Publicado: junio 2, 2025, 3:23 am
Donald Trump ha encontrado su juego favorito con los aranceles. Es lo más parecido al mus que cabe imaginar. Según sus cartas y su intuición envida a la grande, desprecia la chica, pasa a los pares para acabar echando un órdago cuando consigue la treinta y uno y es mano. Él lo hace en función de los adversarios, a los que trata más como enemigos de guerra que como compañeros de partida, y cuando se muestran las cartas y pierde se encoleriza y hasta se levanta dando un golpe en la mesa.
El baile de los aranceles que se trae entre manos desde hace unas semanas es su partida para desestabilizar a los países que odia a los que maneja como un divertimento con el que cultiva la vanidad que sólo algunos le estimulan. Con los aranceles para arriba y para abajo tiene sin vivir en sí a muchos gobiernos, empresarios y sobe todo a los mercados de valores que suben y bajan cuando a él le peta. Sabe como hacerlo y le gusta.
Cabe imaginarle riéndose en el despacho oval por las tardes cuando le pasan las cotizaciones en Wall Street, el Nasdap o los mercados asiáticos que son los que más le estimulan sus ansias de venganza. Todas están en su mano, sube los aranceles del acero y algunos negocios que quiere castigar se hunden, baja los aranceles del cobre y los propietarios de las minas se frotan las manos. Es deplorable que la economía mundial, después de haber estado próxima a la globalización, ahora haya caído en la diversión de un personaje esperpéntico.
Y eso no es lo peor, la mayor incertidumbre que crea son los más de tres años y medio que le quedan en la Casa Blanca arbitrando la paz o la guerra entre todos. Trump es una desgracia de esas a las que siempre estamos expuestos aunque la democracia nos lo deje en las manos como votantes a menudo sin detenernos a pensar. Tener la supremacía atómica no es una garantía, mientras el maletín con las claves para hacer estallar las bombas esté en manos de Trump se multiplica su peligro.