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Cuando la vocación militar se transmite durante generaciones: «Que tu hijo siga la tradición es un orgullo y una responsabilidad»

Publicado: junio 6, 2025, 12:07 pm

El día que el Rey Juan Carlos presidió una entrega de despachos en la Academia General del Aire y se topó con los Peñarroya, le dijo a la madre: «Veo que usted tiene el mismo lío con los uniformes que yo». Esta broma ilustra la singularidad de esta familia, cuyo abuelo es comandante del Ejército de Tierra, sus hijos pertenecen a la Guardia Civil y al Ejército del Aire y su nieto es guardiamarina de la Armada. Un caso único. Con motivo del Día de las Fuerzas Armadas, EL MUNDO reúne a cuatro familias que demuestran que dar la vida por España se aprende en casa.

Pedro Peñarroya padre, comandante de Tierra, ingresó como suboficial en el Ejército. Fue destinado en 1973 al grupo de Regulares II de Melilla. Y en la ciudad autónoma se casó y tuvo dos hijos. La vida transcurría entre la familia y el trabajo, sin aleccionar, pero siempre con las Fuerzas Armadas presentes. «En la Península muchas veces al cuartel se iba de civil, pero aquí en Melilla se ha vivido siempre de militar. Luego, cuando había jornadas de puertas abiertas, llevaba a mis hijos. A mí me ha gustado que ellos participaran, aunque yo no les he forzado nunca a que fuesen militares», recuerda.

«No hemos conocido otro ambiente que no fuera el castrense», afirma su hijo Pedro Peñarroya, teniente coronel del ejército del Aire. Rememora los fines de semana en los clubes de suboficiales, el día a día en una casa militar. «Se vivía el mundo castrense en toda su extensión», asegura. «Tenía muy claro que quería ensalzar los valores de patria que tenía».

Los dos pedros, padre e hijo, no olvidan el día que el segundo confesó cuál era su vocación. Estaban sentados en la cocina: «Papá, quiero ser piloto». Su padre se levantó, salió y, con gesto preocupado, se lo contó a su mujer. «A mí eso me sobrecogía, yo procedo de abajo, del cuerpo de suboficial. Y claro, el que un hijo mío quisiera ser oficial directamente desde la Academia, pues no sabía si iba a poder ofrecerle que hiciera todas esas cosas».

Pedro hijo se emociona al reconocer el esfuerzo que hicieron sus padres: «Si tu familia no apuesta por ti, muchas veces no se pueden conseguir metas, porque no hay detrás un soporte económico que te respalde y eso es fundamental. Y fueron años duros en la economía familiar».

«Yo intenté darle lo que pude, y tuve la suerte de que él lo aprovechó», sintetiza el padre. Y llegó la entrega de despachos en que Don Juan Carlos descubrió a su familia.

El primer destino en el Aire de su hijo fue en el Grupo de escuelas Matacán, en Salamanca. Ahí formó su familia. «Durante las últimas horas de la tarde mis hijos venían a la base y les enseñaba los aviones». Tanto tiempo pasaban ahí que una de las imágenes que atesora su hijo Javier fue aprender a montar en bicicleta entre aquellos hangares. «Guardo muy buenos recuerdos de mi infancia en aquel sitio, llegando a verlo como una segunda casa, ya que mi padre desde bien pequeño me enseñó a amar su profesión».

Pero unas vacaciones en Marín determinaron su vocación: «Para mí fue algo impactante poder ver la Academia desde fuera y ver cómo los alumnos entraban y salían de uniforme. Descubrí que era una opción que me gustaba y en la que podría ser feliz».

«Cuando él me dijo que iba a ser de la Armada, la verdad es que nos dejó un poquito fríos, ¿tú sabes lo que es un barco cuando hay un temporal?», recuerda el abuelo. Sin embargo, Javier Peñarroya consiguió sacar la nota suficiente para ingresar hace tres años. Hoy se encuentra en Nueva York en la escala del buque-escuela Juan Sebastián de Elcano: «Me ha transformado la vida, y, aunque sea una profesión dura y sacrificada, lo hago con mucho gusto y orgullo», reflexiona. Su padre bromea: «No sé qué le harán en la Escuela Naval, pero es la persona más convencida de la Tierra de haberse unido a la Armada».

Armada: seis generaciones de la familia Núñez

El almirante Núñez junto a su hijo, Teniente

El almirante Núñez junto a su hijo, Teniente

Es muy probable que en los tres años que lleva en Marín, Javier haya coincidido con algún Núñez. Porque este apellido está vinculado a la Armada desde hace generaciones. En línea recta, seis Núñez han pertenecido al cuerpo general. Tres de ellos participan en este reportaje: Francisco, vicealmirante en la reserva; su hijo, el almirante José Núñez; y su nieto, el teniente de navío José Núñez.

«Pudiera decirse que llevamos la Armada en nuestros genes, pero eso no nos hace diferentes», sentencia Francisco, el abuelo, que recuerda cómo le impactó con 9 años ver a sus padres llorando abrazados en Cartagena cuando se hundió uno de los tres submarinos de la clase C-4. Tal vez ese episodio inclinó su futuro no sólo a la Armada, sino a la especialidad de submarinos. Comparte el único consejo que le dio su padre: «Trata de conseguir que, cada vez que ceses en un destino, tus subordinados te recuerden con cariño». Unas palabras parecidas a las que después ofreció él a su hijo José en tiempos de zozobra en la Academia.

Los Núñez, seis generaciones en el cuerpo general de la Armada

Los Núñez, seis generaciones en el cuerpo general de la Armada

El almirante no data el momento exacto en el que decidió ser oficial de la Armada: «Fue casi por inercia, era el mundo que conocía». Pero sí repite el consejo más valioso que le ofreció su padre. «Se aprende de los buenos ejemplos y de los malos. De los buenos copia todo lo que a ti te gusta que te hagan y de los malos ejemplos, míralo bien y todo lo que no te gusta, prométeme que no lo vas a hacer nunca tú a nadie». José tuvo que llamar a su padre para contarle que no seguiría la tradición de los submarinos: «Le dije: ‘a mí me gustaría ser piloto‘ y su respuesta fue: ‘eres un traidor’». Se convirtió en piloto de Harrier. «Luego estuvo muy orgulloso», sintetiza.

En su hoja de servicio figura el cargo de jefe de estudios de la Escuela Naval. Puesto que coincidió con la adolescencia de su hijo José. «Esos dos años fueron un punto de inflexión para mí. Estar dentro de la Escuela, aunque aún no formara parte de ella, me marcó mucho. Hubo un momento en el que algo hizo click. Ahí fue cuando realmente me di cuenta de que mi vocación era ser marino», describe, y recuerda el mejor consejo que recibió de su padre: «Que elija mi camino profesional en función de lo que me haga feliz, sin obsesionarme por lo que esa decisión pueda implicar en el futuro». Una sugerencia que le llevó a especializarse en helicópteros, donde continúa surcando los cielos para la Armada.

Los Álvarez: aviadores

Los Álvarez junto a Felipe VI

Los Álvarez junto a Felipe VI

Precisamente al Ejército del Aire pertenecen tres Agustín Álvarez. El abuelo, general retirado y primer director de la Escuela Básica del Aire, hijo de un Guardia Civil pero que «estaba todo el día haciendo aviones de papel». El padre, teniente coronel, que a los 16 años pidió hacer un curso de vuelo sin motor. Y el nieto, teniente, criado en la Base Aérea de Torrejón, que en el carrito señalaba cazas y decía «vión, vión». Todos marcados por la muerte de Ángel Hernández Gómez, cuñado, tío y tío abuelo de los Álvarez, que falleció en un accidente mientras pilotaba un T-6 en 1968.

Hay un ficus que permanece incólume a la entrada de la Academia General del Aire pese a las décadas: «¿Ves todas esas raíces?, cada vez que pases por aquí tienes que pensar que son las raíces que tenemos nosotros. Son las raíces de tu tío y de tantos compañeros. Por honor a ellas hay que ser un buen militar y un buen aviador». Esa es la referencia que el general Álvarez pide a los suyos que no pierdan.

«Quizás una de las cosas que más me marcó fue ver cómo amigos y compañeros, que estaban un día con nosotros, al día siguiente ya no estaban, a causa de accidentes. Realmente eso es muy duro», recuerda ahora el nieto. Su padre cuenta que lo que más le atrajo de pequeño no era tanto el ambiente militar como el «compañerismo» que percibía en su casa. Eso y un curso de aeromodelismo al que se apuntó en Burgos con 14 años forjaron su vocación. «Mi padre se lo tomó muy bien, pero cuando se lo conté a mis abuelos maternos, que habían perdido a su hijo en un accidente, no se lo tomaron tan bien, aunque luego estuvieron muy orgullosos». Con su mujer y sus hijos vivieron una década en la Base Aérea de Torrejón, donde Agustín Álvarez jr, pudo revivir el compañerismo en el que se había criado su padre, lo que le hizo plantearse la carrera militar «como una alternativa más».

«La verdad es que tenía otras ideas sobre mi futuro», reconoce, pero mandó la instancia motivado por sus buenas notas. Aunque se confiesa «feliz» con su trabajo actual, sí asegura que creía «que la formación iba a centrarse mucho más en el ámbito puramente militar, de disciplina y valores militares. Me chocó que se centrase mucho en una carrera universitaria».

Entre la formación del abuelo y del nieto han pasado cinco décadas. Pero el teniente Álvarez aún disfruta coincidiendo con el general, incluso han podido desfilar juntos, pues el mayor de la familia continúa activo al frente de la Real Hermandad de Veteranos. Uno de los momentos más importantes de su carrera sucedió hace siete años, en la jura de bandera de su nieto. Ese día coincidieron las tres generaciones de uniforme en la Academia. Y Álvarez abuelo buscó el ficus cuyas raíces guardan a todos los oficiales del Aire y se lo señaló a sus descendientes.

Los Marzo: raíces en el Ejército de Tierra

El cadete Juan Manuel Marzo tiene a los dos abuelos y a su padre en Tierra

El cadete Juan Manuel Marzo tiene a los dos abuelos y a su padre en Tierra

Para los Marzo también fue inolvidable la jura del cadete. Ese día, el año pasado, en el patio de la Academia General Militar se reunieron los militares de la familia. Los abuelos, en teniente coronel Antonio Rueda y el comandante José Manuel Marzo, se sumaron al acto para ver a su nieto jurar dar la vida por España.

El padre, el teniente coronel José Manuel Marzo, estaba de espaldas en la explanada cuando escuchó un taconazo detrás. Al girarse, su hijo, el cadete Marzo, le dedicó el primer saludo marcial de su vida: «¡A la orden de mi teniente coronel!», expresó, provocando la emoción del padre y de los dos abuelos. Porque la continuidad de la tradición castrense en la familia estuvo en duda un tiempo.

Los nietos Marzo son celiacos. Hasta que no cambió la ley, no podían dedicarse a lo militar. Por eso, ni su padre ni sus abuelos -todos de Infantería-, involucraron mucho al niño en la vida castrense. Cuando José Manuel hijo, la tercera generación, expresó que quería ingresar en la General, sorprendió a su padre: «Yo quería que se dedicara a esto desde siempre, pero cuando me lo dijo… aparte de ser un orgullo, es una responsabilidad. Te preguntas: ¿a ver si le he influenciado demasiado?», afirma el padre.

Las batallitas y el «compañerismo» que tanto sus abuelos como su padre le transmitieron fueron el motor del ahora cadete para estudiar y llegar a la jura de bandera. «Llevo soñando con ese día desde bien pequeño. Estudiaba para poder llegar a besar la bandera de la Academia. En el momento en el que pude llegar allí y pude ver a toda mi familia uniformada, es el mayor sueño que he tenido».

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