Publicado: noviembre 10, 2025, 1:07 am

El cartel se ha colocado cerca de la iglesia y del Ayuntamiento de Andoain (Guipúzcoa), sobre un plano de la localidad que hay en Goizka Plaza. «¡¡Cuidado!! Violador y asesino de cinco mujeres suelto en Andoain. ¡¡¡Fuera de Andoain!!!», se lee en él en euskera y en castellano. Junto a la advertencia está impresa una imagen actual de Joaquín Ferrándiz, fotografía que lleva la marca de agua de El Periódico Mediterráneo, medio de Castellón de la Plana, la ciudad donde Ferrándiz residía cuando cometió los crímenes.
«Hay cierta preocupación y psicosis en Andoain», dice un vecino de la localidad guipuzcoana, de unos 14.000 habitantes. «El otro día, en un grupo de whatsApp de señoras, circulaba el bulo de que había aparecido una muerta en los alrededores. Hay quien dice que vive en la zona de la estación, que lo han visto allí, y otros dicen que reside en la otra punta. No se sabe», añade.
El 22 de julio de 2023, las cámaras de televisión esperaban su salida a las puertas de la prisión de Herrera de la Mancha (Ciudad Real). Aunque Joaquín Ferrándiz había sido condenado a 69 años, ya había cumplido los 25 máximos que permite la ley, por lo que su excarcelación era obligatoria.
«Me voy y no volveré nunca por respeto a las víctimas», decía a los periodistas con el rostro prácticamente oculto tras una mascarilla negra, gafas de sol y gorra-. «Me voy al extranjero para no molestar a nadie y rehacer mi vida».
No se sabe si realmente tenía intención de abandonar España, pero lo cierto es que llegó a la frontera con Francia pero no la cruzó. Se instaló en Irún (Guipúzcoa), donde estuvo casi un año viviendo discretamente y donde inició una relación con una mujer con la que incluso compartió vivienda. Rota la pareja, ella interpuso una denuncia por acoso -según adelantó hace unos días El Diario Vasco, y ha podido corroborar este diario-, lo que provocó la mudanza de Ferrándiz, quien hace algo más de un año se instaló en Andoain, a unos 30 kilómetros de Irún.
Su pasado como agresor sexual y asesino en serie, unido a la denuncia de la ex pareja, han hecho que la Ertzaintza lo tenga discretamente vigilado.
«De Andoain, coges la autopista y vienes en seguida a Irún, y siempre piensas que igual donde vive no lo va a hacer pero sí en los alrededores. Aquí también hay tensión», dice una vecina de Irún, quien añade que en la localidad se cuenta que antes de que se marchara se le había visto merodeando por la zona de discotecas.
Precisamente a la salida de una discoteca, en Benicasim, abordó Ferrándiz el 2 de julio de 1995 a su primera víctima mortal, Sonia Rubio, profesora de inglés, de 25 años, que regresaba caminando a casa tras una noche de fiesta. La maniató, amordazó, violó, estranguló y abandonó en una zona boscosa.
Hay que resaltar lo de primera víctima mortal, porque su faceta de monstruo la había visto ya antes otra mujer. Cuando mató a Sonia hacía tres meses que había salido de prisión tras ser condenado en 1989 por la violación a una joven a la que dejó en las cercanías de un hospital.
Muchas crónicas recogen que a sus conocidos les pareció increíble que el bueno de Ximo, como lo llamaban, el formal agente de seguros que vivía con su madre y era tan tímido como educado, fuera un agresor sexual, de modo que recogieron firmas en defensa de su inocencia.
A Sonia la mató en julio de 1995 y en el resto del verano asesinó a otras tres jóvenes. Natalia Archelós, Francisca Salas y Mercedes Vélez ejercían la prostitución, eran toxicómanas y tenían cierto desarraigo, por lo que se tardó en denunciar sus desapariciones.
Los cadáveres se hallaron en los meses siguientes y las investigaciones recayeron unas en la Policía y otras en la Guardia Civil. Los crímenes no se conectaron como obra de un asesino en serie.
Ferrándiz, que actuaba como un depredador -observaba sus movimientos, las perseguía, las cazaba, las violaba y las mataba-, tardó un año en cobrarse su quinta víctima, Amelia García, empleada en una fábrica de medias, de 22 años, quien desapareció el 14 de septiembre de 1996 tras salir de una discoteca de Castellón.
En febrero de 1998, la que iba a ser la sexta asesinada logró escapar y anotar la matrícula del coche del agresor, lo que puso a la Policía sobre la pista de Ferrándiz. Lo cogieron in fraganti cuando se disponía a perpetrar otro crimen. «Simplemente causé el daño necesario para matarlas, no hubo ni torturas», diría años más tarde estando ya en prisión.
