Publicado: noviembre 8, 2025, 9:07 am

El secreto periodístico tiene el objetivo de salvaguardar el flujo de información de interés público. Garantiza que quienes arriesgan su carrera, su reputación o su seguridad para revelar irregularidades puedan hacerlo sin temor a ser expuestos. Es un privilegio del periodista diseñado como garantía pública de que la verdad pueda aflorar sin represalias.
El TEDH ha afirmado en varias ocasiones que la protección de las fuentes es una condición básica para la libertad de prensa. Y también que este derecho no es absoluto. En la famosa sentencia del caso Goodwin contra el Reino Unido (1996) dice: «El privilegio del periodista no debe extenderse a la protección de una fuente que haya actuado de mala fe o, al menos, de manera irresponsable, con el fin de permitirle transmitir, con impunidad, información que no tiene importancia pública». Esa frase, a menudo pasada por alto, establece la brújula moral y jurídica de la libertad de prensa: el privilegio está pensado sólo para facilitar y proteger la transmisión de información de interés público. Sin no hay interés público, no debería haber privilegio.
No tener claros los límites del privilegio podrían llevar a un (totalmente hipotético) gobierno sin escrúpulos a abusos intolerables. Imaginen, hipotéticamente, que una autoridad entrega discretamente a un periodista el expediente fiscal de la pareja de un adversario político. La noticia se publica, los tribunales investigan y el periodista invoca el derecho a no revelar su fuente. La autoridad, con acceso privilegiado y deber de custodia de documentos confidenciales de un particular, quedaría libre. Y su maniobra para dañar a un rival político, impune. Si asumimos el derecho como absoluto nos arriesgamos a que una autoridad pueda blanquear ataques políticos a través de los medios de comunicación, utilizando a los periodistas como intermediarios.
Es precisamente en el delito de revelación de secretos donde la perversión del privilegio resulta especialmente doloso. Insisto: si asumimos que el secreto profesional periodístico es un derecho absoluto, la autoridad que quisiera revelar datos confidenciales no tendría más que entregárselos a un periodista que compartiera su causa política y su falta de escrúpulos para verla realizada. La perversión de la norma es evidente: el secreto profesional periodístico nació para limitar los abusos de poder, no para provocarlos. Nació para proteger al denunciante, no al delincuente.
Aunque en los últimos tiempos nos hayamos acostumbrado a que los políticos violen el espíritu de las normas, retorciéndolas para satisfacer sus intereses, siempre nos sorprenden. Y en el caso del privilegio periodístico, no deberíamos dejar que ocurriera. No se puede permitir que lo que nació como escudo de los de abajo contra los de arriba se convierta en un arma de los de arriba contra los de abajo. El secreto profesional se creó para proteger a la verdad de los poderosos. Sería irónico que acabara protegiendo a los poderosos de la verdad.
