Publicado: agosto 20, 2025, 6:07 am
Vizela, Oeiras Valley, Zambujal, Algueirão Mem Martins, Estoril, Amadora, Vila Pouca de Aguiar, Vidago o Flavienses. Hasta nueve localidades portuguesas estaban representadas este martes en la aldea de Cambedo da Raia mediante sus parques de bomberos. Más de una decena de dotaciones hacían piña para plantar cara al fuego. Las llamas venían de España, de Oímbra, en Ourense, y, a través de la sierra de Murico, entraron en tierras lusas. Le esperaban los vecinos, palas, mangueras y ramas en mano; y una línea de defensa en la que trabajaban codo con codo voluntarios de rojo y Sapadores Florestais profesionales de amarillo y verde.
Ya de madrugada empezaron a ver el resplandor del fuego que desde el martes 12 de agosto ha arrasado más de 15.000 hectáreas de Oímbra y la comarca de Verín. En los últimos días, muchos de estos vecinos y bomberos acudieron a colaborar en la extinción Boisés o Casas dos Montes, a apenas siete kilómetros monte a través de Cambedo. «Somos parceros, primos hermanos, y nos cuidamos unos a otros», dice Raquel Ferreira sobre la unión que desde siempre han sentido los pueblos a ambos lados de la raia entre España y Portugal. Les une el territorio y la tradición y el convencimiento de que «lo que es bueno para unos lo es para todos». Si el fuego se paraba en Oímbra, no les afectaría al otro lado de la frontera.
Con las primeras luces del día, cuando se cumplía una semana ardiendo, supieron que también ellos estaban condenados. «A las siete y media empezaron a arder los montes de Murico y a media mañana, por las condiciones climáticas y el aire, empeoró y ardieron los pinos de ahí arriba», explica Raquel, apuntando hacia el bosque más próximo a la casa de su madre. Eran las cuatro y media de la tarde, dos camiones de bomberos combatían las llamas a apenas cinco metros mientras su madre, María Joaquina Feijó, ofrecía bebida fresca a los periodistas sin apartar la vista del pinar.
José, de 90 años, y María Josefa, de 88, combatiendo el fuego en Bousés (Ourense)
Media hora antes, los bomberos habían logrado detener las llamas en el flanco izquierdo de su casa. Ahora lo atajaban por el superior porque «parecía controlado y empezó de nuevo en cuestión de segundos». La angustia se notaba en los ojos de los vecinos, que se afanaban en utilizar la poca agua que les quedaba para refrescar el jardín contiguo a la casa.
Raquel, además, sumaba el sufrimiento acumulado de días, pues es enfermera en la residencia de mayores Os Pinos de A Rúa, en la comarca de Valdeorras, en Ourense, y desde el miércoles 13 acude a trabajar por carreteras rodeadas de desolación, en algunos casos, de llamas vivas a ambos lados de la vía. El fin de semana, colaboró en el desalojo de los ancianos hacia otro centro de Vilamartín de Valdeorras y convive con el miedo al fuego en los ojos de los residentes. Este martes, le sumó el de la mirada de sus padres y de sus hijos de 5 y 8 años, a los que llevó a un campamento para evitarles la angustia de las llamas a escasos metros de casa.
En esta aldea portuguesa es imposible no contagiarse del ajetreo de bomberos llegados desde toda la mitad norte del país: los más cercanos, desde Vidago, en Chaves, y los más lejanos, desde Estoril, en el área de Lisboa. También hay quien se queja de falta de medios porque este martes solo sobrevuelan Cambedo da Raia dos helicópteros. En casa de María Joaquina y Eduardo Feijó rebajan la crítica. «Está ardiendo Portugal, Galicia, media España… Viendo el panorama, dos helicópteros para un sitio tan pequeño, es bastante», reflexionan. Ellos cuestionan más que el fuego haya llegado a la aldea cuando apenas tienen agua porque «cada agosto, nos quedamos sin ellas y tenemos que usar pozos y depósitos que pagamos nosotros mismos».
Mientras los Sapadores Florestais recorren cada esquina de la aldea detectando los puntos más críticos y dos agentes de la Guardia Nacional Republicana (GNR) vigilan que ningún vecino se ponga en peligro, los aldeanos miran sierra arriba. Una vecina rehusa hablar con la prensa porque «es un momento muy complicado y puedo decir un disparate». Otro, Davide Matos, de 73 años, comparte sus impresiones casi apocalípticas. «Parece un infierno» y recuerda que ya están acostumbrados a ver el fuego cerca, pero no como ahora. «Esta vez estamos cercados», lamentan.
Un agricultor en Cambedo, regando sus alpacas ante al cercanía de las llamas.
Fernando de Jesús, presidente de la asociación de vecinos, reflexiona sobre lo impredecible del fuego. «Este incendio viene de España y estaba aparentemente controlado, pero con este viento, todo se descontroló». Ahora, ya solo queda dejar arder la sierra y centrar los esfuerzos en «proteger las casas». Y el cementerio que, a escasos metros de las viviendas, es testigo mudo de cómo su entorno cambiará ya para siempre. Y es que «de una hora para otra parece que acaba y vuelve a empezar y estamos en esta agonía».
El desconsuelo no dista mucho del que viven al otro lado de la sierra, en Bousés. Allí, José Fernández, de 90 años, y María Josefa Vidal, de 88, tiran cubos de agua en un fuego que, de la nada, ha surgido a los pies de su casa. «Miramos por la ventana» y ahí estaba. «Humo de nuevo». Salieron con su nieto Aitor, que vive en Bilbao, pero ha venido de vacaciones; y con su vecino Álex. Entre los cuatro, lograron extinguirlo cuando aún estaba incipiente.
A pesar de que los 3.000 profesionales del servicio autonómico de prevención de incendios de Galicia están estos días reforzados con brigadas municipales y provinciales, con la UME, la Brilat, la Bripac, las brigadas estatales y bomberos llegados de toda España, todo parece poco. En ese mismo pueblo, Bousés, pasaron la mañana en alerta cuatro de los 15 bomberos llegados la noche anterior desde el parque provincial de Málaga -con compañeros de Fuengirola y un retén de Marbella-. Condujeron 14 horas con su camión preparado, se cruzaron media España y pasaron la madrugada «protegiendo el pueblo y la gasolinera de Pentes», cuenta Joaquín Carazo. Una heroicidad para muchos, aunque ellos le restan importancia, vienen «para ayudar en lo que podamos». Ángela Hidalgo, compañera malagueña, centra sus elogios en los bomberos portugueses, pues «está ardiendo su país y vienen aquí a proteger esto».