Publicado: febrero 23, 2025, 7:07 am
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Pocas obras hay como Después del muro, de Kristina Spohr, que hayan captado mejor el espíritu del mundo de 1989. El que ahora se termina. Es el suyo un análisis apasionado sobre las oportunidades infinitas que se abrían tras el fin de la Guerra Fría, pero también realista sobre las limitaciones. En particular sobre las de la Europa reunificada. «La UE se vio coartada por su lealtad a dogmas forjados después de 1945 y por la ausencia crónica de un poder político y militar independientes», dice. «Cuando en los años 90 se dispuso a cosechar los dividendos de la paz posterior a la Guerra Fría, se vio a sí misma no como un modelo de poder militar, sino civil».
Las consecuencias de esta atadura al pasado bélico del continente, que obligaba al motor franco-alemán a concebir la unidad europea sólo desde el punto de vista de la prosperidad económica y las medidas sociales, se están sufriendo ahora, con la espantada de Trump.
España fue partícipe de este zeitgeist más que nadie. Puestos a tener complejos de los pasados militares, el español iba más lejos que ninguno y hemos ocupado orgullosos el ahora deshonroso último lugar de la OTAN en gasto militar.
Pedro Sánchez está afrontando la situación a su manera. La mirada corta de sus cientos de asesores se ha apresurado a susurrarle que la previsible ola antiamericana en reacción a Trump le va a beneficiar. Dos años de internacional ultra hasta las próximas elecciones, quién podía soñar con algo más perfectamente polarizante. Pero las consecuencias del giro americano son graves, las señales de alarma se acumulan y su postura egipcia de perfil ante las apelaciones para subir ya el gasto militar no ha pasado desapercibida en Bruselas. Al final, que Macron te invite a su cumbre es un éxito, pero te sientan entre el líder francés y el premier británico, dos potencias nucleares que están liderando -a la espera de las elecciones hoy en Alemania- la respuesta a Trump y Putin, y tus carencias se notan demasiado.
Conviene, además, no olvidar que España tiene una relación militar multilateral con EEUU, a través de la OTAN, pero también una relación bilateral, a través del Convenio de Cooperación para la Defensa. El acuerdo se remonta a los Pactos de Madrid de 1953, que sacaron a la España franquista del aislamiento internacional y que pusieron a Berlanga a rodar Bienvenido, Mister Marshall, símbolo absoluto de la época. Y aunque los americanos no lanzaron el tractor en paracaídas que soñaba el campesino de la película, sí fueron un motor fundamental del desarrollo económico y social del país.
La consecuencia más conocida de los Pactos fueron las bases militares, pero lo importante fue la relación profunda que se estableció entre ambos países, empezando por «el mantenimiento de la seguridad y plena integridad territorial» que sigue garantizando el Convenio actual. El vínculo atlántico fue fundamental en la Transición -el discurso de Juan Carlos I en Washington en junio de 1976 fue su punto de partida-, y sirvió para apaciguar a Marruecos en la Marcha Verde o para meter al país en la OTAN.
Aunque la relación ha tenido muchos altibajos y lleva años arrastrada entre la mediocridad de la política exterior española, que los americanos puedan marcharse ahora con la misma velocidad con la que atravesaban Villar del Río es un riesgo gigantesco que el Gobierno parece ignorar. En un contexto de cuestionamiento del esquema internacional de 1989, todos los escenarios deberían considerarse. En España sigue habiendo hasta 4.750 militares de EEUU en las bases de Rota y Morón, prueba del interés estratégico de nuestro país. Único en la UE con una frontera terrestre con África, la amenaza de Rusia suena lejana a gran parte de la población, pero se olvida lo que hay en el sur: Marruecos, un «aliado importante» de Washington; un Sahel abandonado por Europa y en el que se expande Putin; Canarias, asediada por la inmigración ilegal. Tráfico de personas y de drogas, yihadismo, conflictos armados. ¿Películas de guerra? Quién podría haberle dicho a Dinamarca que tendría que defender Groenlandia y anunciar un «rearme masivo». La necesidad para estar preparados existe, pero para afrontar un problema de Estado de este calibre Sánchez debería saltar su muro para ver qué hay al otro lado. Ejército y español son palabras vedadas en sus socios.
Hay otro punto clave en el libro de Spohr: los personajes. Lo que pasó en 1989 fue posible gracias a Gorbachov, Kohl, Mitterrand, Thatcher o, en España, Felipe. Diferencias importantes con la actualidad. Mención aparte merece Bush, un líder injustamente maltratado. De todos sus brillantes y proféticos discursos, me quedo con este de 1992: «El destino, dicen, no es cuestión de suerte; es cuestión de elección. No es algo que haya que aguardar; es algo que hay que alcanzar. Y nunca podemos estar seguros de que nuestro futuro será mejor que el pasado. Podemos transformar nuestro tiempo o dejar que él nos transforme a nosotros. Y nos transformará, a un coste aterrador».