Publicado: abril 8, 2025, 4:07 am
Si los ojos no nos fallan, diríamos que José Luis Martínez Almeida ha entrado en el bar Richelieu poco después de que lo hiciera Francina Armengol. El primero, habitual de la casa; la segunda, algo rookie, al menos en apariencia, en las costumbres del rojo neón del restaurante. En efecto, los ojos no han fallado a nadie.
Y así ha salido, entre algún pito que otro: no tanto por novata en la barra genérica como por bogar contra el hábito de los feligreses de la terraza de Eduardo Dato.
La presidenta de la Mesa del Congreso se ha sumergido cueva abajo en un local que suele dar galbana a los de la bancada azul y a casi todos los que ocupan los sillones inmediatamente superiores a los suyos. Concedámosle eso: ha venido. Pero no a reunirse con Almeida -¡imaginen!-, con el que ni siquiera ha cruzado miradas, sino con un grupo de personas.
Pero poco más de una hora ha durado la presidenta de la Cámara Baja en lo que le es territorio comanche, donde ha levantado impresiones, cejas y hasta cabelleras enteras en los conciliábulos de la terraza. Mientras, Almeida, sin pisparse. O sí. Hecho noticiable hubiera sido ese saludo. Hecho noticiable, también, su ausencia. Antes de salir a la calle, small talk en la barra; un pie más fuera que dentro.
Atravesado el umbral de la entrada, breve despedida al estilo hincha; pitidos y algún abucheo de buenas noches a la socialista entre las atentas miradas y los cuellos al borde del desnuque por una estampa tan inédita como inesperada.
