Publicado: octubre 20, 2025, 1:08 am
Miren, amo a Nick Hornby. Es un pan de dios y es un escritor parido por los dioses. Fue uno de los pocos hombres públicos que no salió manchado del #MeToo. Será porque le falta ambición lasciva o porque es de una pieza. A mi Nick no me lo anden ninguneando, es honrado e íntegro.
Las novelas de Hornby me han marcado. Su narración de las inseguridades masculinas me hizo entender a los hombres de mi vida. Me dirán que soy una pickme (neologismo para llamar a las mujeres que buscan la aprobación masculina, y sí, hay algo de eso en mí, no puedo ser perfecta), pero para mí Hornby es uno de los autores más interesantes que he leído. Supongo que no es fácil ser hombre en la era de la guerra feminista. Las mujeres ya hemos avanzado, esperamos que los hombres vengan a la par, pero pocos lo logran. Las novelas de Hornby explican por qué: simplemente no están listos. No los criaron para estar listos. Su deconstrucción (otro neologismo/préstamo filosófico que cae gordo, pero déjenme usarlo acá) es una obra colectiva en proceso. Boy will be boys pero, muchachos: váyanse despertando que los dejamos atrás.
La primera novela que leí de Hornby fue About a boy. Me atrajo por sus referencias musicales y porque tangencialmente hablaba del Nevermind de Nirvana. Me enamoró por la historia de Marcus y Will, un par de niños, con la salvedad que el segundo es treintañero. Marcus tiene doce años y es un outcast. No por las razones cool del rock sino porque a sus 12 años es demasiado, huh, tierno. Es fácil de lastimar porque no está listo para la adolescencia. Su madre, una hippie, lo crió para ser un “hombre nuevo” en contacto con sus emociones y abierto como un libro. Totalmente uncool para ser un adolescente en los noventa.
Will, que conoce a Marcus por accidente, entiende que Marcus es un niño totalmente desprovisto de protección. Sí, todo muy bien, qué bueno que el niño sea sensible, pero la adolescencia es para bestias. De la secundaria nadie sale indemne, todavía peor si no hay contraveneno en casa. Camino al cadalso.
About a boy es, aunque por mi descripción parezca lo contrario, un libro tierno. Porque así como Will trata de hacer cool a Marcus, Marcus salva a Will. Hay que explicar un poco a Will: a sus treinta y tantos nunca ha tenido que trabajar; su padre escribió un villancico que suena en Navidad hasta en el súper y Will vive de esas regalías. Will se precia de ser todavía cool (en cierto momento nos revela que ha tomado éxtasis de manera “no experimental”) o eso cree él. Marcus le demostrará lo increíblemente solo está, y lo inmaduro y absurdo en que su vida sin responsabilidad lo ha convertido.
Will le regala a Marcus su primer disco de rock: Nevermind de Nirvana. Eso me sedujo de entrada: mi primer disco de rock también fue el Nevermind. Pero lo que me hizo conmoverme fue el final de la historia. No se los echaré a perder, pero digamos que la “moraleja” —Hornby no es de dar mensajitos morales, pero digamos que aquí sí— es que mientras más adultos haya en la vida de un niño, mejor. Un niño debe crecer con sus pares, sí, pero se necesita una aldea para cuidarlo, protegerlo, quererlo. Una red ante el precipicio.
Pero aparte de sus novelas, desde High fidelity (su bombástico debut literario) hasta Someone like you, su novela más reciente, Nick Hornby es un gran periodista. No sé si él mismo se considera periodista (estudió literatura en Cambridge, una experiencia que le resultó semiamarga porque su interés en las letras era más práctico que académico), su primer libro es una crónica muy personal. Fever pitch (publicada en español por Anagrama como Fiebre en las gradas; todo Hornby está traducido en esa casa editorial) es una muy divertida narración sobre su vida como aficionado al futbol, su obsesión con el club Arsenal y un análisis de la relación ambigua que tiene el público británico con el juego que inventaron.
Fever pitch va de lo íntimo a los enormemente público. Si me preguntan (y aunque no me pregunten lo voy a decir, digo, para eso me paga El Economista) yo prefiero las pequeñas historias personales. Por ejemplo, que su amor por el Arsenal nació del divorcio de sus padres. A Hornby niño le gustaba leer, a su padre no. Como les sucede a muchos padres divorciados, al padre del pequeño Nick no se le ocurría cómo pasar tiempo con su hijo. El futbol fue una ocurrencia. Ir a Highbury, el estadio histórico del Arsenal, le llenó los ojos a Nick. Al parecer no fue un amor instantáneo pero, como en todo amor, la construcción es más fascinante que el primer beso. Arsenal y Hornby sellaron un contrato de amor esa tarde.
Digo que Fever pitch es buen periodismo porque informa y acerca incluso a un público al que no le interesa el tema. Hay un trabajo de reporteo y se sumerge en la historia del futbol inglés, no sólo el del club de sus amores. Es una crónica excelente.
Pero, ay, ya me perdí. Lo que les quería decir es que la faceta de columnista de Hornby es la que más envidia me causa.
La columna de Hornby en la revista Believer lleva ya dos décadas de existir. Stuff I’ve been reading, que así se llama la columna, es un gran ejercicio de crítica literaria accesible y por lo tanto de periodismo. Desde hace años no me la pierdo (soy suscriptora de la Believer sólo para leerlo a él. No hago menos la revista, que es muy buena, pero para mí es Hornby-Hornby-Hornby). La envidia me torna los ojos verdes.
Stuff I’ve been reading comienza siempre con dos listas. De una lado los libros que leyó ese mes, del otro los libros que compró. La columna trata de los libros leídos y de los que piensa leer a continuación. Cuando uno de los libros leídos no le gustó simplemente no publica el título ni el nombre del autor —la revista está en contra del canibalismo—, pero sí explica por qué no le gustó.
Lo más divertido de la columna es la ligereza con la que Hornby se acerca a los libros, algunos muy complicados, otros que al parecer sólo le podrían interesar a los británicos y algunos más que son polémicos. La crítica de Hornby hace atractivos cada uno de ellos.
Hornby y yo tenemos algo en común: libreros llenos de libros sin leer. De pronto agarramos uno de la pila y lo reseñamos. Pero los ojos se nos van detrás de los libros nuevos. Hornby y yo, y miles de lectores, no tenemos llenadera: nos sucede esta discusión interna frente a una librería: “¡No compres más libros!” “¡Pero este no lo tengo!”. ¿Hace falta decir qué lado gana?
Cuando empecé a escribir Garage Picasso hace casi veinte años, mi idea inicial era hacer algo a lo Hornby. Pensé en robarle su formato: dos listas, una de exposiciones y libros que he visto/leído y otra de los artistas plásticos que hubiera querido ver en tal o cual show. Jaja, mi ego no me dejó hacerlo: mejor ser tu propio escritor favorito.
A Nick Hornby lo quiero mucho. Espero ansiosa su siguiente libro. El último también me encantó: un “estudio” comparativo entre Charles Dickens y Prince. Parece estirar mucho la liga pero en manos de Hornby el asunto es posible e interesante. Incluso diría que urgente: hace falta reivindicar la gran literatura con su influencia sobre lo pop. Ese tipo de mezclas duras son las que hacen tan único al Hornby crítico. Mientras él baila entre renglones a los demás sólo nos queda aplaudir.