Publicado: junio 20, 2025, 1:07 am

Lo que Roger Serafín Rodríguez Vázquez hizo con Elisa Abruñedo fue, según la Policía Judicial de la Guardia Civil, «una ejecución». Cazador aficionado, en septiembre de 2013 regresaba de una de sus cacerías cuando, al hilo de las acusaciones, cometió otra. Abordó a esta mujer de 46 años, a la que no conocía de nada, en una zona boscosa de Cabanas, en la comarca coruñesa de Ferrolterra, y la mató y violó actuando, según los forenses, con «total desprecio hacia la víctima». Tardó diez años en ser detenido, como resultado de una investigación en la que acabó delatándole su ADN, y se derrumbó y confesó ante los investigadores. Sin embargo, esta semana ha optado por el silencio, negándose a declarar ante el jurado que le juzga en la Audiencia Provincial de A Coruña.
Este viernes, todas las miradas volverán a posarse en este pelirrojo de 51 años, pues el juicio encara su recta final y tendrá oportunidad de desdecirse y hacer uso de su derecho a la última palabra. Su defensa alega que tiene «disociación de la realidad» y que, al día siguiente del crimen, pensó que lo había cometido otra persona, mientras que la Fiscalía, que pide que sea condenado a 32 año de prisión por los delitos de agresión sexual y asesinato, insiste en que «sabía lo que hacía y quiso hacerlo». En ese alegato final, tendrá la oportunidad de explicarse.
Aunque esperadas, esas palabras parece que poco podrían cambiar el resultado del caso, pues, a su confesión, se suman pruebas contundentes, con el ADN como principal fundamento. En el cadáver de Elisa Abruñedo encontraron restos de semen y saliva del autor y, aunque en el primer chequeo genético no se hallaron coincidencias con nadie fichado, los investigadores no desistieron en su empeño. Esa huella genética y la declaración de un vecino que vio un Citroën ZX en la zona del crimen se convirtieron en las principales vías de investigación y, en diez años, nunca se rindieron, hasta que finalmente los rastreos dieron sus frutos.
Tras la detención de Roger Serafín en su puesto de trabajo en octubre de 2023, ya se confirmó que los cribados de ADN realizados por la UCO y la Guardia Civil coruñesa habían sido determinantes. Esta semana, durante el juicio, han salido a la luz más detalles. El comandante responsable de Homicidios en la Unidad Central Operativa explicó que los análisis permitieron concluir que el violador y asesino era pelirrojo y apuntaba a «un linaje de la zona» y de la «saga» de «los Rodríguez». Tirando de todo tipo de bases de datos, afinaron su perfil genealógico. «Ahí estábamos muy cerca», explicó el responsable policial. Sabían la marca del vehículo visto en Cabanas el 1 de septiembre de 2013, realizaron un «cribado de vehículos y de apellidos» y, cruzando datos, llegaron a un sospechoso, que en aquella época tenía un coche como ese.
Era Roger Serafín. Era pelirrojo, se apellidaba Rodríguez, tenía el mismo modelo de coche y era cazador, coincidiendo con el tipo de arma que se usó para matar a Elisa. Ahí empezó un «seguimiento» para intentar conseguir una muestra de su ADN, «si tiraba una colilla, si consumía algo». Optaron por esa vía porque, si actuaban de otra, temían que, al verse escudriñado por los ojos de la ley, huyese del país.
En ese primer seguimiento, no lo consiguieron, así que dieron un paso más. El 3 de octubre de 2023 lo prepararon todo para recoger esos vestigios genéticos de su nuevo coche. Actuaron la noche anterior, limpiaron la manilla de su coche y, a la mañana siguiente, esperaron a que entrase, dejando su huella en esa pieza del vehículo; le siguieron a su trabajo, en los astilleros de Ferrol; y, cuando se bajó, se acercaron y lograron recoger una muestra limpia. Una vez analizada, «el resultado fue positivo» y, una semana después, el 10 de octubre, le detuvieron, en ese mismo puesto de trabajo.
Aunque en un primer momento mostró sorpresa e intentó dar otras explicaciones, finalmente confesó. A partir de ahí, los investigadores ya pudieron completar el puzle que llevaban 10 años intentando componer sin éxito, cerrando una ardua investigación que el marido de Elisa no llegó a conocer porque murió durante el camino, pero que sus hijos, Adrián y Álvaro, y su madre esperaban con ansia. Esta semana, acudieron al juicio. Cuando fue asesinada, Adrián tenía 23 años y Álvaro, 18 y relataron el duro golpe. «Todo se fue con ella», dijo el pequeño. «Mi hermano no ha vuelto a ser el mismo, se encierra en casa», indicó el mayor.
En el juicio salió a la luz lo que ellos ya sospechaban, que fue víctima aleatoria de su asesino. Los investigadores concluyeron que el ahora acusado la vio sola caminando por el arcén en las inmediaciones de su casa y decidió ir a por ella de forma «circunstancial». Frenó, dejó el coche aparcado en el arcén y la abordó «por detrás». Primero la golpeó, luego la arrastró «17 o 18 metros» y, en una zona boscosa escondida de posibles testigos, desde la que no podía ser visto desde la carretera, la violó y la acuchilló con el cuchillo que usaba para cazar. Fueron tres cuchilladas en el cuello, el corazón y el pulmón, además de otras «múltiples lesiones», algunas con el cable de los auriculares con los que iba escuchando música cuando la asaltó.
Los investigadores relataron ante el jurado que fue «un ataque sorpresivo» y que hubo «violencia bastante extrema». Y los forenses rechazaron que fuese un impulso. Creen que en su forma de actuar hay un «control planificado» y «no aparece ningún indicio de una persona que no fuera consciente de lo que hace». Insisten además, en que ella no tuvo ninguna oportunidad de defenderse -«no hay signos de defensa»- y que sufrió antes de morir. «Llamó la atención no solo las lesiones sino la cara de la víctima de impotencia, de desesperación», dijo el responsable de la autopsia.