Publicado: septiembre 16, 2025, 7:23 am
Solo unos días después de la entrada de una veintena de drones rusos en los cielos de Polonia se repite el incidente en Rumanía. Fue, en esta ocasión, un único aparato que permaneció 50 minutos en el espacio aéreo de la Alianza.
A falta de explicaciones del Kremlin —que se limita a negar los incidentes—, ¿cómo deberíamos interpretar lo ocurrido? No se trata, por supuesto, de un intento deliberado de arrastrar a la OTAN a un enfrentamiento militar. La internacionalización de la guerra, en su fase actual, sería un sueño para Zelenski, pero una pesadilla para Putin. Incluso si algún día lejano el dictador se viera en apuros tales que le aconsejaran «escalar para desescalar» —el lector profano podría equiparar esa expresión, común en los manuales de estrategia militar, al típico «agárrame que lo mato» en la voz de quien ya está harto de pelear— lo haría justo al revés: simulando un ataque polaco a Rusia, como mandan los cánones. Sería entonces cuando deberíamos empezar a preocuparnos.
Lo que sí puede deducirse de la pronta repetición del incidente es el desprecio que Putin siente por la Alianza y, en mayor grado, por la UE. De ahí que, a pesar de la operación Centinela del Este que la OTAN pondrá en marcha para no verse obligada a matar moscas a cañonazos, como ocurrió en Polonia; a pesar del «muro de drones» que Von der Leyen pretende levantar frente a Rusia, el dictador seguirá a lo suyo, mandando oleadas de drones baratos a las regiones occidentales de Ucrania. Después de todo, si alguno de ellos atraviesa la frontera y cae donde no debe, ¿a él qué más le da?
Quizá sea más fácil entender lo que está ocurriendo en Europa del este si lo trasladamos a nuestras vivencias en Occidente. Imagine el lector que Putin es un conductor imprudente que todos los días circula a gran velocidad por las calles de una gran ciudad. Un día —en algún momento tenía que suceder— atropella a un peatón. El «accidente» fue en Polonia como podía haber sido en cualquier otro lugar de la frontera. Afortunadamente no muere nadie y habrá quienes respiren aliviados y echen tierra sobre el asunto… pero, al día siguiente, el negligente conductor vuelve a hacer lo mismo, todavía más seguro de su impunidad. ¿Quiere matar a alguien? En Ucrania, desde luego que sí. De eso va su guerra. Pero no en Polonia o Rumanía. Sin embargo, está convencido de que, si llegara a ocurrir, su abogado le sacaría de apuros.
Quizá sorprenderá al lector reparar en que el abogado con el que Putin cuenta para no rendir cuentas de actos tan irresponsables como los de estos días se llama Donald Trump. Fue el presidente de los EEUU quien sugirió que el ataque a Polonia pudo haber sido un error, cuando la OTAN ya lo había atribuido, correctamente en mi opinión, a la irreflexiva imprudencia del dictador. Fue él quien declaró después: «No voy a defender a nadie, fueron los polacos quienes derribaron los drones». Fue él también quien, en lugar de aprovechar lo ocurrido para presionar a Rusia con las sanciones adicionales que le pide su propio partido, ha preferido aumentar la presión sobre sus aliados de la OTAN.
La historia juzgará en su día si la relación entre abogado y cliente que parece existir entre Trump y Putin rebasa los límites estatutarios y se ha convertido en complicidad. Pero Europa haría bien en ponerse en lo peor y, por si ese fuera el caso, acelerar su emancipación. A pesar de las dificultades, parece mejor defenderse a sí misma que confiar en el abogado de su enemigo.