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Ucrania ha invocado lo que Rusia vetó desde el inicio de la guerra. Y le ha dicho a EEUU que apriete el botón: Tomahawk

Publicado: octubre 1, 2025, 12:23 pm

Ucrania ha invocado lo que Rusia vetó desde el inicio de la guerra. Y le ha dicho a EEUU que apriete el botón: Tomahawk

Las distancias en las guerras modernas son temas nucleares. En Ucrania quedó muy claro en noviembre de 2024, cuando el mundo se contuvo pensando que finalmente Putin había “apretado” el botón. Entonces, unos pocos kilómetros fueron clave para que el misil de Moscú no activara todas las líneas rojas. Por eso también, desde la invasión de 2022 pocas veces ha saltado a la palestra un nombre que Kiev acaba de invocar como uno de los mayores órdagos a Rusia.

Tomahawks en Ucrania. Estados Unidos estudia seriamente la petición del presidente ucraniano Zelenski de incorporar misiles de crucero Tomahawk a su arsenal, un paso que supondría una escalada sin precedentes en la guerra. Estos misiles, con un alcance de entre 1.500 y 2.500 kilómetros según las versiones, serían capaces de alcanzar Moscú y gran parte del territorio ruso desde suelo ucraniano, lo que representaría un cambio cualitativo respecto a las actuales capacidades de Kiev, basadas principalmente en drones de largo alcance y en los limitados misiles ATACMS autorizados anteriormente por Washington. 

La posibilidad de su entrega refleja el viraje de la administración de Donald Trump, que hasta hace poco se mostraba reacia a extender el conflicto, pero que ahora transmite un discurso más beligerante: para su enviado especial Keith Kellogg “no existen santuarios” y Ucrania debería poder golpear profundamente a Rusia para alterar la dinámica de la guerra.

La respuesta rusa. Desde Moscú, las declaraciones fueron recibidas con una mezcla de alarma y desafío. El portavoz Dmitri Peskov reconoció que el Kremlin estaba realizando un “análisis en profundidad” sobre las implicaciones de un eventual suministro de Tomahawks, planteando interrogantes sobre quién controlaría su lanzamiento y la selección de objetivos: si exclusivamente los ucranianos o si hubiera personal estadounidense involucrado, lo que acercaría el escenario a un enfrentamiento directo entre potencias. 

Además, advirtió que, aunque se entregaran estos misiles, “no hay panacea” capaz de modificar de raíz la situación en el frente, donde Rusia asegura estar avanzando de forma constante. El mensaje implícito es que, incluso ante un salto tecnológico, Moscú mantendría la iniciativa militar y no cedería al chantaje occidental.

Represalias y una sombra. La clase política rusa fue más allá en sus advertencias. El presidente del Comité de Defensa del Parlamento, Andrei Kartapolov, afirmó que cualquier especialista militar estadounidense que participara en operaciones con Tomahawks pasaría a ser objetivo de represalias directas, “y nadie podrá protegerlos, ni Trump ni Kellogg ni nadie más”. 

Del mismo modo, Putin ha repetido en ocasiones anteriores que Rusia se reserva el derecho de atacar instalaciones militares en terceros países europeos si desde ellas se facilitan ataques contra su territorio. La amenaza no es menor: convertiría en blanco a bases en la OTAN, con un riesgo evidente de escalada hacia un conflicto directo de mayor envergadura. Incluso Dmitri Medvédev, en su tono habitual, advirtió que Europa “no puede permitirse una guerra con Rusia”, pero que “el riesgo de un accidente fatal siempre existe”, en referencia al posible desencadenamiento de un enfrentamiento mayor a partir de un error de cálculo o de un cruce de líneas rojas.

D

Tomahawk

Cambio de rumbo americano. Qué duda cabe, la reconsideración del suministro de Tomahawks a Ucrania simboliza un giro en la estrategia estadounidense. Durante la presidencia de Biden, Washington se mostró extremadamente cauto, limitando a regañadientes el uso de ATACMS dentro del territorio ruso y temiendo desencadenar una escalada incontrolada. 

Bajo Trump, sin embargo, el discurso ha mutado: se empieza a hablar de Ucrania como capaz de ganar la guerra, se califica a Rusia de “tigre de papel” y se multiplica la presión para que los aliados europeos también contribuyan con misiles de largo alcance, como los Taurus alemanes. El exministro lituano Gabrielius Landsbergis subrayó que estas armas no solo darían a Ucrania un mayor control, sino que también permitirían “marcar el tono” de la escalada, en lugar de dejar que sea Moscú quien decida unilateralmente la profundidad de los ataques.

Atacmsmay2006

ATACMS

Comparativa militar: los ATACMS. El debate sobre qué misiles de largo alcance debe recibir Ucrania no es solo político, sino profundamente técnico y estratégico, porque cada sistema ofrece posibilidades distintas sobre el campo de batalla.  Frente al Tomahawk, el ATACMS, ya empleado por Ucrania, es un misil balístico táctico lanzado desde sistemas HIMARS o M270. Sus versiones más extendidas pueden llegar a los 300 km. 

Se utilizan sobre todo para golpear depósitos de municiones, aeródromos y concentraciones de tropas tras las líneas inmediatas del frente. Su impacto ha sido notable al obligar a Rusia a desplazar sus centros logísticos más al interior, pero su alcance limitado deja fuera de peligro a la mayor parte de la retaguardia estratégica rusa. Para Moscú, la diferencia con un Tomahawk es abismal: mientras el ATACMS obliga a replegarse unos cientos de kilómetros, un Tomahawk pondría en riesgo todo su aparato militar y político.

Taurus Ila2006

Taurus KEPD 350

Comparativa militar: Taurus KEPD 350. El Taurus, desarrollado conjuntamente por Alemania y Suecia, es un misil de crucero aéreo lanzado desde aviones de combate como el Tornado o el Eurofighter. Su alcance estimado es de 500 km, con una ojiva de penetración diseñada para destruir búnkeres, pistas de aterrizaje y objetivos fuertemente protegidos. 

Su perfil de vuelo ultrabajo y su capacidad de evasión electrónica lo hacen especialmente difícil de interceptar. Ucrania lleva tiempo reclamando estos misiles, aunque Berlín ha mostrado reticencias por el riesgo de que se usen para atacar en suelo ruso. En caso de llegar a manos de Kiev, darían a la Fuerza Aérea ucraniana la capacidad de atacar con gran precisión instalaciones militares clave como aeródromos, cuarteles o depósitos de armas en zonas que hasta ahora permanecían fuera de su alcance.

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Implicaciones estratégicas. La diferencia esencial está en el alcance: los ATACMS ofrecen un radio táctico limitado a la zona inmediata del frente, los Taurus permitirían golpear profundamente en la retaguardia operativa rusa, y los Tomahawk abrirían la posibilidad de ataques estratégicos a todo el interior del país, incluyendo sus grandes centros urbanos y militares. 

Esta escalera de alcance se traduce en distintos niveles de escalada: mientras los ATACMS se perciben como un arma de contención y desgaste, los Taurus ya rozan la capacidad de negación operativa y los Tomahawk cruzan directamente al terreno de la disuasión estratégica, con implicaciones de seguridad global.

Entre la disuasión y la catástrofe. El fondo del debate radica en un delicado equilibrio: la necesidad de dotar a Ucrania de armas que puedan romper el bloqueo ruso frente al temor a una escalada descontrolada que arrastre a la OTAN a un conflicto directo con Moscú. Para Kiev, los Tomahawk serían un salto estratégico, capaces de golpear centros de mando, infraestructuras críticas y depósitos a cientos de kilómetros del frente, debilitando la capacidad logística rusa. 

Para Moscú, en cambio, representan una línea roja difusa cuya superación justificaría represalias contra quienes los suministren o los operen. Entre ambas visiones se extiende un terreno de riesgo creciente, uno donde cualquier movimiento puede desencadenar consecuencias mucho más amplias que las previstas, convirtiendo la entrega de los misiles no solo en un asunto técnico, sino en una prueba crítica de hasta dónde está dispuesto Occidente a llegar en la defensa de Ucrania.

Imagen | U.S. Indo-Pacific Command, axesofevil2000, Kelly Michals

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Ucrania ha invocado lo que Rusia vetó desde el inicio de la guerra. Y le ha dicho a EEUU que apriete el botón: Tomahawk

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Xataka

por
Miguel Jorge

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