Por qué Europa no puede ni debe copiar a Elon Musk: un 'SpaceX europeo' saldría muy caro a su futuro espacial - Estados Unidos (ES)
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Por qué Europa no puede ni debe copiar a Elon Musk: un 'SpaceX europeo' saldría muy caro a su futuro espacial

Publicado: diciembre 22, 2025, 6:24 am

Los 23 estados miembros de la Agencia Espacial Europea (ESA), entre los que se encuentra España, han aprobado recientemente un cambio interno que marcará la hoja de ruta para los próximos tres años: un presupuesto que ha aumentado un 32% respecto a 2022.

Esta inversión récord marca una apuesta clara por el espacio en Europa, impulsada por la pérdida de relevancia del continente en materia espacial, el retraso respecto a EE. UU. y China en lanzadores y constelaciones y la importancia de la infraestructura espacial para defensa, algo que se ha hecho obvio con la guerra de Ucrania.

Esta decisión avala la capacidad del continente para seguir siendo competitivo —y soberano— en un contexto global cada vez más competitivo e inestable.

El modelo necesario en Europa para seguir siendo relevante en el espacio

Durante los últimos veinte años, el continente ha perdido terreno frente a Estados Unidos. SpaceX cambió las reglas del juego al apostar, con audacia, por la reutilización y una cadena de valor completamente integrada: motores de alto empuje y de ciclo cerrado, cohetes reutilizables, infraestructuras, fabricación y operación de satélites y servicios de conectividad bajo un mismo techo.

Ese modelo, sostenido por miles de millones en financiación pública y privada, ha creado una ventaja difícil de recortar.

Los datos lo confirman: desde 2019, Estados Unidos ha lanzado la mayoría de los pequeños satélites del mundo y la cuota europea ha caído por debajo del 10 % (BryceTech, Smallsat Launch Trends 2024).

Europa, con presupuestos más modestos, prioridades fragmentadas y una cultura del riesgo mucho más cautelosa, no puede competir en ese mismo terreno. Pero sí puede —y debe— hacerlo en el suyo propio.

Nuestro continente ha entendido su retraso y, por ello, ha puesto el foco en los lanzadores, con apoyo masivo a Ariane 6 y Vega C pero también con el European Launcher Challenge, que prevé una inversión de 169 millones de euros en contratos de lanzamiento y desarrollo para 5 lanzadores: PLD Space (España), ISAR y RFA (Alemania), Maia Space (Francia) y Orbex (Reino Unido).

Sin embargo, siguen sin resolverse dos elementos clave: la fragmentación europea a través de los intereses nacionales y la falta de una apuesta clara para un lanzador mediano y/o pesado reutilizable capaz de competir a escala global.

Imitar no es competir

El modelo de SpaceX fascina y tienta. Pero, en el contexto europeo, sería una trampa. La integración vertical exige una capacidad financiera gigantesca y concentra todo el riesgo —tecnológico, industrial y de mercado— en una sola empresa. Cuando el mercado cambia, esa estructura rígida se tambalea.

Tenemos que ser conscientes que SpaceX es capaz de recibir más de 1.000 millones de dólares de financiación privada cada año y tiene ingresos recurrentes gracias a Starlink y Falcon, sin contar con los contratos de desarrollo y defensa del Departamento de Defensa de Estados Unidos (DoD), la NASA y otras agencias federales.

Parece una utopía que una empresa europea pueda acceder a tal magnitud de financiación. ISAR Aerospace es la empresa Europea de cohetes que ha conseguido mayor financiación privada (unos 550 millones de euros en 8 años). Sin embargo, ISAR y sus competidores europeos (PLD, Orbex, RFA y otros) todavía desarrollan (no vuelan) lanzadores pequeños, con cargas útiles cercanas a una tonelada en órbita baja y, lógicamente, estas empresas se han gastado todos sus fondos en el desarrollo de sus cohetes pequeños.

Las tecnologías de propulsión que han desarrollado no son fácilmente escalables para lanzadores medianos y/o pesados que es dónde se deben centrar los próximos desarrollos en Europa para poder competir a nivel global.

Además, los motores que han desarrollado estos actores privados no utilizan metano (clave para la eficiencia y la reutilización) y utilizan turbomaquinaria de ciclo abierto, cosa que no los hace candidatos para lanzadores medianos y/o pesados.

Europa, en cambio, ha crecido históricamente sobre otra base: la cooperación y la especialización. Ariane, Vega, Galileo, Copernicus… todos los grandes éxitos espaciales europeos nacieron de alianzas entre países, empresas y agencias que compartieron conocimiento, inversión y riesgo.

Esa fórmula —lejos de ser una debilidad— puede ser la mayor fortaleza del continente en un momento en el que la industria espacial se redefine y la seguridad y la autonomía tecnológica se vuelven urgentes.

Con el European Launcher Challenge se están financiando cinco nuevos lanzadores para un mercado europeo en el que seguramente hay sitio solo para uno o dos. Además, solo Maia Space está pensado para la reutilización y escalabilidad, aunque es una filial al 100 % de Ariane Group.

Por último, estos lanzadores tienen todos una capacidad de carga útil inferior a una tonelada y media, situándolos como lanzadores pequeños. Por la pérdida de economías de escala, los lanzadores pequeños no pueden competir en precio con lanzadores medianos o pesados y está claro que la batalla global se sitúa en estos lanzadores, con Starship (Space X) y New Glenn (Blue Origin) como puntas de lanza. Estos lanzadores son capaces de proponer un precio entre tres y diez veces inferior a los lanzadores pequeños y entre dos y tres veces menos que un lanzamiento de Ariane 6.

Esta decisión de financiar pequeños lanzadores responde a los intereses nacionales fragmentados de un acceso soberano al espacio, sin embargo, no es la mejor estrategia para una Europa competitiva en acceso al espacio a escala global ni, seguramente, el mejor uso de recursos públicos europeos.

La inversión del European Launcher Challenge, de casi 900 millones de euros, no financia tecnología disruptiva: ningún lanzador, salvo Maia, utiliza metano como combustible ni tiene motores de ciclo cerrado. Dichos lanzadores tampoco son realmente escalables. En paralelo, la ESA ha comenzado a invertir en el desarrollo de motores para la próxima generación de lanzadores europeos medianos y pesados —que utilizarán metano y turbomaquinaria de ciclo cerrado— aunque todavía la inversión es mucho menor.

Y es aquí donde yace el verdadero quid de la cuestión: en Europa necesitamos equilibrar las apuestas de corto plazo con inversiones estratégicas que refuercen nuestra competitividad a largo plazo. Esa inversión estratégica pasa por una tecnología que rara vez recibe la atención que merece, pero que en última instancia es el componente central de la competitividad: la propulsión.

El motor invisible de la competitividad

En el corazón de cada lanzador late un componente que rara vez ocupa titulares, pero del que depende todo: la propulsión. Los motores determinan el rendimiento, el coste, la sostenibilidad y la posibilidad misma de reutilización. Son también una tecnología dual, con aplicaciones tanto civiles como de defensa, y un activo estratégico para cualquier país para aumentar su soberanía.

En un contexto geopolítico volátil, donde Europa enfrenta vulnerabilidades estratégicas y dependencias externas, la propulsión debe reconocerse por lo que realmente es: no solo el motor de la competitividad, sino también una capacidad crítica para la seguridad europea en el espacio.

Sin motores propios, no hay lanzadores. Sin lanzadores, no hay satélites ni autonomía. Y sin autonomía, no hay soberanía tecnológica. Hoy tenemos la posibilidad de dar un salto de innovación para llegar a tener lanzadores más competitivos y esto pasa por el desarrollo de motores de alto empuje reutilizables, que utilizan metano y que tienen un ciclo cerrado.

Hacia una nueva manera europea de competir

La respuesta no pasa por construir una ‘SpaceX europea’, sino por construir un modelo europeo de competitividad, basado en tres pilares claros:

  • Especialización tecnológica: que cada actor se concentre en lo que hace mejor —propulsión, integración, materiales, operaciones— para evitar duplicaciones y costes innecesarios.
  • Colaboración público-privada: combinar la estabilidad institucional con la agilidad del sector privado, compartiendo riesgos y coinvirtiendo en innovación.
  • Una Europa unida por un objetivo: consolidar un mercado espacial común, donde los países y las empresas trabajen bajo una estrategia unificada. Integrar capacidades, compartir inversión y evitar fragmentación nacional.

Este enfoque no solo es más realista, es más sostenible y alineado con el ADN industrial europeo, donde la competencia se combina con la cooperación.

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