Publicado: septiembre 7, 2025, 4:07 pm

Hace unos días, el periodista Iñaki Ellakuría escribió aquí que en Cataluña «las banderas esteladas han sido reemplazadas en los balcones y las fiestas populares por las de Palestina, por esa necesidad de la menguante clase media catalana de sentir -en un mindfulness ideológico- que está siempre luchando contra alguna fuerza opresora y maligna». Comentando la pieza en la radio, la periodista Leyre Iglesias extendió el fenómeno a la Semana Grande de Bilbao. La izquierda chic en Cataluña y coactiva, subversiva y neoverde en el País Vasco encuentran un reclamo vistoso y poco comprometedor.
La causa palestina, que es la de Hamas [si no lo fuera, Palestina se constituiría en Estado; sus autoridades no lo consuman porque supondría reconocer el de Israel], constituye una bicoca para Bildu. Permite camuflar bajo la exigencia de respeto a los derechos humanos la defensa de una organización terrorista y la ocupación de la calle. Nada de esto le es ajeno. La llamada causa palestina era un asunto iterativo en los intelectualmente deficientes y desordenados pasquines de ETA.
El pastel narrativo tiene guinda: el propósito exterminador lo lleva a cabo un gobierno de «extrema derecha». Resulta complejo aclarar que Netanyahu pretendió, coincidiendo con su respuesta a los ataques de Hamas, reducir las funciones del Tribunal Supremo para «equilibrar» el Poder Judicial con el Ejecutivo y que las corruptelas políticas se resolvieran en el ámbito político. Aquí Sánchez operará simétricamente. Tratará de desviar la atención hacia Gaza mientras libra su pulso con la Justicia y su particular operación de desprestigio y amedrentamiento de los jueces.
No hay nada inocente en las protestas de Bildu, que hace de avanzadilla o coreografía de Sánchez. Tampoco improvisación. La puesta en escena es propia del nacionalismo: sólo banderas palestinas, las autorizadas por los activistas. Los políticos ponen las palabras. Como hizo Albares, alineándose con la bajeza de sugerir la renuncia del equipo ciclista Israel Premier Tech, que ha suprimido el nombre del país de sus maillots. En un régimen como el que quiere Bildu, el director técnico de la Vuelta, Kiko García, sería un delator. Ya ni siquiera se solicita la expulsión de los israelíes por su seguridad sino por la de los demás. En el orden bildu-bolivariano la seguridad no la garantiza la policía sino la coacción política y la voluntad de los extorsionados.
Palestina [Gaza o Hamas] es la apuesta y señuelo de Sánchez para movilizar y aglutinar a la izquierda. Por eso no considera descabelladas las exigencias de Podemos para los Presupuestos. La orquestación es un principio de la propaganda. La flotilla Colau, Díaz y el resto de títeres medran y elevan el tono en busca de palco. Los rehenes han desaparecido de la narración y cronología de los acontecimientos. No son ni siquiera una pieza separada.
El antisemitismo no es un fenómeno nuevo; los boicot y acosos a deportistas o artistas israelíes, tampoco. La última representante israelí en Eurovisión sobrevivió a los ataques de Hamas de septiembre de 2023, primero escondida en un refugio cercano al festival de música al que asistía esa tarde y luego agazapada bajo el cadáver de otra joven. Yuval Raphael quedó segunda en el certamen gracias al televoto. El público español le dio la máxima puntuación.
Su predecesora, Eden Golan, fue abucheada durante su actuación en Malmö y 300 periodistas no comentaron su intervención. Los presentadores españoles mitinearon. Golan quedó quinta, también gracias al voto del público. Golan había pasado la mayor parte de su vida en Rusia; su familia abandonó el país tras la invasión de Ucrania. Unos 20.000 manifestantes se congregaron en la víspera a las puertas de su hotel para intimidarla. Ella, con 20 años, mostró una entereza fuera de lo común, lo que exasperó todavía más a las élites culturales y turba desorejada, que no quiere expulsar a Israel de las competiciones por la implacable devastación de Gaza sino borrar a Israel del mapa. Bildu armiña su bandera y pasado y teje su futuro.