Publicado: mayo 24, 2025, 2:07 am

Cuesta mucho echar la vista atrás para tener una vista de conjunto de lo que hemos recorrido hasta el momento y sobre todo de lo que ha recorrido este Gobierno desde aquel 15 de diciembre de 2015 en que Sánchez se enfrentó a Rajoy en singular duelo electoral y le dijo aquello de: «Yo le advierto de que si usted sigue siendo presidente del Gobierno, el coste para nuestra democracia y para la institución que usted quiere representar es enorme, porque el presidente del Gobierno tiene que ser una persona decente y usted no lo es». El aspirante se retrató con estas palabras como un auténtico bellaco, pero no fue la última ocasión. Nueve meses más tarde, el Comité Federal del PSOE expulsaba a Pedro Sánchez, después de uno de los episodios más lamentables en la historia de la democracia española: una urna clandestina que Rodolfo Ares había escondido detrás de una cortina empieza a recoger los votos de los sanchistas, sin control, sin censo y sin interventor. Como le gustan las cosas a Pedro Sánchez, sin sorpresas.
Fue entonces cuando Pedro inició su reconquista de España en un Peugeot en el que le acompañaban José Luis Ábalos, Koldo y Santos Cerdán, tres hombres cuyas afinidades con Sánchez son evidentes si tenemos en cuenta el negocio que mantenía el suegro del candidato. Ábalos era un putero cualificado y de larga trayectoria, por lo que estaba llamado a encontrarse con Koldo, un gigante de la militancia socialista, en el puticlub Rosalex, de Pamplona, donde ejercía de portero. También en Pamplona conoció a Santos Cerdán en los tiempos en que éste era concejal de su pueblo, Milagro. También en afanes municipales y espesos se afanaba Koldo, que fue concejal en Huarte.
No sabría yo decir qué vínculo es más fuerte, si el de la afinidad municipal o el del puterío. Entre los mesnaderos de Sánchez parece que el más cualificado era José Luis Ábalos, a quien encargó la presentación de la moción de censura contra Rajoy hará siete años el fin de semana próximo. La primera reflexión de este insólito portavoz se amparó en la sentencia trucha de la Gürtel en la que José Ricardo de Prada metió dos artísticas morcillas declaradas extemporáneas por el Tribunal Supremo. Y allí, en la tribuna del Congreso, un Ábalos tronitonante empezó invocando la Justicia, no lo digo yo, lo dice la sentencia, «una sentencia que condena por primera vez a un partido político por corrupción», decía el hombre 27 años después del caso Filesa, Malesa y Time Export, por el que fueron condenados una decena de socialistas, con Josep Maria Sala a la cabeza. Terminada de cumplir su pena, Sala fue delegado en el Congreso del PSC. Fue el candidato más votado, más que el propio Maragall, aunque no constan sus habilidades en el putiferio.
Las de Ábalos sí. Hasta el punto de que ha hecho derrama entre todos los españoles para sufragar sus coitos venales y ha conseguido imponer una terminología para que la Presidencia de Adif llamase sobrinas a sus putas mientras el cerco se estrecha en torno a Sánchez, con aquel verso del romance del Rey don Rodrigo: «Ya le come, ya le come / por do más pecado había».