Publicado: mayo 7, 2025, 11:23 am
El Cónclave para elegir al Papa tiene una norma clara e incorruptible: el secreto absoluto. Durante esos días, todos los ojos están puestos en la Capilla Sixtina, pero dentro de sus muros reina el silencio y un hermetismo que no solo es cuestión de tradición o protocolo, sino una obligación jurídica dentro del derecho canónico. Los cardenales electores, o cualquier persona involucrada en el proceso, se enfrenta al castigo severo.
El principal objetivo de la regla sagrada es garantizar la libertad del voto y evitar cualquier tipo de presión externa, manipulación o influencia indebida en la elección del nuevo pontífice. La Iglesia considera que el Espíritu Santo es quien debe guiar la elección y, por tanto, desde el momento en que comienza el Cónclave, los cardenales quedan completamente incomunicados del exterior.
Los carnales deben despojarse de sus teléfonos móviles, tienen rotundamente prohibido el acceso a los medios de comunicación y el contacto con personas fuera del Vaticano. Pero es que, además, antes de comenzar las votaciones, todos deben prestar un juramento solemne en el que se comprometen a guardar en secreto todo lo que sucede dentro de la Capilla Sixtina, incluso después de finalizado el proceso.
¿Cuál es el castigo para los que rompen el secreto?
La Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por Juan Pablo II en 1996, regula el proceso del Cónclave y establece las penas para quienes violen el secreto o intenten influir de forma ilegítima en la elección. El primer castigo, y el más grave, sin duda, para un religioso, es el llamado excomunión latae sententeiae. Es decir, que la persona queda excomulgada al instante en que comete lea falta, sin necesidad de que medie un juicio formal ni una declaración pública.
La excomunión significa quedar excluido de la vida sacramental y litúrgica de la Iglesia, es decir, no se puede comulgar, confesar, recibir otros sacramentos ni desempeñar funciones eclesiásticas y solo el Papa puede levantar esta pena. Sin embargo, no es sencillo, parea que eso suceda, es necesario que se reconozca el acto y se manifieste el arrepentimiento.
El secreto no termina con la elección del Papa. Los cardenales tienen prohibido revelar, incluso años después, cómo votaron, qué nombres se barajaron o qué debates se produjeron durante las votaciones. Y es que el silencio es vital para proteger la dignidad del proceso y la reputación de quienes participaron en él.
No solo cardenales, otros también deben guardar silencio
Todas y cada una de las personas que, de una u otra forma, colaboran en el desarrollo del Cónclave deben cumplir con el juramento inicial. Es decir, personal de limpieza, cocineros, médicos, técnicos informáticos y cualquier otro colaborador que tenga acceso, aunque sea indirecto, a lo que ocurre durante el proceso. La confidencialidad tiene efectos legales y canónicos.
Cabe recordar que el Vaticano es un Estado soberano, es decir, que, si la filtración de información supusiera una violación contractual o implicara espionaje, interceptación de comunicaciones, o afectara relaciones diplomáticas, sí podría haber consecuencias legales más allá del ámbito eclesiástico.
Medidas de seguridad para conservar el secreto
Durante el Cónclave, la Capilla Sixtina se convierte en una «zona muerta» tecnológicamente, con inhibidores de señal, barridos anti-espionaje y vigilancia constante. Como bien se mencionó, los cardenales electores son totalmente aislados del mundo exterior, entregan sus móviles, no tienen acceso a medios ni pueden comunicarse con nadie fuera del Vaticano. Además, las habitaciones se asignan por sorteo para evitar favoritismos, algunas ventanas son oscurecidas, y todas las entradas están custodiadas por la Guardia Suiza y la Gendarmería Vaticana.