Publicado: septiembre 17, 2025, 7:23 am
Setara, una joven de 20 años de Kabul, se apasionó por el canto desde niña. Sus primeros recuerdos musicales provienen de la escuela primaria, cuando cantaba canciones infantiles con sus compañeras de clase. Soñaba con estudiar música en la universidad y convertirse en una cantante profesional.
Pero todo cambió en 2021, cuando los talibanes retomaron el poder en Afganistán. En ese momento, Setara cursaba el décimo grado. Los talibanes no solo le prohibieron asistir a la escuela, sino que también declararon que cantar era pecado. Los instrumentos musicales fueron destruidos, los centros artísticos cerrados y un silencio forzado cayó sobre la vida de jóvenes como ella.
“Uno de mis sueños era estudiar música. Pero los talibanes me prohibieron la escuela y dijeron que cantar era un pecado. Vivía en Kabul con miedo constante. Al final tuve que huir”, cuenta.
Hoy Setara vive en Pakistán. Aunque sigue queriendo cantar, su futuro continúa siendo incierto: “Aquí también temo cada día ser deportada a Afganistán. Las visas no se renuevan. Nosotros, los refugiados afganos, vivimos en la incertidumbre”.
Afganistán tiene una larga historia musical: desde el rubab de Badakhshan hasta el dutar de Herat, desde las melodías folclóricas de las aldeas hasta los cantantes de pop en Kabul. Pero con el regreso de los talibanes al poder, este legado quedó en peligro de extinción.
En los primeros meses de su gobierno, los talibanes declararon oficialmente la música como “haram” (prohibida); cancelaron los programas musicales en la radio y la televisión; rompieron decenas de instrumentos musicales en público y amenazaron a los artistas con castigos si continuaban su labor.
Para los talibanes, la música es “ocio ilícito” y debe ser eliminada
Para los talibanes, la música es “ocio ilícito” y debe ser eliminada. El resultado de esta política fue el silencio de voces que alguna vez inspiraron a millones de afganos.
Traigo cifras alarmantes sobre la situación de los artistas. Según informes de organizaciones de derechos humanos y entidades culturales internacionales, tras el regreso de los talibanes más de 700 artistas afganos se vieron obligados a abandonar el país; unos 150 centros artísticos y culturales en Kabul y otras provincias fueron cerrados o destruidos; los seis institutos de enseñanza musical existentes fueron clausurados y la Orquesta Nacional de Afganistán, que alguna vez gozó de prestigio internacional, prácticamente desapareció.
Esos datos muestran que la represión no se limita a amenazas individuales, sino que implica la destrucción sistemática de un patrimonio cultural.
Entre todas las víctimas, las mujeres artistas han sufrido el doble. Para ellas, no solo la música, sino incluso la presencia pública está prohibida.
Un ejemplo doloroso es el caso de Zalalah Hashimi, una joven cantante afgana que desapareció recientemente. Hasta ahora no hay noticias sobre su paradero. Este hecho sembró el miedo entre las artistas, muchas de las cuales ya no se atreven a cantar ni siquiera en reuniones privadas.
Para muchos artistas afganos, huir fue la única opción. Pakistán e Irán se convirtieron en los primeros destinos, pero la vida en el exilio tampoco es sencilla. En Pakistán, la renovación de visados para los afganos se ha vuelto extremadamente difícil, cientos de refugiados afganos indocumentados están en riesgo de detención y deportación. -Solo un número limitado ha logrado ser trasladado a Europa o Estados Unidos a través de programas especiales para artistas.
La ONU ha solicitado repetidamente a los países de acogida que protejan a los artistas afganos, pero los recursos disponibles son escasos.
Setara cuenta: “Cada día temo ser devuelta a Afganistán. Si regreso, ya no habrá escuela ni música. Mi vida se terminaría”. Pese a todas las restricciones, la llama de la música aún arde en el corazón de jóvenes como Setara. En el exilio buscan pequeñas oportunidades: grabar una canción en estudios modestos, cantar en reuniones privadas o participar en programas en línea.
La música afgana puede parecer silenciada hoy, pero en el recuerdo de su pueblo y en los sueños de jóvenes como Setara sigue viva. El futuro de este arte dependerá del apoyo internacional y de la resistencia de los artistas que se niegan a dejar que sus voces se extingan.