Publicado: octubre 29, 2025, 3:23 am
Países Bajos está acostumbrado a la fragmentación política, con el Parlamento más dividido de Europa, pero no tanto a la inestabilidad. Por ejemplo, Mark Rutte, actual secretario general de la OTAN, fue su primer ministro durante catorce años, en un país que se adapta a los grandes acuerdos… pero que ahora ha entrado en un pequeño caos: los neerlandeses vuelven este miércoles a las urnas después de que el último Ejecutivo durase solo 11 meses, con el Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders liderando de nuevos los sondeos y la inmigración y la vivienda como temas clave.
De hecho, la derecha radical quiere encabezar un Ejecutivo como no pudo hacerlo en la última intentona: Dick Schoof acabó asumiendo el cargo en una suerte de gabinete tecnocrático interino, porque el propio Wilders se quedó fuera -o le sacaron- de la ecuación para asumir el poder. Eso ahora podría cambiar. El PVV encabeza los sondeos con cerca del 21% de intención de voto (unos 34 escaños), pero enfrenta el veto de casi todos los demás partidos, lo que anticipa otra vez complejas negociaciones tras el escrutinio. Además, ganar las elecciones en Países Bajos históricamente no asegura nada.
El choque izquierda-derecha es evidente. Si el PVV centra su programa en la inmigración, la coalición progresista que encabeza el exvicepresidente de la Comisión Europea Frans Timmermans quiere que se hable de vivienda y políticas sociales. Su programa defiende una reforma fiscal para redistribuir ingresos, la creación de 300.000 viviendas nuevas en cuatro años y un abono mensual de transporte público a 59 euros. Su discurso apela al ideal de «una sociedad más justa y sostenible» y busca frenar «la expansión del populismo con propuestas concretas en vivienda, clima y derechos sociales». Es más, han participado estos días en marchas ciudadanas para que la lucha contra el cambio climático sea también un tema central en la campaña electoral. Las encuestas les dan en torno a los 25 escaños, pero tienen más poder de atracción en unas conversaciones de Gobierno que la derecha radical.
En ese hueco que llena el centroizquierda está uno de los grandes debe de Wilders, a quienes sus rivales han acusado de no centrarse en los temas «que de verdad preocupan a los neerlandeses», como el coste de la vida. «Hay que proteger a los ciudadanos primero», insisten desde el PVV para hablar de la gestión migratoria; pero en los sondeos el 60% de la gente dice estar preocupada sobre todo de temas como el aumento de los precios o la dificultad del acceso a la vivienda.
¿Y dónde va los indecisos? A ellos, y a los más pragmáticos, apela el CDA. Los democristianos quieren ser la bisagra entre la coalición verde-socialista y el PVV, con propuestas igualmente en vivienda y en seguridad y con las bajadas de impuestos como buque insignia de su programa, así como las políticas para las familias. Buscan, dicen, al neerlandés que está «cansado de radicalismo». Las encuestas, en el mejor de los casos, les sitúan en torno a los 24 escaños, un cifra nada desdeñable desde el punto de vista de su futura fortaleza en unas negociaciones.
Entre los partidos medianos y pequeños, D66 -el partido de Rutte- mantiene su perfil liberal progresista con énfasis en la educación, la ciencia y los derechos individuales. Su programa propone reforzar la financiación universitaria, acelerar la transición energética mediante subsidios para energía solar doméstica y regular la inteligencia artificial desde una perspectiva ética europea. Volt, por su parte, impulsa una agenda abiertamente europeísta: plantea crear un salario mínimo común en la UE, invertir el 3% del PIB en innovación verde y reducir la jornada laboral a cuatro días mediante acuerdos sectoriales. En el ámbito social, Volt propone ampliar la baja parental remunerada y facilitar la vivienda asequible para jóvenes, uno de los temas más sensibles de esta campaña.
En el lado derecho, CU y SGP defienden programas basados en la protección de la familia y la subsidiariedad del Estado. El CU combina valores cristianos con preocupación ecológica: propone limitar el consumo de combustibles fósiles, fortalecer la asistencia sanitaria comunitaria y fomentar el voluntariado como base de cohesión social. Es de hecho una opción transversal bastante poco común en otros países europeos y que en unas negociaciones de Gobierno se podría elevar como elemento decisivo.
Por su parte, el SGP mantiene su tradicional conservadurismo ético -en oposición al aborto y la eutanasia- pero también subraya la importancia de la responsabilidad fiscal y del apoyo a las pymes agrícolas. A estos se suma el NSC, el movimiento de Pieter Omtzigt, que ha centrado su campaña en la reforma institucional: mayor transparencia gubernamental, límites a los mandatos parlamentarios y una política de asilo más «realista» pero compatible con el derecho internacional. En conjunto, estos partidos encarnan la diversidad de un sistema político que busca equilibrio entre ética, pragmatismo y renovación generacional.
Tras el paso por las urnas, llegará la verdadera prueba hacia la estabilidad… o no: se necesitarán al menos 76 escaños para formar gobierno, y la combinación aritmética más probable pasa por un pacto de tres o incluso cuatro partidos. Más allá de los números, las elecciones neerlandesas se leen como un test de resistencia del modelo de consenso: si el país puede seguir gobernándose desde el diálogo o si el cansancio social abrirá la puerta a una nueva etapa populista.
