Publicado: julio 26, 2025, 2:07 am

Eran aproximadamente las 10.20 de este viernes cuando Juana Rivas tiró la toalla y accedió finalmente a abandonar el Complejo Judicial La Caleta, en Granada, y con ello a su hijo Daniel en manos de las psicólogas del lugar. La mujer, que había llegado al lugar a las 9.00 horas junto a su abogado y su hijo, de 11 años, llevaba «cerca de 45 minutos» haciéndose la remolona. Su defensa había planteado los últimos y cada vez más peregrinos recursos -entre ellos, uno fundado en una grabación de tres horas realizada el pasado martes en el Punto de Encuentro Familiar por su hijo mayor, Gabriel-, y Rivas -sin vahído esta vez- estiró como pudo el tiempo otorgado por la juez Cristina Luis para la despedida. La juez archivó todo, como ha venido haciendo en general la Justicia con sus denuncias, y Juana claudicó.
Pero dejó su firma. Después de que su abogado, Juan de Dios, le dijera a Daniel que tenía derecho a oponerse a la entrega y a que se le «escuchara» -en abierto desafío a la orden de la magistrada, que pidió a la madre y su entorno que facilitaran la ejecución de la sentencia italiana, y convencieran al niño de que debía irse-, Juana se encaró con los policías del garaje. Levantó el dedo. Y gritó: «¡Pues que sepáis que el niño no se va a ir!», antes de subirse al Cupra Formentor en el que había llegado y atravesar la nube de fotógrafos rumbo a Maracena.
En ese momento la profecía parecía posible. Daniel, que venía con la tripa un tanto revuelta -el contenido completo de este texto procede de fuentes presenciales a las que ha accedido EL MUNDO-, pidió en cuanto su madre y el abogado de esta desaparecieron ir al baño. El policía que le custodiaba le dejó ir, pero en vista del percal inhabilitó el pestillo de la estancia. Acertó. Daniel, que llevaba hora y media repitiendo como un papagayo que no se iría con su padre, que Francesco Arcuri le iba a «matar», y que nadie le escuchaba -con las psicólogas judiciales, habituadas a estos trances, muy impresionadas por lo que entendían un «discurso aprendido» y «programado»-, se atrincheró en el baño.
El policía intentaba entrar y Daniel se lo impedía, pegando patadas primero a la puerta y al menos una le cayó al sufrido agente. Nada que no se pudiera calmar con un poco de mano izquierda. Rápidamente reducido, el chaval siguió repitiendo su ciego mantra, tal y como lo describen los testigos, hasta que en la sala apareció una figura vagamente familiar.
Rodeado de psicólogas que le explicaban que debía volver a Cerdeña, a la que fue su vida desde los tres años, cuando acabó la sustracción por su madre en 2017, hasta hace siete meses, de golpe Daniel vio a su padre aparecer. Francesco Arcuri -quién días antes había confesado a algunos allegados su creencia de que, si no se consumaba la entrega, perdería a su hijo para siempre- le miró a los ojos, y el chico detuvo su cháchara. Arcuri, que llevaba toda la mañana como un flan, y varios días muy cansado contando en decenas de medios su via crucis de años, se agachó y se encaró amistosamente con Daniel.
Las psicólogas procedieron a separarse entonces, y una dijo: «Ahora sí que esto parece una entrega normal». El abogado de Arcuri, Enrique Zambrano, observaba la escena tras un cristal. Unos minutos antes, Arcuri, antes de entrar en la sala de Daniel, le había mandado un mensaje: le pedía que llamara a la psicóloga que ha trabajado con ellos, porque percibía, escuchándolo desde una habitación cercana, que el niño estaba «muy hostil».
Algo cambió en cuanto los ojos de ambos se encontraron. Daniel todavía estaba torvo, rígido, enfadado, pero ya no gritaba. De hecho, no decía nada. Arcuri, que según las sentencias italianas lleva años aguantando las manipulaciones y victimizaciones maternas sobre sus hijos, y que según los jueces perdió así a su hijo mayor, Gabriel -a la misma edad que Daniel, por cierto, el mayor fue secuestrado y comenzó a separarse de él al calor de las inducciones maternas-, se aproximaba al pequeño para intentar no perderlo.
De pronto, la animosidad había desaparecido. Lo que las psicólogas vieron en ese momento fue a Arcuri hablando con tiernas palabras a su hijo, recordándole el barco en que ambos surcan el Mediterráneo pescando, y al gato que le esperaba en casa.
En realidad, y aún con el manicomio montado en los exteriores del edificio, con 200 policías personados y conexiones televisivas en directo, al final todo fue «muy fácil», dijo Arcuri a EL MUNDO. Tanto que el letrado Zambrano tuvo que retirarse un momento al excusado y cuando regresó al teatro de las operaciones fue informado de que padre e hijo sencillamente ya habían bajado al garaje y «se piraban». Inesperado, o quizás no tanto: sin la sombra del entorno materno encima, a Arcuri le habían bastado 20 minutos para reconectar con su Daniel.
Zambrano tuvo tiempo de hablar con la juez Cristina Luis, que llegó a traslucir la emoción del momento, antes de bajar al garaje y encontrarse a Daniel y Francesco tan panchos. Intentó darle la mano a Daniel, que se negó. Poco a poco. El entorno de Arcuri había preparado una compleja operación de salida, dado que en 2017 detectaron que fueron seguidos antes de abandonar España, y por si el niño se ponía particularmente farruco en el periplo.
No fue necesario. El Mazda del abogado abandonó el lugar en dirección prohibida escoltado, y con Daniel charlando animadamente por videollamada. Primero con un amigo de Carloforte y luego con otro. Con ambos llevaba sin hablar desde diciembre por decisión materna. Los tres adultos del coche -también iba el letrado sardo de Arcuri, Serlapo Bardi- sintieron un curioso clic en el niño: «De pronto le vimos mirar a Francesco fijamente, después de hablar con uno de sus amigos, y cómo se relajó y el rictus le cambió».
EL MUNDO pudo compartir unos momentos con Daniel. Al chaval, que según su padre es «un crack» como extremo derecho, le gustan Mbappé y Ballotelli. También le interesa el tenis. Estuvo charlando tranquilamente con varios amigos de Arcuri, incluido algún responsable consular italiano, alternando alguna sonrisa con una expresión de desconcierto. Nada raro: dos horas antes estaba gritando que su padre le iba a matar. Ahora, estaba tranquilo. Luego, Arcuri, Bardi y Daniel emprendieron el regreso a Italia vía Madrid, por carretera.
Las cosas más importantes pasan así. Cuando llevaban hora y media en el coche y perdían la mirada en los retos futuros, Daniel se apoyó en el hombro de su padre. Un ratito después, la cabeza del niño cayó, acurrucado, sobre las piernas del adulto. Arcuri comenzó a acariciar la cabeza del chaval. Sin más, un padre y un hijo.