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Cuando dejemos de hablar del apagón

Publicado: mayo 6, 2025, 1:07 am

Actualizado Martes,
6
mayo
2025

02:50

Puede que no haya interpretación más repetida, a la hora de analizar las acciones del Gobierno, que la que sugiere que Sánchez intenta «ganar» un «relato». Ya estemos hablando de la renovación del CGPJ, la impunidad de los sediciosos de 2017, el plan de rearme o el robo de cable que afectó a decenas de trenes, nunca faltan voces que interpretan las palabras del Gobierno como muestra de que intenta dirigirnos hacia una visión determinada de los hechos. Una favorable a sus intereses, claro. No es una novedad del sanchismo: en los años de crisis del sistema de partidos nos hartamos de oír hablar de «relatos» que se ganaban o se perdían; el caso es que siempre estaban en disputa. Otra cosa es que los gobiernos de Sánchez, con su claro deseo de orientar el debate público -detectable en todo lo que va desde las consignas coordinadas de los ministros hasta los movimientos en determinados medios de comunicación, públicos y privados- hayan animado a recurrir una y otra vez a la explicación relatológica.

Esto ha ocurrido de nuevo con la respuesta gubernamental al gran apagón. Desde el principio, muchos vieron las referencias de Sánchez a los «operadores privados» -Red Eléctrica incluida- o su insistencia en no descartar un ciberataque como pruebas de que ahí había algo más que un deseo sincero de averiguar qué había pasado. Más bien se estaría intentando desactivar las implicaciones más delicadas para la Moncloa de este episodio, presentando el apagón como algo que no tenía nada que ver con el Gobierno; si acaso, habría que sospechar de las codiciosas energéticas. Así, y como señalaba Francisco Pascual en este diario, se orillarían cuestiones más espinosas, como los avisos desoídos, los problemas que se derivan de cómo ha planteado el Gobierno el mix energético, o las consecuencias de colocar a afines con escaso conocimiento técnico en puestos estratégicos.

La cuestión es si realmente se busca imponer un relato o si, más bien, se trata de desviar la atención de aquellas lecturas que al Gobierno le resultan más incómodas. De embarrar el debate, en definitiva, hasta que la ciudadanía se canse. Al fin y al cabo, la supervivencia de Sánchez nunca se ha explicado tanto por sus victorias comunicativas como por la limitada capacidad de atención del debate público. Si miramos más allá de sus más fieles, no se puede decir que el Gobierno haya ganado muchas de las «batallas por el relato» que ha librado; si lo hubiera hecho, el PSOE no habría quedado segundo en las últimas elecciones. Sí ha sido habilidoso a la hora de calcular qué polémicas se irían diluyendo con el tiempo, hasta perder gran parte de su capacidad para hacerle daño. Y es muy posible que esto sea lo que acaba ocurriendo con el gran apagón. Es difícil que el Gobierno logre imponer una explicación favorable a sus intereses, pero no lo es que el debate se vuelva tan enmarañado -sobre todo en un asunto en el que se usan términos como «fuentes asíncronas»- que acabe aburriendo a la opinión pública. Y el problema, una vez más, es cuántos fallos se habrán quedado sin corregir, cuántas responsabilidades sin depurar, cuando pasemos a otro tema.

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