Publicado: junio 5, 2025, 6:23 am
Somos negligentes con nuestra memoria, siempre bajo sospecha, siempre peleada con el presentismo de nuestro tiempo. Atrás quedó el ruido y la ira de las manifestaciones contra Maduro, hace casi un año, porque el recuerdo se desmaya bajo la apatía de una sociedad con síntomas de agotamiento irreversible. Era evidente que el tiempo jugaba a favor del caimán, porque la resistencia internacional acabaría cayendo por inanición. A pesar de eso, hay casos singulares de personas que tratan de mantener la llama encendida de la lucha, pero son pocos.
Mientras, Maduro pisotea las ruinas de la vieja democracia venezolana, fabrica embustes, combate afrentas que nunca se infringieron y elabora una propaganda subversiva en la que no solo quiebra las piernas al futuro de su país, sino también a su pasado. Si en algo se parece el pensamiento del usurpador al determinismo de Marx o al milenarismo nazi es en su concepción maniquea de la realidad, el bien contra el mal, que, en su encendida demencia, sitúa originariamente en la conquista española de la Arcadia indígena.
Por eso, Maduro rememorará dentro de un mes aquel 5 de julio de 1811, en el que Francisco Miranda convenció al Congreso Nacional de Venezuela para declarar la independencia. Y exudará odio a lo genuinamente español. El mismo Maduro que se ha empeñado en extinguir sin piedad las huellas de la realidad de un pasado complejo, pero al fin y al cabo un pasado que fue, para reescribir la historia de Venezuela y convencernos de que él ha llegado para no irse nunca. Un país, en el que, por obra y gracia de su inmoralidad, la verdad es una utopía y el conocimiento un delirio de grandeza.
Corresponde a los valientes recomponer la verdad violada, la realidad mutilada, la esperanza malherida. De miedo no se muere, porque es posible vivir sufridamente con miedo, pero de amnesia se muere. Lo decía Rómulo Gallegos, más escritor que presidente de Venezuela: «Bien vale la pena sufrir contratiempos y penalidades si al cabo de ello, un buen día nos sale un rasgo de nobleza humana que nos restituya la fe que hayamos perdido». El problema es todo lo que queda por el camino. La mentira oficializada, el terror devastador, la aniquilación de la ilusión han convertido Venezuela en un páramo. Pero siempre habrá héroes sin voz que darán la vida por su patria intervenida. De ellos nadie hablará cuando hayan muerto, porque siempre habrá oportunistas sin escrúpulos que se convertirán en héroes, acostumbrados a comprar todo, hasta su desvergüenza, en cualquier tienda de lujo del letárgico barrio de Salamanca.