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Pedro a Finlandia, Yolanda a Finisterre

Publicado: marzo 12, 2025, 11:08 am

Pedro amaneció en Helsinki no porque fuera el lugar más alejado del Congreso que se le ocurrió, que también, sino porque pretende hacerse el sueco con el gasto militar. Pero Finlandia, Suecia o Noruega gastan infinitamente más que España en defensa, así que no parece que se vayan a prestar al burdo juego del tahúr sureño: esgrimir el peligro de Rusia para que sus asustados vecinos le ayuden a convencer a doña Úrsula de que Bruselas subvencione el rearme. Otra de fondos, otra de gambas, otra de deuda mancomunada para evitar la venganza de los mercados.

Lo propone porque es la única manera de escamotearle al Congreso el incremento drástico de la inversión militar y los consiguientes recortes en materia social, la más gravosa del presupuesto. Sus socios le abandonan aferrados a la pancarta del «no a la guerra» (justicia poética) y él se niega a derruir el muro para pactar con el PP. Así que anda rezando para que Europa no le imponga el aval parlamentario al rearme mientras ordena rapiñar calderilla de otros ministerios o esquilmar el fondo de contingencia para llegar al 2% del PIB sin incurrir en una sola votación. Como me dijo un compañero en la tribuna de prensa del hemiciclo, «si en este país se pueden mover miles de millones de euros sin pasar por el Congreso, entonces más vale cerrarlo».

Toda la razón. Podríamos ahorrarnos los sueldos de los diputados, museificar la cámara, montar en ella una escape room («¡Escapa de la democracia liberal! ¡Diviértete encontrando el camino del autócrata!») o diseñar una experiencia inmersiva en 3D que reconstruya los hechos más excitantes de nuestro pasado parlamentario. El general Pavía entrando en caballo. Tejero irrumpiendo y su tropa ametrallando el techo (ahí el turista podría elegir entre sentirse como Bono y echarse al suelo o como Suárez y quedarse en el escaño). La Pasionaria amenazando de muerte a Calvo Sotelo. Incluso aquella vez que las de Femen enseñaron las tetas en la tribuna de invitados. Hablando de tetas, también podríamos revivir la moción de censura de Ábalos, con posterior cata de whiskys en el Arahy junto a un holograma de don Mariano.

Como no había presidente al que controlar, nos concentramos en anotar gestos, señales. La ausencia de Abascal, en todos los sentidos. La presencia de la ministra Sira Rego, en representación del Pacto de Varsovia. La sonrisa congelada de Yolanda en plena rebelión de sus propios coaligados. Poco más. Con el gato en Finlandia, los ratones se relajan.

La sesión transcurría plana, sin que los subalternos del número se aplicaran con verdadero ahínco a la tarea de controlar a la oposición. María Jesús Montero estrenaba incluso cierta sobriedad gestual, apenas extendió los brazos un par de veces mientras salmodiaba datos macro y ataques al PP. Una desgana penosa. Y un teatro enojoso el que representó con la señora de Bildu, que quería cerciorarse de que Euskadi no va a aportar un solo euro a la solidaridad del Estado con esto de la quita de la deuda. Montero la tranquilizó, aunque no le dijo lo que debería decirle una socialista andaluza a una separatista vasca: «No te preocupes, Mertxe, que me han encomendado blindar las cuentas de vuestro racismo».

Quien sí logró calentar a Marichús fue Ione Belarra. La portavoz de Podemos acusó al Gobierno de «lamer las botas de un fascista como Donald Trump» a cuenta del gasto en defensa (falso). Advirtió a su excompañera de gabinete que nadie la había votado «para hacer leyes racistas con la derecha catalana» (cierto). Y remató la faena augurándole una derrota al PSOE en las próximas elecciones (no del todo cierto: la derrota ya ocurrió en 2023). La vicepresidenta se revolvió contra esa true left que va repartiendo carnés de antifascismo, como si el PSOE no llevara años quemando el ciclostil de credenciales progresistas.

A don Félix también lo vimos algo apocado. Declarar como testigo ante el juez Peinado para tratar de defender a la señora de su señor no entraba seguramente en su plan ideal para esta Semana Santa. Tampoco las cenizas de Marlaska presentan su mejor aspecto. Tellado las removió con poco tacto, según su especialidad, y de todas las palabras que contiene el diccionario el ceniciento ministro del Interior que juzgó ilegal la delegación de las competencias migratorias fue a balbucir la palabra «coherencia». Pero Marlaska cuenta desde hace tiempo con una enorme ventaja, como sabe la Casa Greyjoy de Juego de Tronos: lo que está muerto ya no puede morir. El que está carbonizado ya no puede arder.

El pleno solo cobró temperatura cuando tomó la palabra Ester Muñoz. El tema era fácil -cómo se atreve la mentora de Íñigo Errejón a presumir de feminismo-, pero la oradora leonesa clavó la intervención. Manejó bien el reloj y fue modulando el tono para acabar en alto: «Hace cien veces más daño que una mujer permita que la usen para blanquear el machismo que un Íñigo Errejón o un Ábalos». La ovación de su grupo fue larga y Yolanda Díaz acusó el impacto, seguramente porque en el fondo comparte el mismo desprecio que su adversaria por los machistas de izquierdas, más peligrosos porque no se les ve venir tan fácil como a los de derechas. Pero eso no la exculpa de su responsabilidad en el ocultamiento de las denuncias contra el camarada Errejón ni de la hipocresía de graduar el «yo sí te creo» dependiendo del coste partidista. Todo apunta a que se aproxima el finisterre político de Yolanda.

El pollo que se montó a continuación en el hemiciclo no solo revela la degradación de la retórica institucional. También delata la debilidad terminal de Díaz, y por extensión del artefacto llamado Sumar, uno de cuyos diputados –Guijarro– no logró contenerse y amenazó a gritos a la oposición en un trance desquiciado. Caso Errejón, presión de Podemos, malas encuestas y ahora un drástico giro militarista: el nerviosismo es comprensible. Y no todos los sufridos defensores de la CoPro (Coalición Progesista) pueden escaparse cuando quieran a Finlandia.

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