Publicado: septiembre 14, 2025, 6:23 pm
Que la cultura japonesa atrae al resto del mundo es un hecho. Ahí están las cifras de visitantes extranjeros que visitan la nación con números que se superan cada año. La nación nipona interesa porque en muchos casos es lo opuesto a la cultura de Occidente. Pongamos como ejemplo una postal que suele sorprender al turista que llega: ¿por qué demonios hay tantos japoneses con paraguas?
Una pista: no es solo para cubrirse del sol.
Paraguas y espíritus. Sí, en Japón, las sombrillas y los paraguas no son solo protección frente a la lluvia o el sol, también pueden ser yorishiro, es decir, objetos capaces de atraer o alojar divinidades y espíritus.
Esta visión animista, descrita por el profesor emérito Tatsuo Danjyo, asocia la forma circular del paraguas con el alma y su mango con el pilar por el que descienden las entidades, lo que convierte al objeto cotidiano en un receptáculo espiritual con presencia simbólica en la vida ritual y popular.
Del emblema de poder al uso común. Entre los siglos IX y XI, los paraguas irrumpieron en Japón no como resguardo meteorológico, sino como insigne de autoridad religiosa y política: largos sashikake-gasa sostenidos por asistentes sobre élites y dignatarios.
A partir del siglo XII su uso se extendió al pueblo, pero el poso espiritual se mantuvo, de modo que el paraguas convivió con su función práctica como signo de amparo, estatus y vínculo con lo sagrado.
Festivales que curan. Hoy esa dimensión pervive en celebraciones donde el paraguas actúa como vehículo ritual. En el Yasurai Matsuri de Kioto, en abril, las sombrillas florales “extraen” enfermedades de los participantes, y en el Hakata Dontaku de Fukuoka, cada 3-4 de mayo, los imponentes kasaboko reparten salud y fortuna a quien pasa bajo ellos.
No solo eso. En Okinoshima (Kōchi), durante el Obon del 13 al 16 de agosto, estructuras de paraguas ricamente decoradas alojan a los espíritus de los recién fallecidos para, en la noche del 16 de años alternos, conducirlos de vuelta al más allá mediante una danza procesional.
El paraguas que cobra vida. La imaginación japonesa ha personificado esta relación en el denominado como kasa yōkai, el “espíritu-paraguas” que aparece en pinturas y rollos como la Noche del Desfile de los Miriados de Demonios, donde objetos antiguos y desechados despiertan y deambulan.
Con su único ojo y rasgos traviesos, el kasa yōkai encarna la intuición animista de que los utensilios usados, queridos y finalmente abandonados pueden conservar una chispa espiritual.
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Uso cotidiano. Aunque los visitantes vean parasoles para protegerse del sol o paraguas contra la lluvia, en Japón abrir un wagasa tradicional puede resonar con una memoria cultural que trasciende el clima.
De hecho, talleres y museos permiten explorar de primera mano la historia y el oficio de estas piezas, desde su estructura hasta su decoración, conectando la práctica diaria con un legado que combina utilidad, estética y significado ritual.
Un gesto moderno con raíces. Así, la imagen de calles atestadas de paraguas en días soleados resume una continuidad: un objeto práctico que, sin dejar de serlo, opera como símbolo de cuidado, salud y buena fortuna.
Recordar esa doble naturaleza (protección física y vehículo espiritual) explica por qué en Japón un simple abrir y cerrar puede, según la tradición, convocar algo más que sombra o abrigo.
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La noticia
Si la pregunta es por qué hay tantos japoneses con paraguas por la calle, la respuesta es sencilla: por algo más que el sol
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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