Publicado: mayo 29, 2025, 4:23 pm
El jueves 9 de mayo hice algo que nunca habÃa hecho en los diez años desde que me diagnosticaran un sarcoma ultrarraro (condrosarcoma extraesquelético mixoide) que solo afecta a 1 de cada millón de personas: organicé una reunión que parecÃa una despedida . Junté a mis amigos y celebramos en casa. HabÃa algo en mà que lo sabÃa. Que presentÃa la muerte. No en vano el cáncer ha invadido mis pulmones, mi páncreas y mi cerebro. Y esto último es aún más extraño, porque solo hay 15 casos reportados en el mundo con ese tipo de metástasis . Pero no vino ese dÃa. Solo los besos, los abrazos, el amor. La llamé ‘la fiesta funeral’. Y fue tan hermosa que pensé: si me voy ahora, me voy bien acompañada. Pero no me fui. Esa misma noche empecé a toser y a sangrar. Ya me habÃa pasado en noviembre: hemoptisis . Pero esta vez era distinto. Esta vez era de verdad. Una amenaza real. Mis familiares se pusieron nerviosos, llamaron a una ambulancia, pero estábamos en Betanzos, lejos del hospital. Me subieron a un coche. Sonia y Lidia, mis amigas, fueron por delante a dar la voz de alarma: —Va a llegar una persona muy malita, con una hemorragia. Tienen que estar preparados. Y lo estuvieron. Una camilla me esperaba. Me atendió Bruno, un médico que habÃa sido compañero mÃo en el colegio. La vida tiene estos giros: cuando estás más cerca de morir, aparecen los rostros que marcaron tu infancia. El diagnóstico no fue hemoptisis, sino neumonÃa. Empezaron a medicarme para frenar el sangrado, pero no podÃan asegurarme nada. —Si no paras, no te podemos operar —me dijeron—. Y si no te operamos, hay riesgo de fallecimiento. Yo solo pensaba en ir a Madrid aunque algunos médicos, amigos e incluso familiares me decÃan que me quedara en La Coruña. Que aquello era una locura. Que el viaje era demasiado peligroso y podrÃa morir. Pero en mà habÃa algo, llámalo corazonada, llámalo destino, que me decÃa que, aunque todos tenÃan su parte de razón, debÃa ir a Madrid para sobrevivir. Algo asà como un jugador que tira los dados pensando que va a ganar. Yo solo pensaba en el doctor Casado. Me lo habÃa prometido: que si llegaba al Hospital ClÃnico San Carlos , me tratarÃa de inmediato. Me aferré a esa promesa como quien se aferra a un salvavidas. Pedà el alta voluntaria en La Coruña a pesar de que la apuesta era muy arriesgada. Pero era mi apuesta y mi decisión. No la de nadie más. Porque solo yo, como paciente, tengo el derecho a decidir sobre mi vida y sobre mi muerte. Mi familia, mi pareja, mis amigos: todos lo hicieron posible. Conseguimos una ambulancia privada por 4.000 euros —que nunca recuperaré—, con una enfermera, un técnico, y como escudo emocional, el amor de todos los que me rodeaban. Y ahÃ, en la ambulancia, pasó algo que no olvidaré. Me tuvieron que canalizar en plena marcha, con la carretera llena de curvas. la enfermera, mientras intentaba ponerme una vÃa, me pedÃa perdón porque no encontraba la vena. Cada bache era una tortura. Yo sangraba, y el miedo también salÃa por mi piel. Pero la enfermera me agarró la mano y me dijo: —No te preocupes, Iara. Vamos a llegar. Y miraba a mi hermano y Sonia con deseo de que eso sucediera. Llegamos . A las 8:30 de la mañana del viernes ya estaba entrando al Hospital San Carlos. Me bajaron con gafas de sol, como una guerrera que acaba de superar una batalla decisiva. Sentà que habÃa salvado la vida. Pero no era el final: era el principio de otro laberinto. Porque las comunidades autónomas no se entienden. No habÃa coordinación entre hospitales. Llevábamos informes en CD y USB, pero no todos los ordenadores los leÃan. Sonia y Ramón corrÃan con papeles por los pasillos. Lidia iba a copisterÃas por Madrid. Se tardó seis horas en copiar mi historial clÃnico. Y aun asÃ, Jorge, el oncólogo de urgencias, tuvo que empezar de cero. No tenÃan nada de mÃ. Al final ingresé ese mismo dÃa. Me cortaron el sangrado. Empecé el tratamiento el lunes. Ciclofosfamida y Pembrolizumab. Un protocolo difÃcil. A eso se sumó un trombo. Sangraba por dentro. Y si me anticoagulaban, podÃa morir. Y si no me anticoagulaban, también. TenÃa dos bombas de relojerÃa en el cuerpo: el cáncer y el trombo. Cada médico parecÃa tener una pieza de mi rompecabezas, pero nadie lo veÃa completo. Aun asÃ, seguÃ. Radioterapia. Quimioterapia. Transfusiones. Esperas. Y miedo. Mucho miedo. Pero también fe. Fe en que vivir es una decisión. Y que esa decisión, en última instancia, no es del médico. Es mÃa. Hoy es 25 de mayo. Estoy en urgencias, pero viva. Empecé este texto sin saber si lo escribirÃa desde la vida o desde el borde. Ahora sé que lo escribo desde la trinchera. Desde el cuerpo que resiste. Desde la mujer que aún sangra, pero no se rinde. Desde alguien que sigue buscando su espada. Porque vivir, a veces, no es más que eso: atreverse a luchar, incluso cuando todos los pronósticos dicen que no.