Publicado: septiembre 5, 2025, 1:07 am

Treinta años no son pocos en la vida de una institución. Y, sin embargo, en el caso del Comité de las Regiones, me atrevo a decir que estamos apenas en su etapa de juventud. No siempre ha sido fácil explicar qué es, para qué sirve o qué peso real tiene en el engranaje europeo. Ha habido etapas de discreción, de opacidad casi burocrática, en las que parecía una pieza ornamental del gran edificio de Bruselas. Pero hoy, mirando hacia atrás, veo con claridad que el Comité ha encontrado su razón de ser: convertirse en la voz de los territorios, en el espacio más plural y pegado al terreno que existe en la Unión Europea. Y esa voz no solo es necesaria. Es imprescindible.
El aniversario llega en un momento delicado para el proyecto europeo. Vivimos una ola de desconfianza, de pesimismo, incluso de cinismo hacia la propia Unión. Se cuestiona su velocidad de reacción, su capacidad de decisión, su burocracia interna. Y sin embargo, conviene separar el grano de la paja: Europa puede ser lenta, incluso parecer torpe a veces, pero la idea europea sigue siendo la más poderosa del continente en siglos. Nunca como ahora han sido tan evidentes sus enemigos declarados: quienes prefieren una Europa fragmentada, débil, incapaz de hacerse respetar en un mundo dominado por gigantes.
Lo digo sin ambivalencias: Estados Unidos, bajo ciertas administraciones, se siente incómodo con una Europa fuerte. Rusia hace décadas que busca minar nuestra unidad. China preferiría negociar de Estado en Estado, dividiéndonos. Y, ya en casa, los populismos hacen de caballo de Troya, erosionando desde dentro lo que tanto costó construir. Por eso, defender Europa no es un acto de rutina diplomática, sino una toma de posición ética y política. Y las regiones no podemos ser espectadoras pasivas en este proceso.
Hay una palabra que resume la aportación española a la construcción europea: cohesión. Fue un concepto que costó que Bruselas aceptara y que, sin embargo, hoy es piedra angular de la política comunitaria. Cohesión significa algo muy sencillo y, a la vez, muy revolucionario: que quien más tiene aporte más, y que quien menos tiene reciba más. Es el principio de progresividad aplicado a los territorios.
Eso que en Europa damos por hecho resulta paradójico que ahora se ponga en duda en España. No podemos defender en Bruselas que la solidaridad territorial es intocable y luego en casa abrir paso al privilegio y al enfrentamiento. Sería incoherente, incluso hipócrita. Y si lo decimos en Bruselas, también hay que sostenerlo en Madrid, porque está claro que sin cohesión no hay unión, ni en Europa ni en España.
Aquí entra en juego el Comité de las Regiones. Su valor no está en dictar leyes -ése no es su cometido-, sino en dar voz a quienes conocen de primera mano los problemas y las oportunidades de las y los ciudadanos europeos. Porque en el Comité no se habla de abstracciones, sino de lo que nos afecta en la vida diaria: la política agraria, los fondos de cohesión, la financiación de proyectos locales o la lucha contra el exceso de burocracia que tantas veces asfixia a empresas y ciudadanos.
Además, el Comité de las Regiones ofrece algo de lo que carecen a menudo otros foros europeos, y es el consenso. Allí he visto cómo representantes de distintas familias políticas alcanzan acuerdos que después allanan el camino a la Comisión y al Parlamento. Esa capacidad de entendimiento es, precisamente, lo que más falta hace frente al populismo y los extremismos; la voluntad de sumar en lo esencial, aunque cada cual mantenga su acento ideológico.
Si tuviera que señalar dos amenazas graves para Europa hoy, diría sin dudar que el populismo y la reestatalización. El primero es el virus de nuestro tiempo, pues simplifica problemas complejos, promete soluciones fáciles y fractura sociedades enteras. Lo hemos visto en la gestión de la migración, en la tentación de levantar muros, en la política del frentismo barato.
El segundo es la tentación de algunos de devolver determinadas competencias a los Estados nacionales; por ejemplo, que la PAC o la política de investigación dejen de ser comunes y vuelvan a gestionarse país por país. Eso sería retroceder décadas, desandar el camino andado. Europa nació de arriba hacia abajo, con el carbón y el acero, pero se legitima día a día de abajo hacia arriba. El Comité de las Regiones es la garantía de esa legitimidad.
Treinta años después de su creación, el Comité no es ya un órgano marginal, sino un espacio en el que se construye parte de la Europa real. No sustituye a los Estados, pero los complementa. No toma decisiones vinculantes, pero orienta y acerca la política europea a la vida de la gente. Y, sobre todo, recuerda que la unidad europea no se decreta en cumbres solemnes, sino que se construye día a día en los territorios, en las ciudades, en las comunidades autónomas.
Por eso, hoy especialmente, las regiones debemos estar presentes, participar, hacernos escuchar. No para reclamar privilegios, sino para fortalecer el principio de cohesión que nos une. Porque si Europa avanza, lo hace en pluralidad y unidad, y así avanzamos todas y todos. Si las regiones juntas sumamos, el proyecto europeo seguirá siendo, con todas sus imperfecciones, la forma de vida más envidiada del mundo: una combinación de democracia, libertad y derechos que merece ser defendida sin ambigüedades.
Treinta años después, el Comité de las Regiones sigue recordándonos algo que es esencial: que Europa no es solo una idea, es una acción compartida. Y que esa acción, para que sea justa y duradera, debe tener siempre un principio rector: la cohesión para todas y todos.
* Emiliano García-Page es presidente de Castilla-La Mancha y dirigente del PSOE.