Publicado: marzo 10, 2025, 3:07 am

El sargento Miguel apenas llevaba tres meses al frente del equipo de Delitos contra las Personas de la comandancia de la Guardia Civil de Oviedo cuando llegó a sus manos el caso más extraño de identificación de un cadáver que ha tenido nunca.
Eran las 17.00 horas del 11 de enero de 2015. El 112 les había trasladado la llamada de dos excursionistas que se encontraban en el mirador de Los Rebecos, a la altura del kilómetro 50 de la AS-227, la carretera que une las localidades asturianas de Pola y Puerto de Somiedo, ya en la frontera con la comarca leonesa de Babia. «Los excursionistas estaban viendo a los rebecos que comían enfrente, de ahí el nombre del mirador. Cerca de ellos vieron un objeto verde y al acercarse, una mano«, relata el sargento.
Al llegar los agentes al lugar comprobaron que el cuerpo había sido originariamente envuelto desnudo en una manta y luego metido en una bolsa grande verde de las que se usan en jardinería. «Las alimañas del lugar lo habían sacado de la bolsa y le habían arrancado una pierna», cuenta el responsable del caso.
El mero examen ocular del cadáver resultó impactante. «Era muy delgado, extremadamente delgado, y tenía numerosas deformaciones: en el pecho, en la espalda, en la cabeza, en las piernas… posiblemente nunca había podido caminar». La autopsia ahondaría aún más en la rareza del cuerpo: 1,40 metros de altura, 35 kilos de peso, varón de raza blanca, de entre 45 y 60 años, nacido con parálisis cerebral, ciego por las cataratas que sufría en ambos ojos, probablemente sordo, sólo capaz de articular sonidos guturales, sin ninguna pieza en la dentadura superior y con unas cuantas sólo en la inferior…
«El cuerpo no tenía signos de violencia y la autopsia determinó que fue una muerte natural, pero nosotros tratamos el caso como si fuera un homicidio para proceder a su búsqueda e identificación», explica el sargento. El examen forense estableció además que podría haber fallecido dos-tres días antes de su hallazgo y puesto que, según contaron los paisanos del lugar, los buitres lo hubieran devorado en menos de 24 horas, se dedujo que lo habían dejado en el mirador de Los Rebecos poco antes de que los excursionistas lo encontraran.
Tenía el cabello bien cortado, barba de varios días pero cuidada, uñas largas pero limpias… Lo habían atendido correctamente hasta su muerte. Y, puesto que lo dejaron en un mirador, quienes se deshicieron de él querían que fuera hallado. «Veinte metros más a la izquierda y no se hubiera encontrado. De hecho a los dos días comenzó a nevar y estuvimos un mes sin poder acceder al lugar».
Todo esto se concluyó en las primeras semanas de investigación, pero faltaba por responder la pregunta clave: «¿Quién era el ‘hombre delgado’, ‘el cuerpo de Babia’ o el ‘cadáver de Somiedo’, según los distintos nombres que la prensa asturiana y castellanoleonesa le puso al enigma?».
Un cotejo de sus huellas dactilares lo hubiera resuelto en el momento, de ser posible compararlas con las del DNI de todos los españoles, pero legalmente no está permitido y técnicamente tampoco es posible. El sargento Miguel y sus agentes sólo podían confrontarlas con las de las personas fichadas, con las bases de desaparecidos o con alguien en concreto si tenían un seria sospecha de quién podía ser.
Así lo hicieron en alguna ocasión, cuando bajó la nieve y recorrieron «puerta a puerta» todas las casas de los pueblos colindantes al lugar del hallazgo, la mayoría casas diseminadas. De ser el fallecido de la zona, era difícil que los vecinos no conocieran a alguien tan peculiar físicamente, pensaron.
Lo cierto es que sólo encontraron negativas. Recurrieron también a los curas, que bien podrían recordar el nacimiento de un bebé así. «Preguntamos no a los que hay actualmente, sino a los de hace 40 y 60 años. Recuerdo a uno que tenía 92 años y no le sonaba de nada», explica el sargento. Las matronas de la época tampoco recordaban haber traído al mundo a nadie con esas características. Se sondearon hospitales, centros de salud y a la consejería de asuntos sociales. En algún momento debía de haber recibido atención médica…
Tiraron también del hilo de la manta verde, que tenía medio siglo y sólo la habían dispensado dos centros comerciales ubicados en Burgos y Gijón, pero no se conservaban registros de ventas tan antiguos como para saber quiénes las habían comprado.
Unos meses después, se difundió un retrato robot y se pidió la colaboración ciudadana. Nada. La investigación llegó a un callejón sin salida. «Todos los años le dábamos una vuelta y si venía un compañero nuevo se lo hacíamos mirar por si se nos hubiera pasado algo», dice el sargento Miguel.
En enero de 2025, justo al cumplirse una década del hallazgo del cadáver de Somiedo, la unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (Udev) de la Comisaría local de Gijón recibió un encargo aparentemente rutinario. El juzgado de instrucción número 4 de Gijón les solicita la localización de una persona desaparecida: Un varón de 65 años judicialmente incapacitado y aquejado de severas patologías que le privaban completamente de autonomía», explica la capitana al frente del caso.
Luis María J. C., como se llamaba el hombre al que tenían que buscar, llevaba desde los 90 bajo la guarda de sus dos hermanos. A ellos se habían dirigido reiteradamente los servicios sociales para pedirles que llevaran a Luisín a un examen médico para revaluar su grado de discapacidad. Y, como éstos no acudían con el enfermo, la Justicia había acabado recurriendo a la Policía Nacional.
«Resultó llamativa la ausencia de referencias sobre Luis María, y en especial la inexistencia de historiales médicos recientes a su nombre, referenciando los diferentes hospitales asturianos no haber atendido al ahora desaparecido en la última década. En el mismo sentido, se comprueba que su receta electrónica se encuentra inactiva en el sistema de salud, siendo estas dos circunstancias incompatibles con la vida en vista del cuadro médico que presentaba», explican en la Udev.
Dando por muerto a Luis María, la investigación se centró en la búsqueda de los hermanos. Los agentes localizaron varios domicilios en los que habían residido, todos vacíos, puesto que cambiaban habitualmente de dirección. Hasta que en febrero fueron localizados y detenidos en Euskadi -probablemente huían- y trasladados a Gijón. «En dependencias policiales, la hermana de Luis María confiesa lo acontecido, manifestando de manera críptica lo siguiente: ‘El hombre de Babia’«, explican en la Udev. El cotejo de la huellas de Luis María con las que el grupo del sargento Miguel habían tomado al cadáver de Somiedo acabó por resolver el enigma.
Durante una década, Enrique y Enriqueta -así se llaman los hermanos- habían estado cobrando la pensión y las ayudas de dependencia de su hermano: cerca de 3.000 euros al mes; más de 350.000 en toda la década. La jueza les imputa los delitos de fraude a la Seguridad Social y homicidio por omisión de socorro, al estimar que no pidieron ayuda médica cuando Luis María enfermó.