Publicado: agosto 23, 2025, 10:07 pm

La alianza de Junts y ERC con el presidente Pedro Sánchez, a prueba de deslealtades cruzadas e incumplimientos, despojó en esta legislatura al independentismo catalán del que ha sido su principal razón de ser desde el siglo XVIII y la justificación del golpe de Estado fallido de 2017: la existencia de un supuesto y viejo conflicto político entre dos realidades nacionales, en el que Cataluña es la víctima maltratada, y que, tras múltiples fórmulas de conllevancia y fracasos, desemboca irremediablemente en la ruptura con el conjunto de España. Una independencia forzada por Madrid y en defensa propia.
Evidentemente, la pretensión de mantener vivo el relato del conflicto político ha resultado ridícula e insostenible desde el momento en el que los republicanos y neoconvergentes se convierten en los principales socios del actual Gobierno español y renuncian, aunque sea temporalmente, a la vía insurreccional. Un cambio radical de los planteamientos de 2017 que está llevando al nacionalismo a fomentar un conflicto social interno, con la lengua y la cultura como ejes sentimentales, y con un despliegue de argumentos xenófobos y acciones totalitarias desde los partidos políticos, asociaciones y medios de comunicación, para tapar el gran engaño colectivo que fue el procés y su impotencia actual.
El choque, por tanto, ya no sería con el Estado, como se pretendía con el intento de secesión unilateral de 2017, sino que se está produciendo dentro de la sociedad catalana con aquellos extranjeros, especialmente castellanohablantes, que estarían protagonizando un proceso de colonización encubierto, tal como habría ocurrido a mediados del siglo pasado con la inmigración española enviada por Franco con ese propósito, y que amenaza la existencia de la «lengua propia» y de la continuidad histórica de la identidad catalana. Recordemos que Artur Mas, aquel hijo político tonto de Jordi Pujol que condujo con la soberbia del pijo barcelonés a Cataluña al desastre, justificó el inicio del procés para defender el idioma y la cultura.
Bajo esta delirante interpretación —la paranoia es uno de los rasgos definitorios de todo nacionalismo—, se enmarca el acoso físico y mediático que está sufriendo una heladería en el centro de Barcelona y su propietario argentino, con pintadas y pegatinas acusándolos de ser «fascistas de mierda», señalándolos como «el enemigo», e invitando a que «los colonos se vayan a su casa», por supuestamente ser unos catalanófobos.
Una manera de actuar del nacionalismo catalán que recuerda demasiado a la persecución que los nazis hicieron de los negocios judíos en media Europa hace ochenta años, o al acoso que sufrió por parte de ETA y su entorno la librería Lagún de San Sebastián, y que lamentablemente se está convirtiendo en algo habitual en la Cataluña de la «convivencia y la concordia» que preside el socialista Salvador Illa.
MODUS OPERANDI
En el caso de Helados Dellaostia, el nacionalismo ha seguido un patrón que se está repitiendo en todo este tipo de escraches, lo que invita a pensar que existe un manual de caza y acoso al «colono». Siempre todo parte de una denuncia en redes sociales de alguien —esta vez el concejal de distrito de ERC Guillem Roma— de haber sufrido algún tipo de discriminación o insulto en un negocio por hablar en catalán, aportando a veces un vídeo grabado con el móvil o una foto para respaldar su acusación. Poco después, llega el ataque de la jauría en redes, donde participan entidades como Plataforma per la Llengua, partidos políticos y supuestos periodistas como Pilar Carracelas, Antonio Baños o Albano Dante Fachín, elevando una anécdota poco clara y confusa a la categoría de noticia, llamando al boicot y a hacer la vida imposible al negocio o al empleado tristemente señalado.
La mayoría de las veces, un inmigrante que lleva pocos meses viviendo en Cataluña -en Dellaostia no entendió la palabra «maduixes», fresas en español-, que no domina todavía el idioma y que se defiende como puede o sabe. Muchas veces los acosadores/denunciantes ofrecen en redes sociales datos personales del dueño del negocio o del trabajador, exigiendo su despido inmediato. Una miserable campaña orquestada.
Esta estrategia de espionaje, denuncia y escrache avanza en pleno clima contra la inmigración en Cataluña —la reacción ante un cambio radical del paisaje social, cada vez más diverso y multicultural—, con la emergencia de la formación Aliança Catalana de Silvia Orriols que actualiza y expone sin complejos la tradicional xenofobia del nacionalismo catalán y una aspiración totalitaria y perversa: la voluntad de querer vivir solo en catalán en una sociedad bilingüe y en la que el español es la lengua mayoritaria en Barcelona y su cada vez más grande periferia urbana. Un intento de presentar al español —y a sus hablantes— como una lengua extranjera, impuesta de manera antinatural en Cataluña.
La rebaja aspiracional del independentismo catalán es notable: de proclamar de manera unilateral la república —en la que según un anuncio de la ANC en 2017 iba a garantizar a todos los niños poder disfrutar de helado gratis todos los días—, a orquestar un escrache colectivo contra un pobre heladero argentino de Barcelona. Sin embargo, esta decadencia no significa una victoria del Estado ni del Gobierno, como proclama el sanchismo, sino su ignominia, ya que la jauría independentista actúa bajo su consentimiento y aval por simple interés electoral.