecinaba.

-¿Puede situarnos un poco en qué hacía Lourdes en Valencia? ¿Cuándo y por qué se marchó de Venezuela?

-Lourdes llegó a España a comienzo de 2019 por problemas allá, -comienza Robert Mateo a trazar la semblanza de su única hija-. La tuve que mandar porque había un sicariato en contra de ella. Allá en Venezuela cuando uno anda bien vestido ya es secuestrable. Ella culminó los estudios de Ingeniería Industrial, se casó pero se divorció del padre de los chicos. Se vino a Madrid con unos primos y allá, en 2021, conoció a su esposo, que era originario de Paiporta. Se casaron en 2022, pero no pudimos venir a la boda.

-¿Y la madre de Lourdes?

-La madre murió en pandemia, en 2021, de Covid. Lourdes estaba ya en España. Se llamaba Rosario. Murió el 22 de noviembre de 2021, un día antes del cumpleaños de Lourdes.

-¿Sus hijos no vinieron a España con ella? Los chicos se quedaron con nosotros en Venezuela. Los recién casados no querían niños; el esposo de Lourdes no quería niños. Logré traerlos el 15 de julio del 24 [tres meses y medio antes de la dana]. Tres días después, el 18 de julio, nace la bebé.

Lourdes y su hija Angelina con el marido y padre, Antonio.

Lourdes y su hija Angelina con el marido y padre, Antonio.

Robert dejó a Sofía y a Bajix acomodándose al nuevo hogar en Paiporta, felices por el reencuentro con su madre, y continuó con su vida en Venezuela. Hasta que recibió aquella angustiosa videollamada de Sofía. Tres días después, el 1 de noviembre, cogía un vuelo para España sabiendo ya que su hija y su nieta habían sido halladas muertas.

«Imagínese cómo venía yo. Llegué a Valencia el día 2 por la tarde. Mis nietos estaban en la localidad de Campanar, con una amiga de Lourdes. ‘Hola, hola, llegaste’. Estaban aún en estado de shock, no reaccionaban. Desde las ventanas, solitos en casa ellos, vieron los cádaveres pasar arrastrados por el agua. Les dio hasta fiebre de lo que vivieron. Yo los encontré como robots».

Conmocionados, huérfanos, sin arraigo en España. ¿Qué iba a ser de Sofía y Bajix? ¿Quién se haría cargo de ellos? «El padre, que está en EEUU, asilado desde el año 2020, no se ha entendido mucho con los niños y los llama muy eventualmente. Y el esposo de Lourdes, Antonio, que está muy bien situado económicamente, tampoco ha querido implicarse. Legalmente a él no le corresponde», dice Robert. Con los abuelos paternos igualmente desentendidos, sólo quedaba él.

La petición fue lanzada en la plataforma para recaudar fondos Gofundme el 4 de noviembre, seis días después de la riada: «Me dirijo a ustedes en una situación de extrema urgencia y necesidad en representación de mis dos nietos, de 10 y 12 años, quienes atraviesan un momento de vulnerabilidad muy grave. […] Estamos buscando obtener una vivienda y el apoyo que estos niños necesitan para continuar su vida aquí, sin tener que regresar a Venezuela, donde las condiciones no son seguras ni adecuadas para ellos. Mi prioridad es darles un lugar seguro y estabilidad, en España. Nuestro nuevo país«, escribía Robert Mateo García Sosa, quien solicitaba 16.000 euros. En poco más de dos meses los reunió.

Recibió muchas más muestras de generosidad, algunas mayúsculas. «Se comunica conmigo el licenciado [en Venezuela se usa como tratamiento de respeto a las personas con título universitario] Pau Ventura Álvarez y me dice que me paga el alquiler de un piso para vivir un año. Y la licenciada Andrea, del escritorio [despacho] jurídico Sánchez y abogados se ofrece para hacerme todas las cuestiones de leyes, porque yo soy hijo de español pero nunca opté por la nacionalidad. Lourdes la tenía otorgada pero no le dio tiempo a recogerla. Mi padre era de Lorca (Murcia); se marchó a Venezuela en 1954″.

No le fue fácil a Robert encontrar una vivienda en alquiler en Valencia. Después de todo, no era más que un sin papeles con dos menores. Ni contando cómo los había golpeado la dana se sensibilizaban los propietarios. ‘Un apartamento de una habitación y media y del que no dejaban de salir bichos de la nada'», describe el lugar que encontraron.

-¿Cómo han acabado aquí, en Las Eras?

-Nos contactó la licenciada Angélica Such [Directora general de Familia, Infancia y Adolescencia y Reto Demográfico de la Generalitat]. Clairel [su actual pareja, también venezolana] y yo ya habíamos mirado lo de repoblar, porque la vida es más tranquila. Nosotros somos hogareños, no rumberos. Y Such tiene que ver con el reto demográfico. ‘Licenciada, ¿qué posibilidades hay de un pueblo para nosotros?’. Ella se puso en contacto con la alcaldesa de Alpuente y el señor Blas, bella persona, nos alquilo este piso -cuenta Robert sentado en el salón, en la primera de las tres con las que cuenta la vivienda.

Alpuente les convenció porque no son «rumberos» y porque les pareció un lugar más idóneo para Bajix, el nieto mayor. «Él es asperger, pero de alto rendimiento, y en Valencia había cierto rechazo en el colegio aunque los profesores estaban pendientes de que no hubiera bullying. Aquí estamos mucho más tranquilos», dice Robert.

A favor de la vida rural había un tercer punto nada despreciable: el económico. El aquiler en Las Eras les cuesta 400 euros al mes -menos de la mitad que en Valencia-, cantidad que pueden costear con los 1.100 euros de la renta valenciana de inclusión que reciben mensualmente.

Antonio les entregó además a Sofía y Bajix 36.000 euros, la mitad de los 72.000 euros que se ha concedido a los familiares de los fallecidos en la dana. La otra mitad, así como los 72.000 euros por la muerte del bebé Angelina, fueron para el empresario.

«La principal ayuda que hemos recibido es gracias al corazón del pueblo español», concluye agradecido Robert, quien trató de devolver al menos un poco de lo que le dieron. «Estuve como voluntario. Aprendí la fontanería española ayudando a reconstruir viviendas en Paiporta con un grupo de pilotos de Ryanair que me integraron. Estuvimos tres o cuatro meses».

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