Publicado: mayo 9, 2025, 3:12 pm
La democracia está retrocediendo en el mundo. El Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist (EIU) registró un nuevo retroceso en 2024. Este es el nivel más bajo desde que se creó en 2006. La puntuación promedio bajó de 5.23 en 2023 a 5.17 el año pasado. En nuestro continente, solo Canadá, Costa Rica y Uruguay se consideran democracias plenas. Estados Unidos, Argentina y Brasil son democracias defectuosas. México no llega ni a eso, se le considera una nación con un régimen híbrido, es decir, con rasgos democráticos y autoritarios.
Pero no solamente la democracia ha retrocedido, sino que la ultraderecha ha avanzado a nivel mundial. El informe anual 2025 de Amnistía Internacional, presentado el pasado abril, muestra la preocupación por las acciones del gobierno de Trump contra el reconocimiento de derechos DEI (diversidad, equidad e inclusión). Esto ha dado fuerza adicional a tendencias nocivas ya existentes en otros países “poniendo en peligro a miles de millones de personas en todo el planeta.”
Décadas de penoso avance democrático y gran esfuerzo en materia de derechos están siendo desarticuladas o simplemente borradas de un plumazo. Situaciones tales como el genocidio palestino en Gaza, que sucede a plena vista sin que gobiernos o instituciones se conmocionen, hace evidente lo siniestro que puede resultar el mundo actual. Los poderosos están dejando de lado el derecho internacional y se permiten la invasión de otros países (Rusia e Israel) o amenazan con adueñarse de territorios (EUA) sin que cause mayor alarma.
La ultraderecha está demoliendo tratados e ignorando a las organizaciones multinacionales en el interés de una pequeña minoría. Dice el informe: “La situación de los derechos humanos en el mundo documenta la represión cruel y generalizada de la disidencia, la catastrófica escalada de los conflictos armados, los insuficientes esfuerzos por abordar el colapso climático y un creciente retroceso mundial de los derechos de las personas migrantes y refugiadas, las mujeres, las niñas y las personas LGBTI.”
Probablemente, la ultraderecha se ha fortalecido a partir de la crisis mundial de 2008 que puso fin a 30 años de avance de la globalización capitalista con todo su aire triunfal. El guion es viejo, en épocas de crecimiento las sociedades se vuelven más tolerantes e inclusivas; en épocas de crisis se cierran, las derechas se fortalecen y el desprecio al “otro” se convierte en persecución, represión y exterminio.
El panorama es desalentador. Pero hay resistencia.
En el escenario mundial descrito en el que privan oposiciones disminuidas y sociedades desmovilizadas, el periodismo se convierte en el último bastión contra la locura. Alrededor del globo, periodistas críticos alzan la voz, tratando de ser escuchados, leídos, entendidos. Arriesgan su vida en Gaza, en Ucrania o en México, pero siguen adelante. En esta semana los Pulitzer y los premios Ortega y Gasset adquieren un significado esperanzador.
Como dijo Lisa Gibbs, presidenta y directora ejecutiva del Centro Pulitzer, al anunciar los premios de 2025: “Cientos de Premios Pulitzer se han anunciado aquí en medio de guerras, tragedias nacionales y una pandemia mundial. Estos son tiempos particularmente difíciles para los medios de comunicación y las editoriales en Estados Unidos”. Tenía razón. Nunca en más de un siglo se había amenazado tanto a la libertad de prensa en Estados Unidos como en esta época.
The New York Times se llevó cuatro premios; The New Yorker, tres; y The Washington Post, dos. Se ha premiado a periodistas que trabajan en medios que tratan de resistir el embate trumpista. ProPublica ganó el premio al servicio público por retomar el impacto negativo que han tenido las prohibiciones estatales del aborto en EUA; Reuters por una legislación laxa del fentanilo; The Wall Street Journal por narrar los cambios políticos de Elon Musk hacia la política conservadora; destaca Esquire por el retrato de un pastor bautista, defensor de los derechos LGBTQ+, que se suicidó luego de que su vida íntima secreta fuera expuesta por un sitio de noticias de derecha. En fin, historias que hablan de una realidad que no se somete a las corrientes que marginan y persiguen.
Por el lado de los premios Ortega y Gasset, celebrados en Barcelona, como dice el título de El País: “Se llama a ejercer un periodismo que incomode ante el auge de los autoritarismos.” Los premios fueron para un reportaje sobre la violencia machista, una foto de la dana de Valencia, una cobertura de la guerra en Gaza y para alguien que es un periodista de muchos años, reconocido en Estados Unidos y México: Jorge Ramos, especialista en incomodar a cuanto autoritario se encontró, haya sido Maduro o López Obrador.
Más allá de nuestros gustos, toda esta colección de contadores de realidades nos narra una visión, lejana del poder, a veces ofensiva para los poderosos. Son la resistencia que aguanta todavía.
Viva la resistencia viva.