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Muere Guillermo Fernández Vara, ex presidente de Extremadura y un hombre de consenso por encima de las siglas

Publicado: octubre 5, 2025, 12:07 pm

Actualizado Domingo,
5
octubre
2025

10:50

El hijo de Guillermo Fernández Vara se casó en la basílica de Santa Eulalia de Mérida el pasado 13 de septiembre. Fue la última aparición pública del que fuera presidente de la Junta de Extremadura durante 12 años en dos etapas distintas (de 2007 a 2011 y de 2015 a 2023). Los amigos que estuvieron en la ceremonia apreciaron ya un deterioro físico evidente debido a su enfermedad (cáncer de estómago), del que fue intervenido a comienzos debido 2024, poco después de que se le detectase el tumor que ha terminado con su vida este domingo a los 66 años. Este lunes, 6 de octubre, habría sido su 67 cumpleaños.

La presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola, ha decretado tres días de luto oficial, en los que las banderas ondearán a media asta en todos los edificios públicos de la administración.El arzobispo de Mérida-Badajoz, José Rodríguez Carballo, presidirá mañana el funeral en Olivenza, localidad pacense de la que era oriundo.

Se suele decir que a los muertos se les entierra muy bien en nuestro país, pero pocas figuras políticas como él representan un consenso tan generalizado no sólo entre sus compañeros de partido, sino también en todos los que lo conocieron de cualquier ideología. Porque Vara quizás representara el último político de consenso de nuestra generación, de los que ya no quedan, de esos que llaman del antiguo testamento, capaz de dialogar, pactar o simplemente conversar con cualquiera que pensara diferente a él, o que lo hubiera criticado el día anterior en el barro de la política o en la tinta del papel.

Esa educación, esas formas, ese talante, esa llamada de teléfono cuando peor están las cosas para preguntarte simplemente cómo está tu familia ya no se lleva. Por eso, a muchos les sorprendió que en su última etapa política, y no precisamente en busca de dinero o fama, que no han sido precisamente sus objetivos en la vida, se uniera a Pedro Sánchez cuando fue el primer barón que reclamó su salida de la secretaría general del PSOE. «Éste se va a cargar el partido», repitió una y otra vez. Sus críticas en aquel famoso comité de Ferraz le obligaron a salir en el maletero de su coche oficial para no ser increpado por los hooligans de Sánchez. Pero, de repente, cambió. Y nadie sabe, en el fondo, las razones. Ni en su propio partido en Extremadura, que siempre le han achacado que perdiera las últimas elecciones -o mejor dicho que no gobernara ante María Guardiola– precisamente por ponerse de perfil ante el presidente del Gobierno.

Sin embargo, por encima de esta circunstancia, su huella será imborrable por su exquisita bondad y cercanía, siempre lanzando puentes hasta con su peor enemigo, tocara el que tocase, al que nunca le calificaba con este tipo de descalificaciones, y menos con un altavoz delante. Con él, no había ruido ni tensión, convirtiéndose en una figura complemente distinta a su predecesor, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que lo eligió cuando era consejero de Sanidad porque ambos se habían conocido en Olivenza, de donde era Vara y donde Ibarra tenía una casa de campo. De hecho, muchos dentro del partido le achacaron en sus inicios que no era un pata negra del partido porque incluso había militado en Nuevas Generaciones del PP.

Cuando perdió sus primeras elecciones en 2011 -entonces frente a José Antonio Monago– conoció la soledad de la política porque era la primera vez que en un feudo histórico socialista una maquinaria electoral como era el PSOE dejaba de gobernar. Y muchos le dieron la espalda. Fueron unos años duros en la oposición y estuvo cerca de abandonarlo todo. Sin embargo, resistió -más las luchas internas que externas- volvió a ganar y volvió a su política de consensos.

En la última campaña, en mayo de 2023, ya se le notaba desgastado, sin fuelle. Muchos pensaron que era el cansancio de tantos años de presidente regional, pero lo que nadie podía imaginar es que emergía una maldita enfermedad cuando empezaba a disfrutar de sus nietos, a punto de jubilarse. Maldita vida que se lleva a un hombre bueno, un humanista -forense de profesión y que no escondía, por cierto, su condición de católico- de los que ya no quedan en política. Nada más pero nada menos. Descanse en paz.

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