Publicado: agosto 21, 2025, 6:07 am
Viernes 1 de agosto. 23.30 horas. Marcos Pérez acaba de llegar desde Barcelona para pasar las vacaciones en su casa natal, en la aldea de Terroso, en el municipio ourensano de Vilardevós. Se dispone a meterse en la cama para recuperarse del largo viaje cuando su hermano le interrumpe el sueño y comienza una de las noches más largas que recuerda. Ha empezado a arder al lado de la vivienda familiar. Saca la manguera y empieza a regar. Lo que vendrán serán horas de infierno. Llamadas a emergencias, unión vecinal y, como resultado, el paisaje negro hasta donde alcanza la vista.
Puede resultar extraño hablar de suerte cuando el fuego roza las casas y arrasa pastos, plantaciones y todo el terreno forestal que rodea el pueblo, pero Marcos se sabe afortunado. Al pie de la casa familiar comenzó el primer gran incendio del verano en Galicia. Con él, se inició la ola incendiaria que ya supera las 70.000 hectáreas y acumula veinte días con la comunidad en vilo. Entonces no había empezado a arder Castilla y León, faltaban días para que las llamas llegasen a Extremadura y Marcos se siente con fortuna porque, en aquella situación todavía de calma, un operativo de extinción tomó Vilardevós, UME incluida.
«Tuvimos la suerte, entre comillas, de ser los primeros; estaban todos los medios libres, no había más incendios. Entonces, vino un despliegue impresionante y se combatió muy rápido, la verdad», reflexiona, mientras ayuda a su madre a recoger la leña que le dará calor todo el invierno. Afortunados, pero también asustados. «Lo vimos con mucho miedo, porque ya no es la primera vez que esto arde así y ya sabemos lo que pasa». Y es que en Terroso el fuego llegó a convertirse años atrás en costumbre por la acción de un vecino incendiario.
Detención del pirómano reincidente que provocó el incendio de Terroso (Ourense).GUARDIA CIVIL
Poco sabían aquel día que estaban presenciando las llamas que abrirían la ola de incendios de este verano en Galicia y que el origen estaba en ese viejo conocido, E.F.A., un vecino de Terroso que a sus 47 años acaba de ingresar en prisión como autor del incendio que dejó la casa de Marcos al pie de las llamas, mantuvo durante dos días el municipio en nivel 2 por su proximidad a núcleos de población y no logró extinguirse al 100% hasta una semana después. Quemó 578,7 hectáreas.
Ese 1 de agosto que todo empezaba, los vecinos de Terroso revivían su pesadilla sin saber que el protagonista sería el mismo. Años atrás, le atribuyeron varios pequeños fuegos que sembraron el pánico entre los residentes. En 2017, el Juzgado de lo Penal número 2 de Ourense le condenó, en una sentencia revisada en 2018 por la Audiencia Provincial, por un delito continuado de daños por incendio. Le impusieron dos años y medio de prisión y cuatro años de destierro de su aldea. Cumplió la condena y regresó, pero creían que había aprendido la lección.
Apenas un par de horas antes de confirmarse su detención, Marcos y su madre, Felisa González, recordaban aquellos años de terror. «Ardió bastante en este pueblo porque aquí tuvimos un pirómano que ya fue condenado y plantaba cada dos por tres». Hablaban en pasado. Pero ahora, el Tribunal de Instancia número 1 de Verín ha decretado de nuevo su ingreso en prisión provisional, comunicada y sin fianza investigado por un delito de incendio forestal.
La Guardia Civil le detuvo en su propia casa de esta aldea en la que todavía huele a humo y tiene restos de cenizas en suspensión y, aunque ante la jueza se acogió a su derecho a no declarar, acabó de nuevo en prisión por «riesgo de reiteración delictiva y de fuga». La magistrada tuvo en cuenta sus «circunstancias personales».
Marcos Pérez, en su casa de Vilardevós (Ourense).
Este regreso del vecino incendiario supuso revivir épocas que Lorena González creía superadas. «Llevábamos años sin arder y fue en plan: otra vez volvemos a la misma», recuerda que pensó aquella noche. Esta joven vecina de Terroso se acerca al punto en el que el fuego se acercó más a las casas, la vivienda de Felisa, y externaliza el sentimiento de la mayoría de residentes -apenas un centenar en invierno, aunque la población se multiplica en verano-: «Nos sentimos decepcionados porque volvíamos otra vez a la misma, que volvía a arder». Y relata una noche de «desmadre», de vecinos defendiendo las casas hasta la llegada del dispositivo de extinción.
El de Terroso fue el primero de los grandes fuegos y, como buena parte de los que estaban por llegar, fueron provocados. De hecho, la Policía Nacional y la Guardia Civil han detenido ya desde el mes de julio a 11 personas y mantienen como investigadas a otras 22 por provocar fuegos en distintas localidades. Manos incendiarias que, en el caso de Terroso, ya se veían claras desde el principio al detectarse tres focos de inicio de las llamas.
Abrió la ola de incendios en Galicia y 20 días en los que no ha parado de arder en este término municipal. Aunque las llamas iniciadas en Terroso se dieron por extinguidas el día 8, con el paso de las jornadas fueron surgiendo nuevos focos en otros puntos. El martes 19 la Xunta daba por estabilizado uno iniciado en la parroquia de Vilar de Cervos el miércoles 13 y que carbonizó alrededor de 900 hectáreas; y sigue en curso otro más iniciado el día 11 en Moialde. Aunque se había considerado controlado, volvió a reavivarse el jueves 14 y sigue activo con 500 hectáreas arrasadas.
Ahí, en Moialde, lleva sin dormir desde el día 11 Leonor Nicolini. Nada más levantarse, se sienta en un muro de piedra en el exterior de su casa, a la entrada del pueblo, con sus hijas en una hamaca próxima, dos garrafas de agua listas para utilizar y un paisaje de contrastes alrededor. Frente a la puerta principal, una extensión reducida a cenizas hasta que alcanza la vista. En la parte posterior, todo verde y el punto de origen de su inquietud.
Leonor González y su hija Alicia, vecinas de Moialde.
«Este lado se ve verde y tenemos pánico a que esto salga ardiendo aquí», señala, con una mirada en las garrafas de agua y otra en un coche que se aproxima. «Cada vez que para ahí un coche, se me acelera el corazón, pienso que viene a avisar de otro incendio». Es el resultado de los ya incontables avisos de fuego que ha recibido desde que el día 1 supo que había empezado a arder Terroso. Duerme sentada en una silla, con un ojo abierto y el otro cerrado, y haciendo «turnos» con su hija mayor, Sara, para estar siempre una pendiente, de tal forma que lleva semanas sin descansar «más de tres horas seguidas».
Su hija pequeña, Alicia Domínguez, a su lado, cabecea afirmativamente a cada una de sus impresiones. «Lo pasamos muy mal reconoce», al tiempo que reproduce un audio de WhatsApp que envió el día 11 de agosto a su madre -«por favor, pedid ayuda, que no llega»-. Están en el mismo municipio, pero el fuego llegó a Moialde, a diferencia de Terroso, con la ola de incendios en su momento álgido: «No teníamos medios para apagar».
Relatan situaciones que «te desgarran el alma», como cuando las llamas cercaron la casa de su vecino de enfrente y solo se salvó porque «la rodearon con espuma» o llamadas desgarradoras al teléfono gratuito de atención al fuego 085: «Lo único que nos decían eran: ya sabemos». Y nadie les enviaba refuerzos. Llegó un momento en el que «ya no había dónde apañar agua» y solo se tenían a sí mismos, un brigadista, un agente forestal y una motobomba.
Mientras siguen con un ojo alerta por si prende por la otra esquina de la aldea, se acuerdan de dos de sus «héroes», Marián, una agente forestal de excedencia que se incorporó a trabajar, y un chico al que conocen como ‘Sevilla’, que se quemó durante las tareas de extinción en Moialde junto a dos bomberos, pero «no fue al hospital. Siguió apagando».