Publicado: mayo 12, 2025, 8:07 am

Mientras Sánchez encomendaba a Ábalos meter en vereda a los barones díscolos, la trama de corrupción por la que está siendo investigado el ex ministro se dedicaba a colocar las mascarillas sospechosas a los presidentes autonómicos. Un día cualquiera de aquel 2020 en el que morían cientos de personas cada día de Covid, un dirigente del PSOE podía recibir la llamada de Ábalos por la mañana para que «deje de tocar los cojones» y el mensaje de Koldo por la tarde indicándole que comprara a la empresa de un tal Aldama.
En el entrecomillado cerril va el ejemplo: el mensaje iba dedicado a Page y Castilla-La Mancha es una de las comunidades socialistas a las que Koldo asegura haber ofrecido las mascarillas, llamada personal mediante. El material de Aldama terminó con seguridad en las Baleares de Francina Armengol, nombrada después por Sánchez presidenta del Congreso, y en las Canarias de Ángel Víctor Torres, nombrado después por Sánchez ministro de territorios.
El poder que tuvo Ábalos en el Gobierno y en el PSOE es el punto central de este escándalo. Siempre lo es en los casos de corrupción. Era el hombre del presidente, con el que compartía ideas, estrategias de campaña y mamporros a los rivales, pero también enlaces de redes sociales, emoticonos, chanzas y risas. La persona a la que Sánchez encargaba «hablar con nuestros presidentes para ir todos en línea», a la que ordenaba «seguir marcando» a los que no se plegaban y a la que pedía nombres para dirigir federaciones moribundas. El hombre, en fin, que tenía que «llamar al petardo este», fuera quien fuera el petardo en ese momento.
Era también la persona a la que dedicaba un sonoro «abrazo» y un cariñoso «siempre he valorado mucho tu amistad». Lo hacía en julio de 2023, tras las elecciones generales. Sánchez estaba exultante, había evitado la derrota total, tenía opciones de gobernar si se volvía a traicionar a sí mismo y amnistiaba a Puigdemont, y se permite ese gesto de afecto a su viejo lugarteniente. El primero de los tres mosqueteros de las primarias, aquel trío inolvidable que completaban Santos Cerdán y Koldo. Su fiel hacedor de mociones de censura y mayorías parlamentarias. Lo acababa de recuperar como diputado tras dos años en el desierto. Y, como sabemos, ya estaba siendo investigado. «Mi solidaridad ante los infundios», le había escrito Sánchez unos meses antes.
Que Adriana Lastra, entonces número dos oficial en el PSOE, estaba por debajo en el escalafón queda claro cuando Sánchez le dice a Ábalos «que Adriana no haga nada» cuando están intentando tomar el control de la federación andaluza. El ejecutor de los deseos del líder era él.
Hay episodios importantes en los mensajes que hemos reproducido los dos últimos días. Por ejemplo, que el momento de máxima tensión con los barones sea el pacto con Otegi para los Presupuestos, es decir, para la gobernabilidad. La frase de Sánchez es definitoria: «No entiendo por qué vivimos como derrotas lo que son auténticas victorias». En 2020 ya tenía claro el camino hacia el frente popular que hoy lidera. Blanquear a Bildu y sumarlo al bloque era un éxito y los escrúpulos de un partido con tantos muertos y sufrimiento por el terrorismo eran para él una cosa «impresentable». Visto ahora, fue el momento trascendental del sanchismo: el pacto con Bildu era la tabula rasa que convertía en nada los posteriores indultos, amnistía y lo que venga.
Resulta fascinante también ver la influencia que un Ábalos apartado desde hacía dos años mantenía sobre Sánchez, cuando en abril de 2023 le planteaba «la idea de socializar el esfuerzo y el éxito» porque «apelar al esfuerzo y capacidad de los españoles para superar cualquier reto supone una conexión emocional muy poderosa» y «debemos dejar en la memoria un relato épico de esfuerzo y grandeza». Sánchez le respondía: «Esta idea es un gran hallazgo. Así lo haré». Y tanto: ahora es precepto básico de su política y si, por ejemplo, ocurre un apagón insólito lo primero es felicitar a los españoles por portarse bien.
No menos impresionante es la conversación del 31 de julio de 2023, cuando Ábalos le comenta una vía de posible negociación con Puigdemont a través de Ramón Tremosa y Josep Lluís Alay. Han pasado ocho días desde las elecciones y Sánchez le responde que «toda ayuda es siempre buena». Esto, la alianza con Puigdemont, es el presente del Gobierno y el PSOE. Y Ábalos, pese a todo, también.