Publicado: abril 24, 2025, 4:07 am

Pedro Sánchez va a perderse la cumbre mundial que representará el próximo sábado el funeral por el Papa Francisco. España, en palabras del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, estará representada «al más alto nivel». Esto es, el Rey Felipe acompañado por su mujer, la Reina Letizia. Sin embargo, el resto de la comitiva no será «al más alto nivel». Viajarán las dos vicepresidentas, María Jesús Montero y Yolanda Díaz, y el propio Bolaños, pero el presidente del Gobierno no ha querido participar en el refrendo institucional de este viaje del Jefe del Estado, como tampoco lo hizo ayer en la entrega del Premio Cervantes en Alcalá de Henares.
Este fin de semana, en Roma, España será la única monarquía parlamentaria en la que el líder del Ejecutivo no acompaña a los representantes de la Corona. La ausencia de Sánchez, cuya apuesta por las citas internacionales es conocida, destapa en un acontecimiento de máximo alcance la distancia Moncloa-Zarzuela. Los seis kilómetros entre ambos complejos son ahora un vacío al que parece difícil encontrar arreglo. Paiporta, Notre Dame, el funeral por las víctimas de la Dana, el Cervantes, el funeral al Papa… son estaciones, en sólo 6 meses, que evidencian esa distancia.
El pasado 3 de enero, fuentes de Zarzuela aseguraron que «existe sintonía total entre el Rey y el presidente del Gobierno, en las conversaciones del despacho semanal». Es la misma información que trasladan las fuentes de Moncloa consultadas. Pero son palabras muy medidas, porque la «sintonía» sería, efectivamente, total entre el Jefe del Estado y el líder del Ejecutivo, y los despachos son largos y con contenido. Pero no tan frecuentes como gustaría en la Jefatura del Estado. Antes de la pandemia, los despachos eran semanales y en Zarzuela. Durante el covid se restringieron y cinco años después no han recuperado el ritmo deseado. Son reuniones privadas entre Felipe VI y Sánchez que no aparecen en agenda y que duran más de una hora.
La falta de armonía llega por el engranaje que rodea al presidente, según fuentes de Moncloa. En numerosas ocasiones se ha publicado la poca simpatía del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, por el Jefe de la Casa, Camilo Villarino, compañeros de la carrera diplomática. Esa situación ha llevado a varios malentendidos en los que Zarzuela tuvo que explicarse para no agrandar el desencuentro.
El ejemplo paradigmático fue la reapertura de Notre Dame (7 de diciembre), sin representación de España. A ese mismo hecho apuntan en el Ejecutivo como prueba del problema de falta de comunicación con Zarzuela. En aquella ocasión, fuentes de la Casa explicaron que toda la gestión se realizó a través de la Embajada. Las representaciones internacionales de España mandan a diario sus novedades a Madrid, por lo que el equipo de Albares tendría que estar informado de lo sucedido. Sin embargo, el jefe de la diplomacia española aseguró no saber nada sobre la representación española. Finalmente, Zarzuela se vio obligada a reconocer como propia la decisión de que los Reyes no acudieran a Notre Dame, por razones de agenda, mientras negaban cualquier tipo de desencuentro con el Gobierno.
Nada es igual desde entonces, aunque el germen cuajó un mes antes, el 3 de noviembre, con la visita a Paiporta tras la dana. El acto se convirtió en una batalla campal con lanzamiento de barro a las autoridades. El presidente tuvo que ser evacuado por motivos de seguridad, mientras que el Jefe del Estado y Doña Letizia permanecieron escuchando a los concentrados. Tras la imagen en la que quedó el presidente del Gobierno, desde el Ejecutivo lanzaron que «no era el momento más oportuno» para ir y que se fue por un empeño de Casa Real, pese a que desde el punto de vista de la seguridad se desaconsejaba. Ese domingo el Gobierno decidió, dada la magnitud de la tragedia, que fuera Sánchez quien encarnara el refrendo institucional. Y ahí está una clave de la situación actual.
Según el artículo 64.1 de la Carta Magna «los actos del Rey serán refrendados por el presidente del Gobierno y, en su caso, por los ministros competentes». Desde hace tiempo esa ratificación, en lugar de hacerla al más alto nivel, el Gobierno la utiliza como una herramienta de manejo de la Corona, y a veces esa validación de la agenda de Zarzuela se limita a enviar a un secretario de Estado. Sucede con frecuencia en las tomas de posesión en Latinoamérica, pasó en la gira del Monarca por los Países Bálticos el pasado junio –Robles tuvo que improvisar un viaje el último día para atajar la polémica- y en el funeral por los fallecidos por la dana. Sánchez determinó, como en el caso de las exequias por Francisco, que acudiera la vicepresidenta Montero.
Si el refrendo constitucional es una herramienta, Sánchez también utilizó el papel del Jefe del Estado hace justo un año. Entonces, después de los cinco días que pasó reflexionando sobre su futuro al frente del Ejecutivo, el presidente decidió permanecer en el poder y comunicárselo al Rey en persona. Recorrió los seis kilómetros que separan sus residencias, acentuando las especulaciones sobre su marcha para después confirmar lo contrario en Moncloa.
Incluso actos de «sintonía» tienen un envés. El Gobierno fija en el 22 de noviembre el día más importante de España en Libertad: el que conmemora el discurso en el que el Juan Carlos I, dos días después de la muerte de Franco, prometió ser el Rey de «todos los españoles». En una rueda de prensa, el ministro de Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, aseguró que sería Zarzuela quien decidiría si invitar a Don Juan Carlos, siendo consciente, sin embargo, de que la figura del Emérito está vetada desde Moncloa. Una manera de comunicar, sabiendo que Casa Real no desmiente, que muestra a través de gestos la relación de las partes. Y el funeral de Francisco lo ratificará de nuevo.