Publicado: junio 2, 2025, 4:07 pm

Se cumplen siete años de la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa, y se ha escrito mucho sobre cómo han envejecido aquellas proclamas acerca de la necesidad de regenerar la política. El contraste entre los discursos de Ábalos y Sánchez y la situación actual de un Gobierno débil, impopular, cercado por graves escándalos y empeñado en una corrosiva huida hacia adelante resulta elocuente. Es como si Dorian Gray se hubiera refugiado en las hemerotecas y su retrato hubiese salido a la calle, a la vista de todos. Claro que ya estamos acostumbrados a que haya una gran distancia entre lo que los socialistas dicen y lo que hacen: el discurso de la moción de censura no fue lo último sobre lo que cambiaron de opinión.
El azar ha querido, en cualquier caso, que el aniversario coincida con la ponencia del Tribunal Constitucional que avala la amnistía a los sediciosos de 2017. Una coincidencia que nos anima a pensar no en contrastes, sino en continuidades; no en contradicciones, sino en coherencia. Ni siquiera hay que entrar en si existía desde el inicio aquel «plan Sánchez» que en su momento denunció Albert Rivera. Basta con comprobar cómo se plantaron entonces las semillas de lo que se ve ahora. Cómo el PSOE aceptó, por ejemplo, un tipo de relación con los separatistas que ha culminado en la amnistía a Puigdemont. Una relación caracterizada por el intercambio de apoyo parlamentario a cambio de impunidad y cesiones. En 2018, solo aceptar los votos de ERC y Junts en el Congreso ya suponía una importante rehabilitación política. Al fin y al cabo, seguían declarando que sus acciones -DUI incluida- no eran reprochables, que Junqueras et al. eran presos políticos y que Puigdemont era el presidente en el exilio. Por eso Ábalos había dicho: «no pueden ser en ningún caso aliados nuestros, ni para una moción de censura».
Desdecirse de aquello ya implicaba una cierta impunidad, el primer paso de un camino que conduciría a los indultos, la reforma del Código Penal y la amnistía. Fue el primer paso, también, en el proceso de deterioro que se ha vivido desde entonces: lo que pedían los separatistas a cambio de su apoyo solo era posible si se sometía la arquitectura institucional y jurídica del país a una enorme tensión. Por otra parte, ya entonces se puso en marcha el discurso con el que se pretenderían disfrazar todos los intercambios posteriores. Había que desinflamar, pasar página, apostar por el diálogo…. También aparecieron en ese momento quienes aceptaron y hasta defendieron aquel volantazo; andando el tiempo, defenderían muchos más. Porque, en 2018, Sánchez hizo una apuesta: si se daban las condiciones y los estímulos adecuados, el votante de izquierdas en España estaba dispuesto a aceptar mucho más de lo que la vieja guardia de su partido pensaba que podría aceptar. Si ahora cumple siete años en la Moncloa, es porque aquella apuesta era acertada.
Es cierto que el camino que va desde 2018 hasta 2025 podría haber sido distinto. Siempre quedará la duda de qué habría ocurrido si no se hubiese malogrado la opción de un gobierno PSOE-Ciudadanos, o si el PP hubiera manejado mejor la campaña de las últimas elecciones
generales. Las cosas podrían haber sucedido de muchas otras maneras, desde luego; pero lo que pasó aquel 1 de junio de 2018 sentó las bases para que hayan sucedido así.