Publicado: junio 13, 2025, 10:07 am

Es conveniente detenerse en la cronología de los hechos que describe la Guardia Civil y cruzarla con la carrera política de Pedro Sánchez desde que apareció en la vida pública. La conclusión es que, allá por 2014, sus colaboradores necesarios comenzaron adulterando las primarias del PSOE para, nada más llegar al Gobierno, dedicarse a adulterar concursos de obras públicas. Es decir, empezaron estafando a los militantes para luego ponerse a robar al conjunto de los españoles.
El informe de la UCO dice que Santos Cerdán y José Luis Ábalos han sacado tajada económica o incluso carnal de un tinglado constante en el tiempo, pero el gran dividendo se lo sigue cobrando el presidente. Para eso puso a dos amorales en los cuatro lugares estratégicos desde los que financiar y conquistar el poder: el Peugeot, la Secretaría de Organización, el ministerio de mayor presupuesto y la comisión negociadora con Carles Puigdemont en Suiza, donde los corruptos guardan los dineros. «Esto no va de mí», dijo ayer para describir algo que sólo va de él, y anunció que seguirá en Moncloa para «regenerar la vida democrática». Tremendo cuajo.
La responsabilidad política es un concepto fluido pero imprescindible. Cuando un dirigente la ejerce, por ejemplo dimitiendo por un caso de corrupción o sometiendo su autoridad a una cuestión de confianza, lo hace para proteger la democracia del descrédito ciudadano o, lo que es lo mismo, para vacunar la convivencia de la antipolítica.
Es natural que algo así no entre en los planes de Sánchez. No se puede pedir que fortalezca el sistema a quien vive de debilitarlo. Con el destrozo institucional que provoca su resistencia vuelve a hacer de la necesidad virtud. Su plan sólo triunfará en una democracia peor.
Sánchez ya tiene en el umbral del banquillo a su círculo familiar más estrecho por cuestiones relacionadas con conflictos de interés, y a los dos hombres fundamentales de su vida política por corrupciones públicas y privadas. También a «su» fiscal general por revelar secretos para atacar a una rival. Una denuncia ha sido admitida a trámite por montar una gestapillo en Ferraz para amedrentar a la UCO. Pero él reivindica la conveniencia de seguir en el Gobierno para, dice, «colaborar con la Justicia». Sus ministros llaman prevaricadores a los jueces un día sí y el otro más, mientras preparan una reforma a la húngara para meterlos en vereda.
Ayer hubo alguna esperanza de que Sánchez permitiera a sus fervorosos seguidores aterrizar en la realidad. Es decir, que reconociera que perdió las elecciones, que no se puede gobernar sin presupuestos, que carece de fuerza parlamentaria para aprobar leyes, que Bruselas le ha cogido la matrícula por anteponer una agenda que divide a los españoles sobre la que une a los europeos, que la OTAN no se fía de su palabra, que los jueces son justos y que la prensa tiene el deber de fiscalizar el poder.
Pero prefirió presentarse como una víctima, asumir que sus socios le subirán la minuta y volver a sincronizar al corifeo de palmeros. No sea que el personal se dé cuenta de que Koldo, Ábalos y Cerdán sólo son la financiera cutre de ese ejercicio de poder ajeno a toda regla llamado sanchismo.