Un sistema colapsado frente a la crisis de salud mental: "No es normal que no haya una atención psicológica fuerte" - Estados Unidos (ES)
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Un sistema colapsado frente a la crisis de salud mental: «No es normal que no haya una atención psicológica fuerte»

Publicado: octubre 10, 2025, 4:23 am

Esperas de meses para conseguir cita, diagnósticos confusos y cambiantes, respuestas despectivas, buenos profesionales en un sistema colapsado por la falta de recursos… Esto es lo que narran varios pacientes jóvenes que han buscado atención por malestares psicológicos en el sistema sanitario público, y es una imagen que claramente refleja la carencia estructural que existe en torno a la salud mental.

«No te dedican tiempo para profundizar, ni hay continuidad en un tratamiento o un proceso diagnóstico», se queja una de ellas. «No veo normal que haya que recurrir a los servicios privados y que no haya derecho a una asistencia pública de calidad», protesta otro. En general, coinciden en lo mismo: los recursos que se destinan siguen sin ser suficientes.

Una epidemia que no se apaga

La pandemia de covid-19 desatada en 2020, que expuso la fragilidad de nuestros sistemas sanitarios, tuvo otra consecuencia indirecta: destapó una profunda carencia en la atención a la salud mental en países como España y la impulsó al centro del debate político.

Ahora, cinco años más tarde y a pesar de iniciativas como el Plan de Acción de Salud Mental 2025-2027, los trastornos de salud mental ya no reciben el espacio mediático que ocupaban entonces. Y no es porque la magnitud del problema no siga siendo inmensa. Sigue provocando el 20% de las bajas laborales en España, el suicidio es la segunda causa de muerte externa en nuestro país y más de un 20% de los españoles ha acudido a consulta por un problema de salud mental en el último año.

La cuestión es que, muchas veces, la experiencia de los pacientes sigue siendo muy negativa. Los datos del último Barómetro Sanitario del CIS son reveladores: casi un 40% de quienes acudieron a la sanidad pública por un problema de salud mental no valoran positivamente la atención recibida, y cerca de un 60% considera que su condición mejoró poco o nada.

«No sabía que hacer para estar mejor»

Anna es una joven psicóloga polaca afincada en Madrid de 35 años que, tal y como comparte con 20minutos, acudió por primera vez a buscar tratamiento por ideas autolíticas que venía sufriendo. «Llevaba años sintiéndome rara», cuenta. «Sabía que no era normal, como la mayoría de mis compañeros. No soportaba el dolor psicológico».

«Me pusieron un psiquiatra experto en TLP que se obsesionó con que eso era lo que yo tenía»

«Tuve que esperar seis meses a que me dieran cita con una señora que lo único que hizo fue evaluar mi perfil para saber a qué especialista mandarme», narra. «Luego tuve que esperar tres meses más para saber quién iba a llevarme».

Pasado este proceso por fin empezó a ser atendida. «Tuve varias sesiones cada mes y medio aproximadamente», dice. «El profesional estaba pendiente de lo que me sucedía, anotaba hasta el mas mínimo detalle y me mandó una medicación que me hacía sentir mejor. Un día le pedí un informe y simplemente vi que mi diagnóstico era el de trastorno bipolar. Para mí fue un alivio, porque sabiendo lo que me pasaba ya podría ir probando medicación hasta dar con el combo ideal para mantenerme estable».

Pero, según refiere, la cosa se torció cuando tuvo que cambiarse de centro por motivos personales. «Estaba de acuerdo y me iba bien con el tratamiento», recuerda, «pero al cambiarme me pusieron un psiquiatra experto en trastorno límite de la personalidad (TLP). En la primera consulta me cambió el diagnóstico, aunque yo le decía por activa y por pasiva con conocimiento de causa. Pero nada, se obsesionó con que yo tenía TLP».

«Me metió en una terapia de grupo en la que no me identificaba con las cosas que se trataban y me sentía fuera de lugar; y cuando le hablé de mi descontento decidió que yo era una persona sana sin ningún trastorno de la personalidad ni bipolaridad. Al final me envió a un programa de desintoxicación en el hospital que acepté por desesperación, porque no sabía qué hacer para estar mejor», narra.

Esta mala experiencia tuvo consecuencias muy dañinas: «Me pasé un año entero encerrada en casa, con una depresión muy profunda. Pensaba todos los días en suicidarme y lo planeaba constantemente. Abrir la puerta para salir a tirar la basura era un reto. Tenía constantes ataques de pánico y pasé a ser una persona agorafóbica. Estaba débil, no podía trabajar, no podía limpiar y no podía ver a mis amigos. Todo porque me habían retirado el tratamiento que se utiliza en pacientes con trastorno bipolar».

Afortunadamente, le fue posible reconducir la situación tras un nuevo cambio de especialista: «El nuevo psiquiatra me devolvió los medicamentos y puede notar un cambio a mejor. Me reconoció totalmente que yo no tenía TLP, que era una persona bipolar y que llevaba años mal medicada y pasándolo mal porque se habían obcecado en otro diagnóstico. Gracias a este nuevo psiquiatra, que sí escuchaba lo que tenía que decirle, ahora estoy mucho mejor».

«Hay buenos profesionales, pero están desbordados»

María (nombre ficticio) también ha pasado por varios diagnósticos distintos, una experiencia que refiere como «extraña y agotadora». Esta ilustradora madrileña de 29 años de edad ya se había tratado años atrás en profesionales privados, pero detalla a este medio que hace «dos o tres años» se pasó a la pública «por motivos económicos, básicamente».

«Acudí por un desorden alimentario y por pensamientos obsesivos que me estaban afectando mucho a mi día a día y a mi rendimiento en el trabajo», concreta. «En una sesión de apenas 20 minutos, una psiquiatra sacó la probabilidad de que hubiese un trastorno de déficit de atención (TDA) o un trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) sin diagnosticar, me recetó antidepresivos por un tema de control de impulsos y obsesiones y me derivó a una psicóloga».

«Pero luego», continúa, «esta psicóloga como que descartó el TDA y tiró más por un trastorno del espectro autista (TEA) por cuestiones sociales. Quizás no ha habido una coordinación entre la psicóloga y la psiquiatra tan fluida como debiera: he ido alternando y no puede ser que me digan que tengo TDA, en la siguiente cita que puede ser un TEA o un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad (TOCP), en la siguiente directamente no se hable de nada de eso…».

«Creo que el principal problema es el espacio que hay entre una cita y otra, que es absurdo», valora. «Es de meses. Esta falta de continuidad hace que el propio profesional se pierda, que no sepa a quién está tratando. Las citas son mitad sacar un diagnóstico mitad tratamiento y no cunde nada. Yo creo que no hay personal suficiente, y aparte de los propios profesionales pagan las consecuencias son los pacientes».

«Lo positivo es que, al menos en mi experiencia, he tenido buena suerte de encontrar una buena profesional. Hay buenos profesionales, pero están absolutamente desbordados».

«Me dijo que me daba el alta porque no quería suicidarme»

La historia de Carmen, Social Media Specialist asturiana de 29 años residente en Madrid, ejemplifica una realidad muy preocupante: la falta de empatía y trato humano que, en ocasiones, se da en el sistema sanitario. Tras algunas sesiones en psicólogo privado, cuenta a 20minutos, se mudó Madrid desde Sevilla al finalizar la carrera y trató de pedir cita por la seguridad social para buscar ayuda con la ansiedad que sentía.

«Me dieron la primera cita con unos cuatro meses de espera», explica. «La psicóloga no dejó de mirarme mal. Y básicamente me dijo que me daba el alta porque, después de no haberme dejado hablar, me dijo que no estaba mal y que lo que necesitaba era hacer amigos. Textualmente me dijo eso».

«Mi experiencia es corta, a pesar de estar cinco meses esperando, pero fue fatal porque salí peor de lo que entré»

«Yo estaba llorando mientras le contaba las cosas», continúa. «La ansiedad que sentía en las prácticas que estaba realizando. Y sólo me dijo que eran tonterías de gente joven, y que como no era nada grave como querer suicidarme ni nada, que me daba el alta».

«Mi experiencia de salud mental con la sanidad pública es ‘corta’, aunque estuve cinco meses esperando, pero fue fatal porque básicamente salí peor de lo que entré«, sentencia.

Después de aquello, Carmen optó por volver a la sanidad privada. En ella no todo fue fácil: «En la psicóloga que incluía el seguro privado de mi padre», dice, «debí dar como cinco sesiones, que eran de media hora y no daban tiempo para nada, pero esa psicóloga no me fue bien. Luego he dado con dos que sí me han ayudado mucho: una online, durante la pandemia, y ahora llevo dos años con otra con la que también me está yendo muy bien».

«Al final», concluye, «tengo la suerte de poder pagarlo, y es la salud y prefiero dejar el dinero en eso que en otras cosas». Sin embargo, no es esa la situación de muchas otras personas, cuya situación económica no les deja más remedio que depender de la sanidad pública.

«Me dijeron que había gente que lo necesitaba más que yo»

Como Carmen, David también denuncia «un trato inhumano», y reconoce que no volvería a acudir a la sanidad pública por malestares de salud mental. «Yo ya soy de esas personas que no va a pisar jamás una clínica pública de esos temas».

Este fotoperiodista de 31 años madrileño narra a este medio que su tránsito por los servicios de salud mental públicos comenzó con el telón de fondo de la pandemia de covid-19: «Yo me infecté y tuve una covid permanente que me duró casi un año, y a raíz de ello desarrollé un trastorno de ansiedad generalizada sumado a los problemas de hipersensibilidad, trauma y somatización que genera la enfermedad cuando se hace crónica. Acudí a recibir atención psicológica y me la dieron como para siete meses después».

«A los dos o tres meses», desarrolla, «decidí que no podía esperar más y busqué una psicóloga privada que la verdad terminó siendo muy buena y eficiente, pero siendo justo una especialista en ansiedad generalizada en aquel momento también tenía lista de espera. Total, que al final me coincidieron en el tiempo la cita pública y la privada, y decidí ir a ambas».

«Cuando acudí a la psicóloga pública me hizo un par de preguntas sobre mi estado de ánimo y me dijo: ‘No se qué haces aquí… porque tú no estás mal'», dice. «La siguiente frase fue: ‘Hay gente que lo necesita más que tu’. Y la tercera fue directamente que ella había estado ingresada por covid y no se quejaba tanto de los problemas».

«A pesar de todo», añade, «me dejó el caso abierto. Volví a ir por complementar y confirmar, ya que seguí yendo a la privada, y me atendió otra persona que simplemente me preguntó si necesitaba medicación y le dije que no, porque la profesional privada me decía que es el último recurso y sólo se debe acudir a ella si es estrictamente necesario».

«No tienen tiempo para dedicarte a ti como persona, para un proceso de terapia, para preocuparse por el paciente… No tienen médicos»

«También el médico de familia de la pública, cuando he acudido por temas de estos, me ha dicho que tengo un síndrome hipocondríaco grave y ha tratado de medicarme», apostilla. «Más tarde, acudí a urgencias una vez con fiebre y otros síntomas y, tras hacerme un TAC, vieron que no tenía hipocondría, sino inflamación generalizada en todo el cuerpo»

«Osea, que fueron diez meses de calvario en los que tanto el médico de cabecera como la psicóloga pública pasaban de mí, pensaban que estaba hipocondríaco, que me lo estaba inventando todo… No se creían que tenía realmente una cronicidad de la covid y que había desarrollado inflamación en todo el cuerpo», añade.

«A mi me tocó una profesional muy mala», reconoce. «Pero aparte de eso, tampoco tienen tiempo para dedicarte a ti como persona, para un proceso de terapia y todo lo que conlleva, el seguimiento, la preocupación por el paciente… No tienen medios. Lo que acaba pasando es lo mismo que en medicina de familia, te despachan con pastillas y ya está».

«Falta amabilidad, necesitamos que nos escuchen»

Todos estos testimonios esbozan una serie de problemáticas comunes: el recurso a la medicación como solución rápida, listas de espera demasiado largas, y unos profesionales con dificultades para abordar adecuadamente a los pacientes en un contexto de escasez crónica de recursos.

«Vivimos una época de absoluta pandemia psicológica, y extender la atención pública a la salud mental exigiría una cantidad de inversión, de medios, de trabajo y de políticas que no parece que haya disposición de llevar a cabo», opina David. «Pero, como nos pasa a los que tenemos miopía o con la odontología, no me parece normal que no haya derecho a una atención psicológica fuerte».

«Hay una falta de tiempo, de continuidad y de profundidad», coincide María. «Lo poco que se habla en cada sesión se pierde en el tiempo. Y esto en mi caso lo puedo llevar, pero en otros más graves no me puedo ni imaginar lo que es».

«También da la sensación de que usan los medicamentos se usan para suplir la falta de apoyo terapéutico. Que oye, ayudan, pero a veces te preguntas si no sería mejor abordar la raíz del problema, pero eso es imposible si entre cita y cita hay cuatro o cinco meses».

Anna defiende que muchas veces se opta por los fármacos para suplir la falta de recursos. «Te mandan un ansiolítico o un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina (ISRS, un tipo de antidepresivo) y nos volvemos a ver en seis meses. No pueden llevar a cabo controles más exhaustivos porque no hay tiempo ni personal. Intentan quitarse a la gente de encima».

En otra línea, esta joven cree que «el sistema sanitario está saturado. Debería hacerse en primer lugar una criba, darle importancia a eso. Los autodiagnósticos sacados de información en redes sociales y la necesidad psicológica y social de pertenencia se está yendo de las manos, y esto quita espacio a personas que tienen un problema real y necesitan ayuda».

«Por otra parte», apostilla, «necesitamos que nos escuchen. Que nos vean como seres humanos que sienten y sufren cada día. Falta amabilidad, hay muchas personas que se sienten peor tras haber ido a consulta».

Un fracaso para garantizar un derecho básico

Al final, todos ellos coinciden en que el fondo de la cuestión es similar: una carencia estructural de recursos que impide que los pacientes con trastornos de salud mental reciban un tratamiento y una atención adecuadas.

En muchos casos, quienes viven estas situaciones tan desalentadoras optan por los servicios privados. Sin embargo, no todo el mundo puede acceder a ellos; más aún si tenemos en cuenta la relación de doble sentido que existe entre los trastornos de salud mental y la vulnerabilidad socioeconómica.

Las historias de los pacientes nos hablan de un fracaso a la hora de garantizar a toda la población un derecho tan básico como es el bienestar físico, psiquiátrico y psicológico. En un contexto en el que uno de cada cinco españoles busca ayuda profesional por estas causas, ilustran la necesidad imperiosa de reivindicar y potenciar la atención a la salud mental hasta que sea accesible para todos y alcance unos estándares dignos de calidad y humanidad.

Referencias

Ministerio de Sanidad. Opinión de los ciudadanos. Barómetro Sanitario 2025. Primera oleada (abril de 2025). Consultado online en https://www.sanidad.gob.es/estadEstudios/estadisticas/BarometroSanitario/home_BS.htm el 09 de octubre de 2025.

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