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Izas y Rabizas

Publicado: marzo 1, 2025, 1:07 am

Actualizado Sábado,
1
marzo
2025

00:37

Aurora Nacarino-Brabo hizo el martes en el Congreso un excelente discurso sobre la naturaleza corrupta del sanchismo. Y arrancó el relato en el momento preciso: el 31 de mayo de 2018, cuando José Luis Ábalos hizo la defensa parlamentaria de la moción de censura. «Aquel día D del sanchismo», dijo la diputada, «Ábalos habló de dignidad, decencia y democracia. El resto es historia».

Una primera consideración sería el pasmo de comprobar que contando con parlamentarias como ésta, Cayetana y Ester Muñoz, el PP siga teniendo como portavoz a Cuca Gamarra, pero esa, como diría el gran Moustache, es otra historia. Pero vayamos a mandamiento: varias veces he seguido aquella intervención parlamentaria de José Luis Ábalos, que era la primera que veía y se asemejaba a la célebre escalera de gallinero al decir de Santiago Rusiñol: corta, pero llena de mierda. Por contraposición, Rajoy parecía Demóstenes. Pero en ningún momento había supuesto que pocos años después nos iba a deparar el espectáculo de lo suyo con Jéssica R. una moza de fortuna con la que mantuvo una relación de cuatro años. Ella percibía una compensación por sus esfuerzos amorosos, que entre el alquiler del piso, los viajes acompañando a su mandante y los sueldos de las dos empresas públicas en las que la colocó Ábalos, sin necesidad de que fuera a trabajar, superaba largamente el sueldo del ministro.

He aquí la cuestión: la Jesi tenía que cobrar lo suyo de dinero público. No digo que no se lo ganara basta imaginar un encuentro sexual de mozuela tan garrida con un tipo como Ábalos para entender que tuviera una compensación por trabajos penosos, peligrosos, insalubres o degradantes. El problema es que cobrase salarios de empresas públicas sin trabajar, porque eso es corrupción. José Luis Ábalos se limitaba a seguir una tradición con mucho arraigo en el socialismo español desde que la formulara Rafael Santano al contar a su alcalde, que lo era de Baena, el mecanismo que los socialistas municipales habían ideado para sufragar sus excursiones al Milady Palace, un puticlub de Marbella: una red de facturas falsas con advocaciones piadosas a la Virgen de los Desamparados y por ahí: «Es que, alcalde, a mí me da apuro gastar dinero mío en estas cosas».

Que un sujeto cualquiera dedique una parte de su sueldo a encuentros con mercenarias del amor es asunto sobre el que no me pronunciaré, siempre con dos condiciones: que el ejercicio de la prostitución sea libre por la otra parte contratante y que el dinero no sea público, no como el que sufragaba las expansiones de entrepierna de Ábalos. Quiero destacar además, que el caso de Jesi es una metáfora del sanchismo. La prostitución goza de profundo arraigo en el socialismo, basta evocar el puticlub Rosalex de Pamplona, donde Santos Cerdán, número 3 del PSOE, descubrió a Koldo García Izaguirre, que trabajaba de portero. ¿Qué habría ido a hacer allí Cerdán y cuántas veces para forjar amistad con el portero? Recuerden las saunas de Sabiniano, suegro y padre de la pareja presidencial, las fiestas de ‘Tito Berni’, que llegó a celebrar en el puticlub Sombras el mismo día que habían condenado la prostitución en el Congreso. «Pásame el catálogo», escribía en WhatsApp a un colega del caso Mediador. En putas y cocaína se gastó una parte del dinero que los socialistas drenaron en el caso de los ERE.

Y luego está la paradoja Ábalos: se han pasado la vida criticando el denuesto de lo público y alabanza de lo privado que es seña instintiva de la derecha y a la hora de la verdad, lo primero que hace el número dos de Sánchez es privatizarse una señorita que antes era un bien público en el catálogo que llevaba Koldo en el móvil.

Lo suyo es alquilar señoritas de compañía, pero es comprensible; tienen que sentirse muy solos.

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