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Un estudio con 4.500 perros confirma que los cachorros abandonados son más agresivos y miedosos cuando son adultos

Publicado: octubre 2, 2025, 3:23 pm

Que sean el mejor amigo del hombre no es casualidad: los perros llevan conviviendo con los humanos miles de años, compartiendo hogares, calles y hasta trabajos. Esa cercanía hace que estén expuestos a lo mejor, como cariño, cuidado o juegos; pero también a lo peor, como abandono, castigos y situaciones traumáticas. Un nuevo estudio publicado en la revista ‘ Scientific Reports ‘, liderado por investigadores de Harvard, la Universidad de Pensilvania y otras instituciones, revela algo que muchos intuíamos pero que hasta ahora no se había comprobado con tanta claridad: las experiencias negativas que vive un perro en sus primeros meses de vida tienen un impacto duradero en su comportamiento adulto, aumentando las probabilidades de que desarrolle miedo y agresión. La investigación, basada en una muestra formada por casi 4.500 perros de compañía, también demuestra que no todos los canes reaccionan igual. La raza y la genética influyen en la vulnerabilidad o la resistencia a esos traumas tempranos. En otras palabras, el carácter de un perro es el resultado de la interacción entre lo que hereda y lo que vive. Los científicos recogieron información de miles de tutores caninos mediante cuestionarios online. Les preguntaron por la historia de vida de sus perros, por posibles experiencias adversas (maltrato físico, abandono, accidentes, ataques de otros animales, largas estancias encadenados, etc.) y por su comportamiento actual. Para medir la conducta usaron una herramienta validada, el C-BARQ, que evalúa de forma estandarizada los niveles de miedo y agresión en distintos contextos. Los resultados fueron contundentes: los perros que habían sufrido algún tipo de adversidad antes de cumplir seis meses mostraban, de adultos, niveles significativamente más altos de miedo y agresión que aquellos que no lo habían vivido. Y no se trataba de un efecto menor: la magnitud del impacto era comparable a otros factores tradicionalmente considerados relevantes, como la edad, el sexo o el hecho de estar castrado. Además, cuantos más episodios negativos acumulaba el animal en sus primeros meses, mayor era el riesgo de mostrar comportamientos problemáticos. Un hallazgo especialmente interesante es que la raza modifica la forma en que los perros responden a las experiencias tempranas. En algunas razas, la diferencia de conducta entre individuos con y sin adversidad era muy marcada. Por ejemplo, los Siberian Huskies, los American Eskimo Dogs y los Airedale Terriers mostraban incrementos claros de miedo o agresión tras un mal comienzo de vida. En cambio, otras razas parecían más resistentes. Los Labrador Retrievers, por ejemplo, apenas mostraban diferencias significativas en sus niveles de miedo o agresión, independientemente de sus experiencias tempranas. Esto sugiere que, al igual que ocurre en los seres humanos, existen factores genéticos de riesgo y resiliencia frente al trauma. El estudio también identificó otros elementos que modulan el comportamiento, como el tamaño (los más grandes tendían a mostrar mayores niveles de miedo y agresión), el sexo (los machos eran más propensos a la agresión que las hembras), la convivencia con niños (los menores parecen ejercer más estrés sobre las mascotas) y el origen (los de criadero parecían presentar menos problemas que los que habían pasado por refugios o situaciones inciertas). Lo más llamativo es cómo estos resultados recuerdan a lo que ocurre en nuestra propia especie. Numerosos estudios han demostrado que las experiencias adversas en la infancia —como el maltrato, la negligencia o la separación temprana de los cuidadores— aumentan el riesgo de ansiedad, depresión y conductas agresivas en la edad adulta. El paralelismo no es casual. Perros, humanos y otros mamíferos compartimos mecanismos biológicos que regulan el estrés, la emoción y el aprendizaje social. Comprender cómo se forman estas conductas en perros no solo ayuda a mejorar su bienestar, sino que también ofrece un modelo útil para estudiar los efectos del trauma en general. Pero, volviendo al trabajo de Espinosa y sus colegas, este es el mayor realizado hasta la fecha sobre el impacto de la adversidad temprana en perros de compañía. Su mensaje es claro: los primeros meses de vida son decisivos. Un mal comienzo puede aumentar el miedo y la agresión, pero la genética y el entorno posterior también cuentan. El reto ahora está en trasladar este conocimiento a la práctica: criar, adoptar y educar con más consciencia, y dar a los perros la oportunidad de superar las cicatrices de su pasado. Porque, como ocurre con las personas, entender su historia es el primer paso para construir un futuro mejor a su lado.

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