Publicado: julio 24, 2025, 1:07 am
– ¿Y el niño? ¿Dónde está en niño? -preguntan las psicólogas del Punto de Encuentro Familiar.
– ¿El niño? Ah, no sabemos -responde Paqui Granados-, venía detrás de nosotras, se habrá quedado ahí, atrapado entre la prensa…
Y Granados y Juana Rivas, que acaban de entrar por la puerta, dejan anonadadas a las trabajadoras del centro. Daniel Arcuri, mientras, todavía estará unos 10 minutos más gritando ante los periodistas, que le acribillan a ‘flashes’, que no quiere irse con su padre a Italia: «¡Me va a matar!».
– Pero el menor debe entrar dentro de las dependencias para que las profesionales trabajemos con él -reponen las psicólogas, con un punto de inocencia, como si la presencia de Daniel fuera no estuviera premeditada para llevar lejos su mensaje-.
– Bueno -contesta Granados-, pero Juana ya ha cumplido, ya que ha venido.
– Es que es el niño el que tiene que entrar.
El surrealismo y la tensión televisados que se vivieron el pasado martes fuera del Punto de Encuentro Familiar (PEF) de Granada parecían insuperables, con Juana Rivas llorando y procesionando de espaldas, y Francisca Granados, su «asesora jurídica», gritándole a Daniel Arcuri, de 11 años, «¡Dilo, habla grita,!» delante de un centenar de periodistas y cámaras en directo.
Pero sí, se superó. Justo al otro lado de la puerta, en el interior del centro, en lo que no se vio en esas tres largas horas de espera para la prensa y las televisiones, conectadas en directo para cerciorarse de que, sí, esta vez Arcuri recogía a su hijo tras siete meses retenido, por su madre, contra las sentencias italianas, en Granada.
EL MUNDO ha tenido acceso, por fuentes judiciales, al informe realizado por las trabajadoras del PEF, en el que se consignan las maniobras de Rivas, del hijo mayor de ésta, Gabriel, y de Granados, como aparente lideresa -era la interlocutora-, para entorpecer la orden judicial y evitar que Francesco Arcuri, el padre, recogiera al niño como ordena la sentencia italiana de 18 de febrero.
El texto, que sutilmente es muy descriptivo pero a la vez destila la estupefacción de las psicólogas públicas ante las maniobras de Rivas y Granados -el fiscal de la causa ha señalado este miércoles que la escena «no se puede repetir» en la segunda intentona, este viernes-, arranca con la estampa antedicha: Granados y Rivas, que llega abrazada a su «consejera» y desentendida del niño, entran al centro después del paseíllo de 150 metros, y 15 minutos de gritos y consignas a la puerta. Y lo hacen sin lo, supuestamente, esencial: «¿Y el niño? ¿Dónde está el niño?», se les pregunta.
«El Equipo Técnico le explica [a Granados] que debe acceder Daniel y ella expone que el menor no quiere entrar, que está fuera agarrado a su hermano, que no lo pueden meter a la fuerza», sigue el texto. Pero de golpe surge otro incendio en pleno psicodrama: «De manera paralela la progenitora [Rivas] se muestra nerviosa, refiriendo no poder respirar, siendo atendida por un miembro del Equipo Técnico». Juana se indispone.
Se llama a una ambulancia. El abogado de Rivas, presente pero siempre un paso por detrás de Paqui Granados, señala que Rivas «se encuentra mal de salud, tenía una operación en el día de hoy y ha tenido que aplazarla por acudir a entregar al menor«. Es decir: la madre, según su abogado, tenía una cirugía el mismo día en que su hijo iba a ser entregado a su padre. Los psicólogos y las sentencias italianas recogen que Rivas lleva años manipulando al niño y victimizándose ante él.
En estas, «20 minutos» después de la entrada de Rivas y Granados, aparece Daniel. A su lado, su hermano, de 19 años y con gafas de sol, parece, según un testigo presencial, «su guardaespaldas».
Juana Rivas, abrazada a Paqui Granados, su «asesora».
Con ellos entra una psicóloga «perteneciente a la Asociación ‘Damos La Cara’, la cual refiere que es la que ha trabajado con los dos hermanos», sigue el documento. Se les dice a ambos que Daniel va a pasar a una «ludoteca» para que se realice «una intervención» con él. Ambos «exponen que no van a dejarlo solo, solicitando Daniel que se quede su hermano mayor».
Juana no puede seguir y es evacuada por las asistencias -no consta en el documento despedida de su hijo-, y comienza la porfía para «intervenir» con Daniel, que cuando regresaba a Carloforte tras las vacaciones con su madre solía confiarle a su padre, y a psicólogas y trabajadoras sociales, que Rivas y Gabriel trataban de manipularlo, como se menciona en las sentencias italianas.
Sigamos. «Daniel [está] activado emocionalmente, refiriendo que tiene miedo, que no se quiere ir con su padre, que no pueden dejarlo ir con su maltratador, que como vuelva [a Italia] lo va a matar. Expone que en Italia lloraba todos los días, que su padre le pegaba, que cuando decía ‘no’ a algo, como poner la colada, el progenitor le agarraba del cuello. Refiere que tenía pesadillas, que se hacía pipí del miedo y el progenitor le restregaba por el pipí«. El colegio, los psicólogos y los jueces italianos siempre han certificado que Daniel Arcuri vivía una vida feliz en Italia hasta diciembre pasado, salvo por las inducciones de su madre y el conflicto entre sus padres.
Pero en el PEF, el pasado martes, el niño sigue quejándose desgarradoramente, y el apoyo de su hermano, y autor también de manipulaciones según declaró el propio Daniel en 2024 en Italia, es esencial para mantener las quejas vivas, según las psicólogas del PEF: «El hermano mayor expone que él ha vivido situaciones similares, que sabe las agresiones que [su padre] le está haciendo a su hermano porque a él también se las hacía». Gabriel, según las terapeutas italianas y en versión acogida por los jueces, siempre fue sensible a las presiones de su madre y decidió irse a vivir con ella hace tres años, cuando tenía 16.
Primer intento: «Se propone a los hermanos que acceda el progenitor, para que Daniel le exponga cómo se siente, pero éste comienza a llorar y gritar que no quiere verlo».
Cuando se les menciona la posibilidad de ver a Arcuri, Gabriel se enfada: «Refiere que no se le puede hacer esa pregunta [a Daniel], que cómo va a querer una víctima como es su hermano que entre a verlo su maltratador«.
En todo momento los hermanos se refieren a Arcuri como «el maltratador», al igual que la veintena de activistas de la puerta, Rivas, Granados, y demás. En la única condena de Arcuri, en 2009, él y Rivas se pegaron y denunciaron mutuamente, hubo orden de alejamiento para ambos y él finalmente retiró su acción porque ella le impidió ver durante ese mes hasta el juicio al entonces único hijo de ambos, que tenía dos años. Ese hijo era Gabriel.
Volvemos al PEF. Las psicólogas saben que deben separar a ambos hermanos para conseguir acercar al pequeño a Francesco Arcuri, que ha llegado a primera hora de la mañana, con una sonrisa y una gorra de Daniel, declarando ante las cámaras, muy tímido: «Sólo quiero abrazar a mi hijo». Desde que comenzó este texto Arcuri espera encerrado en una habitación.
Juana Rivas con sus dos hijos, Gabriel y Daniel.
Las psicólogas, en vista de que la oposición de los dos hermanos es marmórea, piden ayuda, tratando de responsabilizarle, a Gabriel. Quien «al principio se muestra abrumado y pensativo»… Pero de golpe comienza a narrar que su padre «le agarraba del cuello leyéndole sus declaraciones judiciales» para decirle «lo que no debía declarar». También dice que le quería «matar».
Es entonces cuando a Daniel le sobreviene un vahído como el de su madre. El niño comienza a hiperventilar «verbalizando que se quiere ir a casa, pidiendo una ambulancia». La psicóloga que ha venido con Arcuri le sosiega, o eso parece. La sangre no llega al río, pero se evidencia que el equipo del PEF no puede con la situación. A tenor de la narración, es llamativo cómo nadie dentro del centro toma las riendas y separa a los dos hermanos durante al menos dos horas.
Gabriel, en desafío a las psicólogas, se planta ante dos de los policías presentes para asegurar el orden, y les pide ayuda. «¡Ayudadnos! ¡Las psicólogas no nos escuchan!». Los dos hermanos se vienen arriba y comienzan a gritar: «¡Ayuda, ayuda, ayuda!».
Tras idas y venidas, mientras en el exterior periodistas, activistas y curiosos comienzan a maliciarse que algo pasa ahí dentro, se consigue que Gabriel salga de la ludoteca donde está Daniel, «permaneciendo a la espera en el pasillo frente a la puerta«. Al final, alguien parece darse cuenta de que no son los dos niños los que mandan allí.
Se abre una ventana de oportunidad. «Se genera un ambiente de confianza con el menor, más tranquilo sin la presencia de su hermano, conversando [con las terapeutas] sobre temas triviales como fútbol y sus amigos de Italia«.
Aprovechando la coyuntura, se le dice a Daniel «que va a tener que irse con su padre, mostrándose tranquilo, comprendiendo«. Se le indica que va a poder despedirse de su hermano, y que se va a invitar a su padre a que acceda a la ludoteca.
Pero, zas, de golpe y porrazo «el hermano mayor irrumpe en la ludoteca de manera brusca, saltándose la indicaciones de la Policía y el Equipo Técnico».
Ambos hermanos vuelven a las quejas, pero los policías logran que Gabriel vuelva a salir de la ludoteca –le llegan a decir, según testigos presenciales: «Sal o te vas detenido»-.
La cosa está ya muy torcida y todos asumen la dificultad de la empresa. «Ante la imposibilidad de llevar a cabo la entrega del menor, se le propone a Daniel que el progenitor acceda para saludarlo«. El niño, sin su hermano al lado manteniendo el espíritu incólume, dice al principio «que no, si bien finalmente acepta, solicitando que su padre mantenga distancia física con él».
Nueva ventana de oportunidad: «En el momento en que se va a dar paso al progenitor a la ludoteca, se observa a la psicóloga de los menores [la de Damos La Cara] elevar el teléfono móvil, ante lo que el Equipo Técnico le recuerda la prohibición de realizar grabaciones dentro de las dependencias».
Arcuri, que lleva dos horas esperando con la gorra roja y con la leyenda ‘NY’ entre las manos, entra al fin en la ludoteca. El padre mira al hijo, que no le devuelve la mirada. Desde el 19 de diciembre no han hablado siquiera, como obligaba a hacer diariamente la lejana Justicia italiana. Entonces, parece que fue hace un siglo, Daniel llegó a Granada «y le quitaron el teléfono», ha dicho Arcuri, que desde ese día ha telefoneado a su madre, religiosamente, tres veces al día -Rivas le denunció entonces por acoso, lo cual fue archivado-.
Arcuri, en fin, ve al fin a su hijo. Pero no es exactamente él, dirá luego en EL MUNDO: «Me encontré un niño distinto».
Pero leamos, el informe de las psicólogas: «El progenitor lo saluda de manera verbal y afectuosa, no recibiendo respuesta por parte del menor. El progenitor le verbaliza que no está enfadado con él, que podrán hablar las cosas en casa, que no se preocupe. El menor no responde, por lo que el progenitor se acerca y comienza a exponer recuerdos vividos por ambos en Italia, enseñando fotos y vídeos».
Arcuri tiene cinco minutos, o quizás menos, para romper el encantamiento sobre su hijo, al que dejó en España en diciembre, como ha explicado, «diciéndome que me quería y que era feliz en Carloforte«. El niño también le dijo eso mismo, por cierto, el 6 de diciembre al juez civil que permitió que viajara a ver a su familia a Granada pese al temor judicial, confirmado, de que se produjeran nuevas inducciones de la madre y el hermano mayor sobre Daniel.
Padre e hijo, ahí sentados, en la ludoteca. Fuera, decenas de cámaras, informativos en directo, una treintena de activistas feministas voceando, vecinos que han bajado a husmear. Ambos han atravesado toda esa marabunta para, al fin, y casi a la fuerza, encontrarse.
«El menor en un principio trata de evitar ver los vídeos, pero finalmente observa lo que va enseñando su padre, recordando que tiene un gato en casa, que le gustaría verlo, así como un barco con el que iba a pescar con sus amigos. También responde de manera escueta a algunas preguntas del progenitor» -la retórica administrativa es matadora describiendo algo tan delicado-.
Daniel sigue seco con su padre, pero parece ir reblandeciéndose. «DonFrancesco se agacha, posicionándose a su altura, y el menor le mira verbalizando que se quiere ir a su casa, y no con él. El progenitor se acerca para acariciarlo, negándose en un primer momento el menor, aunque continúa conversando sobre la vida del niño en Italia«.
No queda otra, Arcuri tiene que entrar a matar: «Pasados varios minutos el padre solicita al menor poder acercarse y éste acepta el contacto físico, dejándose acariciar y abrazar«. Un testigo presencial narra así la imagen a EL MUNDO: «Le dejó que le abrazara, con los brazos caídos pero le dejó».
Al menos ahora están abrazados. Las psicólogas observan con atención. «Daniel está tranquilo, no alterando la conducta y mostrándose más cercano con el progenitor conforme pasan los minutos«… Pero al final «solicita a las técnicos que quiere estar a solas con ellas, y que se vaya el padre«.
La despedida es quizás una puerta abierta: «Se aportan pautas a Don Francesco para que se despida, si bien éste comienza a emocionarse, acercándose al menor para volver a acariciarlo, solicitándole que se marche con él. El menor se niega». Es, según esta descripción, un padre rogándole a su hijo que vuelva a ser él, y le quiera como antes.
Finalmente Daniel, aceptando «las caricias» de su padre, «se acerca para abrazarlo cuando el progenitor se lo pide, antes de abandonar la ludoteca». Al menos un abrazo, magro botín, pero algo es algo. Cae el telón.
Daniel pide que Gabriel entre de nuevo, y al hacerlo éste proclama «que no iba a dejar que su hermano se fuese con su padre. En ese momento», escriben las psicólogas, «se comienzan a escuchar aplausos en el exterior»: las profesionales no dejan de mostrar varias veces a lo largo del documento que todo lo que sucedía dentro del PEF parecía comunicarse y celebrarse fuera por las activistas congregadas.
La realidad se impone y Francisca ‘Paqui’ Granados reaparece en escena, enérgica, entera como siempre, con la entrega ya frustrada. «La asesora jurídica indica que conoce a los menores desde que son pequeños y ha visto los moratones en sus cuerpos«, se lee en el informe del PEF. Lo subraya la psicóloga que acompaña a Granados, la de ‘Damos la Cara’, que le hace el coro: «Es cierto y muy duro».
«Un miembro de la Policía indica que es mejor no añadir más comentarios que puedan afectar a los menores». Granados, como ha hecho afuera con los periodistas, le manda callar: «La violencia no se puede tapar, los niños son los que la han vivido», zanja. El primer asalto, nulo, o quizás no, ha terminado.