Publicado: diciembre 19, 2025, 12:07 am

Pedro Sánchez ha recibido esta semana uno de los mazazos más duros de la legislatura. No tiene que ver con la comisión de Santos Cerdán, ni con la aparición de algún gasto lujurioso de José Luis Ábalos, ni siquiera con el hallazgo de otro rastro de babas que evidencie que el acoso a las mujeres estaba asentado en la cultura del PSOE más allá de la bragueta de Francisco Salazar. Esto es peor.
El semanario The Economist ha dedicado su última edición a estudiar si se puede frenar a la derecha populista. Y la conclusión es que Santiago Abascal todavía no es nadie de quien preocuparse. Su rostro no figura en la portada, donde aparecen los franceses Jordan Bardella y Marine Le Pen, el británico Nigel Farage, la alemana Alice Weidel y la italiana Meloni, a la que coloca como ejemplo de pragmatismo. Tampoco aparece el líder de Vox citado en el texto.
Toneladas de fondos públicos dedicados a presentar a España como un hervidero de franquistas campando por el Estado profundo y Europa no ve un problema grave. ¿Quiere decir que no le repugnan las propuestas de Vox? No. Quiere decir que hay alternativas para frenarlo, como por ejemplo que el PSOE pueda apoyar el PP si vuelve a quedar como segunda fuerza. La peor pesadilla de Sánchez.
Al igual que Abascal, todos los líderes políticos representados en la portada de The Economist defienden la teoría del gran reemplazo. Según ésta, la inmigración descontrolada y la alta natalidad de las familias musulmanas provocarán la sustitución de los valores europeos, asociados al cristianismo, por los islámicos. Se trata, naturalmente, de un falso dilema, pero muy eficaz entre las clases medias empobrecidas.
El gran reemplazo que hay en marcha en España es otra cosa. Se sustancia en la operación para relevar al gran partido del centroderecha tradicional, el Partido Popular, por otro radical. Es una iniciativa que impulsa el aspirante, Vox, y en la que participa activamente el Gobierno de coalición, que infla las expectativas del partido ultra a través de una estrategia de polarización que beneficia exclusivamente a los extremos.
El objetivo es, de nuevo, llegar a unas elecciones generales plebiscitarias que inviten a elegir entre democracia y ultraderecha, Sánchez y Trump, diversidad y homofobia y así hasta el infinito. La división en la derecha abona tímidamente las esperanzas de supervivencia del PSOE de Sánchez, pero sólo el sorpasso de Vox como partido hegemónico en la derecha garantiza su consolidación en el poder.
Hasta la condena del fiscal general, las revelaciones más escabrosas del caso Cerdán y los testimonios de las víctimas del supuesto acoso sexual de Salazar, todo iba viento en popa. Sin embargo, la acumulación de corrupción y babas ha provocado algo más grave que absorber titulares y telediarios: ha destruido la narrativa oficial.
Aun así, no es difícil visualizar un fortalecimiento de Vox que ponga en serios apuros al PP y que amenace su supremacía en los próximos años. Los populares, como ha vuelto a poner de manifiesto María Guardiola en su final de campaña, siguen sin darse cuenta de que lo que no perdona un votante moderno es la incomparecencia.
Por cierto, The Economist sí dio una buena noticia para Sánchez. Eligió a la economía española como la segunda mejor del mundo, adelantada este año por Portugal y seguida de Grecia. Tres países rescatados que recogen los frutos de las políticas ortodoxas que tuvieron que aplicar a la fuerza por andarse con demasiados relatos.
