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El PP entra en el siglo salvaje

Publicado: octubre 3, 2025, 4:07 am

Vox entró en el pasado mes de junio en un círculo virtuoso. El Gobierno pisó el acelerador de la polarización para sacar a su electorado de la depresión y el Partido Popular dilapidó el arreón demoscópico del caso Ábalos con su habitual retórica contemplativa y una pasmosa falta de competencia ante un desastre natural. Y van dos.

La llegada de Alberto Núñez Feijóo a la dirección de Génova hace ya unos años puso calma en la organización, pero trajo aparejada un grave defecto de fábrica. Se basaba en creer que el PP puede seguir siendo una aspiradora de votos más eficaz cuanto más inmóvil permanece. Esa quietud de la que se alimentó Mariano Rajoy hoy sólo nutre a Vox porque no gestiona nada.

Querer ganar en el siglo XXI con estrategias del siglo XX (y líderes del siglo XX) es complicado porque ni la institucionalidad ni la estabilidad ni los consensos remuneran, y además éstos se han movido de sitio. En este ciclo avanzan, aquí y fuera, los partidos que plantean posicionamientos claros y transformaciones sociales, aunque sea por la vía equivocada. Feijóo se ha puesto a ello.

El PP ya no sólo habla de bajadas de impuestos (¿a las mascotas, de verdad?) y reducciones del gasto público, sino que ha metido el pie en el charco de la inmigración. La propuesta que vincula a la población musulmana con la delincuencia puede parecer una improvisación para achicar el espacio a Vox, pero los centros de pensamiento del partido, muy influidos por las derechas europeas, la vienen poniendo sobre la mesa desde hace años. Lo malo es que está fundamentada en clasificar a las personas según origen y credo. Nada puede ser más expresivo de esto que el carné por puntos, al que pueden llamar moros no.

Una iniciativa tan propia de Junts y de Vox es absolutamente ajena a la tradición de la democracia cristiana (sí, cristiana), aunque rabiosamente actual. Va con el signo de los malos tiempos de las democracias occidentales. El PP ha asomado la cabeza en la política del siglo XXI, la del populismo, por la ventana de la discriminación.

Su propuesta es más xenófoba de lo que son sus líderes, de ahí que les cueste tantísimo explicarla y defenderla. Pero, para bien o para mal, le acerca a los códigos de unos contendientes que, con cada vez mayor nitidez, se sustancian en declarar la guerra a un enemigo interno.

Hace años que Pedro Sánchez transformó el PSOE, una formación federal y deliberativa, en el partido vertical de un líder carismático que ha exterminado el debate interno y que ejerce el poder con las maneras de la izquierda antisistema latinoamericana, aunque con las limitaciones que impone ser un estado de derecho europeo. Alentar un tumulto contra la Vuelta y enviar a la Policía a sofocarlo está a su altura la de Kirchner y pocos más. Sánchez es el pueblo y la porra a la vez. La vaina iba sobre Israel, pero vale lo mismo para Ayuso o la ultraderecha mundial.

Vox es la sucursal de Trump en Chamartín, y Trump ha convocado a 800 generales para instruirles en la lucha contra la izquierda woke. Al PP le queda mucho trecho para llegar al nivel del PSOE o de Vox, pero, ojo, que el populismo es como el rascarse. Todo es empezar. Un día señalas a los inmigrantes y al siguiente les dices a las españolas qué les pasa si abortan. No pase que sean tontas.

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