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De Aznar a Sánchez, de las Azores a Gaza: la política exterior como arma de polarización masiva

Publicado: septiembre 21, 2025, 6:07 am

El polvorín de Oriente Próximo, la guerra en Ucrania, el aumento del gasto militar, las tensiones en el Caribe y el errático desempeño de la primera potencia mundial liderada por Donald Trump ponen la estrategia internacional en el centro del tablero político nacional, no menos convulso. Los partidos se embarcan en una gestión oportunista de los acontecimientos sirviéndose de unos u otros para ganar ventaja electoral y en este juego esquinan los intereses del país y la voz de la ciudadanía. La confrontación inunda la discusión pública.

La política exterior se define sobre el papel como «de Estado» y se le pretende atribuir el requisito del consenso. Sin embargo, salvo en temas vitales para el país como fue el ingreso en las Comunidades Europeas, el consenso en España ha florecido en poquísimas ocasiones. Hoy, ni siquiera hay diálogo. La interlocución entre los dos grandes partidos es inexistente. La política exterior española cae de nuevo en la trampa del presidencialismo y el partidismo y, como consecuencia de ello, ha ido escalando ante los grandes retos exteriores hasta convertirse en un arma de polarización masiva.

GAZA, UNA BATALLA NACIONAL.

Oriente Próximo, incendiado desde hace dos años tras un sangriento ataque de Hamas contra Israel, ha adquirido proporciones dantescas con una respuesta devastadora por parte del Gobierno de Benjamin Netanyahu contra la población palestina. Una reacción militar que ha traspasado las líneas rojas del derecho internacional y ante la que Europa se ha mostrado indecisa e inerme.

En España, la actitud del Ejecutivo ha tenido sus altibajos. La condena ha sido siempre firme, tanto por los ataques terroristas de Hamas como por la respuesta brutal del Gobierno israelí, pero las acciones han sido tardías y han quedado envueltas en un manto de oportunismo político.

Ni España ha sido el primer país en reconocer el Estado Palestino -146 lo hacían ya desde hace años-, ni Sánchez es el primer presidente del Gobierno en abogar por la solución de los dos Estados ni tampoco el que más y mejores relaciones e influencia ha tenido en la región.

Por el contrario, el Ejecutivo planteó un embargo de armas que durante meses se reveló falso y sólo hace dos semanas anunció un decreto urgente para ponerlo en marcha que aún no ha visto la luz. Condicionado por sus problemas internos, el presidente ha pisado el acelerador utilizando la masacre para cambiar el foco del debate nacional y elevar la confrontación con el PP, un partido que ha tropezado seriamente en la guerra semántica al definir la tragedia palestina.

El estupor ante lo que sucede en Gaza es general, pero el debate se ha viciado hasta el punto de dividir una vez más a los ciudadanos entre los que comparten sin reservas la estrategia del presidente y los que no. Las etiquetas están ya peligrosamente sobre la mesa: propalestino o prosionista.

La actitud gubernamental respecto a un conflicto que golpea las conciencias ha entrado en el terreno del oportunismo partidario con una temible derivada: llegar a minimizar o incluso justificar reacciones violentas en nombre de la paz. Es el resultado de convertir la política exterior en un campo de batalla nacional.

SÁHARA: UNIPERSONALISMO.

Pedro Sánchez ha intentado en su mandato recuperar el peso y la presencia de España en el teatro internacional, tras los gobiernos más anodinos en este terreno de José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.

En una España muy polarizada por el enfrentamiento entre los dos grandes partidos, Sánchez ha regresado con nitidez hacia el presidencialismo, que también practicó Aznar, orillando cualquier tentativa de diálogo con el rival político. El ejemplo más evidente de este deslizamiento se produjo en torno al Sáhara Occidental, la antigua colonia española que reclama su derecho a la autodeterminación y cuyas aspiraciones siempre fueron objeto de acuerdo entre los partidos políticos españoles… hasta que Sánchez, en una decisión unipersonal cuyos motivos e intereses aún siguen inexplicados, optó, al margen de su propio Gobierno y en contra del Congreso, ceder a las aspiraciones marroquíes de convertir el territorio saharaui en una suerte de comunidad autónoma bajo su tutela.

Esta concesión a los planes de Marruecos ha sido vista como una traición al pueblo saharaui, a la posición histórica de España y a la propia bandera que durante décadas ondeó la izquierda y principalmente el PSOE.

VENEZUELA Y CONTRADICCIÓN.

La defensa que hace el Gobierno de coalición de los derechos humanos y las libertades democráticas ha topado con la piedra de Venezuela, un país arruinado y aplastado por un poder autoritario encaramado ilegítimamente tras unas elecciones fraudulentas. El Ejecutivo ha adoptado una posición ambigua, equidistante y opaca, cuando no connivente mediante intermediarios soterrados. Esa postura débil y silenciosa enfrenta claramente al Gobierno y a la oposición. Las posiciones radicalmente distintas de unos y otros respecto a la situación que viven los venezolanos bajo el régimen de Maduro son otro ladrillo en el muro y en la falta de entendimiento.

La grave situación que vive el país caribeño, con casi ocho millones de desplazados, y el enfrentamiento ya abierto entre Maduro, también bajo la lupa de la Corte Penal Internacional, y Donald Trump no presagia nada bueno. En este caso, el Gobierno español rehúye el debate y mantiene un desconcertante silencio.

PEREJIL Y EL «PULSO» AL EGO.

El deslizamiento hacia una política exterior con tintes presidencialistas y personalistas: uno decide y los hechos son consumados, empezó mucho antes, con un Gobierno con mayoría absoluta, encabezado por José María Aznar. El primer ensayo fue con la crisis de Perejil, si bien se trató de un incidente inesperado al que hubo de responderse sin margen de tiempo. Perejil, un islote minúsculo a pocos metros de la costa de Marruecos y a 8 kilómetros de Ceuta, de soberanía disputada entre Madrid y Rabat, fue sorpresivamente ocupado por gendarmes marroquíes el 11 de julio de 2002. Esta acción provocó una reacción militar inmediata ordenada por Aznar. Los invasores fueron desalojados por tropas españolas en una acción desproporcionada para buena parte de la izquierda.

El incidente se convirtió durante una decena de días en un serio problema de orden internacional, llegando a involucrar en el mismo a la OTAN, a la UE, a EEUU y a Francia. A raíz de este conflicto, la relación entre España y Marruecos, siempre compleja, se deterioró gravemente. El propio Aznar llegó a plantear la crisis como un «pulso» que le echó Rabat y él «ganó». El presidencialismo en la política exterior empezaba a instalarse.

IRAK: RINCÓN DE LA HISTORIA.

Sólo un año después, Aznar incluyó a España, de la mano de EEUU, en la Guerra de Irak. La estrecha relación que trabó el presidente español con Washington desembocó en un alineamiento estricto con EEUU -la foto de las Azores es el símbolo de aquella unión- en su planteamiento belicista contra un Irak al que se acusaba de poseer armas de destrucción masiva.

Aznar antepuso lo que consideraba interés del país por figurar junto al más fuerte en la primera línea de la escena internacional y desoyó el clamor de una ciudadanía en la que ya había arraigado en profundidad la defensa de los derechos humanos y el pacifismo, como señalan los profesores Vicente Palacio y Fernando Rodrigo en su análisis Política exterior: la ilusión del consenso. La convulsión social que provocó esa decisión -a cuyo carro se subió de manera oportuna el PSOE- fue enorme y aún hoy permanecen sus rescoldos. España sí dio un salto en su presencia exterior; salió, como llegó a decir Aznar, del «rincón de la historia» y figuró en el centro del escenario, pero lo hizo a un coste tremendo, de grandísimas proporciones.

LA OTAN: HABLÓ EL PUEBLO.

El ingreso de España en la OTAN, con todas sus azarosas vicisitudes, fue probablemente el último ejemplo de política exterior debatida en profundidad, e incluso con desgarro, dentro de los partidos y en la sociedad. Entre 1981, cuando Leopoldo Calvo Sotelo recabó el apoyo del Congreso -186 votos frente a 146- para abrir negociaciones de adhesión culminadas en mayo de 1982, hasta 1986, el país se embarcó en una discusión profunda acerca de la pertenencia a un club militar dominado por Estados Unidos.

Manifestaciones en contra abanderadas por la izquierda con amplio apoyo ciudadano, debate intenso y áspero que, finalmente, sólo se solventaría con la celebración de un referéndum auspiciado por Felipe González quien, en esos cuatro años, fue virando de posición convencido de que la entrada en la Comunidad Europea, el gran objetivo, sólo sería posible si España confirmaba su pertenencia a la Alianza.

Finalmente, el sí ganó con el 52,5% de los votos. Y aunque González ha llegado a afirmar que una cuestión de la envergadura de entrar en una alianza militar es algo que un partido debe incluir en su programa a fin de que los ciudadanos hablen en las elecciones y no en un referéndum, lo cierto es que esa consulta marcó un hito de participación en el proceso de toma de decisiones en política exterior que no se ha vuelto, ni siquiera, a ensayar.

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