Publicado: octubre 6, 2025, 2:07 am

Las personas mueren igual que viven. Guillermo Fernández Vara murió como vivió. Sin quejarse. De esa misma forma, atravesó el dolor de la cruel enfermedad que se llevó a sus dos hermanos antes de tiempo. Como a él. Que fue cazado por el cáncer cuando se disponía a entrar en el retiro tras una vida dedicada al servicio público. Quizá por su condición de médico -«los médicos suelen ser buenos políticos», me dijo un ex alto cargo- y sin duda por su categoría humana, el extremeño nunca quiso preocupar a su familia, ni aumentar el dolor, ni alimentar la tristeza más de lo que era natural cuando las metástasis anunciaron el camino de la fatalidad. Estoy bien, como bien, duermo bien y me siento muy querido. Era su respuesta cuando alguien preguntaba por su salud en los muy duros últimos años de vida.
Su querido hermano Rubalcaba decía que la ambición política de Guillermo Fernández Vara consistía en ser persona. Por muchos despachos nobles que ocupó y por mucho que su criterio fuera requerido en las incontables situaciones límite que ha vivido el PSOE en los últimos años, el ex presidente extremeño nunca dejó Olivenza, su pueblo, ni física ni emocionalmente. Nunca quiso ser ministro, lo cual ya le convertía definitivamente en una rara avis de la política. El contacto con sus paisanos le produjo muchas satisfacciones y también tristeza cuando en los momentos duros, era increpado por la calle como consecuencia no de su gestión, sino de la agenda nacional que llevó a los socialistas a pactar con los partidos independentistas. Durante la pandemia que le tocó gestionar, contaba que la gente humilde le llamaba como si fuera su médico o su abogado. Y en los malos momentos, a las personas -pocas- que le increparon por la calle siempre les respondió con serenidad franciscana.
Se va un político que no practicó el insulto ni la descalificación
La muerte no sólo se lleva a un marido, un padre y un abuelo. Se lleva también a un político que no practicó el insulto ni la descalificación, que siempre buscó el lado bueno de las cosas. Su desaparición coincide con la muerte de esa política que él practicó. Mucho más cerca del diálogo y consenso de la Transición que de la dialéctica amigo-enemigo que ahora caracteriza la conversación pública, así en el Parlamento como en los medios de comunicación.
La forma moderada y tolerante de conducirse por Olivenza, Extremadura, España y el mundo socialista le granjearon descalificaciones internas en los momentos más duros de las cruentas luchas de poder. No se alistó en los ejércitos susanistas, ni sanchistas, ni madinistas. Fue siempre él mismo. Defendió abiertamente la abstención para que gobernara Rajoy, sufrió la ira del sanchismo por eso, y respaldó a Pedro Sánchez por lealtad al secretario general elegido por la militancia. Ser leal no significa «tocar las palmas». Era su enseña.
A ello se aplicó durante toda su vida. Cuando ganó y cuando perdió. Lo hizo en el Gobierno y en la oposición. Y en la oposición, antes de regresar a la Junta de Extremadura, soportó una intensa campaña de ataques ideada por el director de Gabinete del entonces presidente Monago, Iván Redondo. Cuando Sánchez nombró a Redondo jefe de su Gabinete, Guillermo Fernández Vara le acompañó a un concierto en Mérida. Los periodistas le preguntaron por esa foto y él respondió: «Es un secretario de Estado. Lo personal no cuenta; lo personal uno lo tiene, lo archiva, lo recuerda, lo olvida, hace lo que le dé la gana con ello». Una actitud que explica la autoridad moral que conservó hasta el último día de su vida.