Publicado: agosto 31, 2025, 3:23 pm
La Unión Europea tiene que tomar decisiones, pero se está quedando a medias. Por sí misma y por los ritmos que le impone el panorama actual, a los que no está acostumbrada. El camino hacia la autonomía estratégica se sabía que iba a ser largo, pero esta legislatura es además ‘pesada’ por la necesidad de acuerdos amplios y transversales. Las pocas decisiones tangibles que ha podido tomar en este curso político, la presión de Trump y una OTAN fuerte han condicionado los primeros pasos de lo que debe ser la Unión del futuro pero a la que se le exige cada vez más en el presente.
Sergio Príncipe Hermoso, doctor en Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid, explica a 20minutos que el gran problema de la UE «es que es timorata». Debería creer más «en su propio potencial» para el futuro, pero también abandonar en la medida de lo posible «su hipocresía» en muchos asuntos y tiene que conseguir que «su ciudadanía no quede al margen» de los pasos que se den: es decir, que las medidas concretas que se adopten lleguen a la gente. «No puede ser que el ciudadano sea un ente abstracto desde Bruselas o Estrasburgo», avisa.
Para Príncipe la clave para una UE líder en el futuro pasa por una frase: «Cambio de conciencia y recuperar principios comunes». Pero, ¿cómo se desgrana eso? El profesor lo resume en tres puntos: las relaciones con China, la política interna (con temas como la migración, sobre todo) y cómo se posiciona la UE desde dentro y hacia fuera respecto a Rusia. En lo que tiene que ver con Moscú, de hecho, lanza otra diatriba: «No vamos a ser nunca amigos, pero tampoco podemos ser siempre enemigos». Príncipe, con todo, ve aventurado hablar de la UE como una potencia, pero sí considera plausible usar el término «referencia», de cara al mundo del futuro.
La defensa, en realidad, es el primer pilar de esa autonomía estratégica de la Unión. Y ahí aparece una cierta trampa, la OTAN. Los europeos se han atado en cierto modo a los nuevos planes de la Alianza, aunque se diga que estos van de la mano de la UE: el aumento del gasto al 5% del PIB en defensa de aquí a 2035 da una hoja de ruta que, dicen en Bruselas, tiene que ir en paralelo a lo que haga el bloque comunitario; pero no parece coherente pensar en aumentar lo que en realidad puede ser una nueva dependencia de Estados Unidos y a la vez creer que ese gasto se puede enfocar en una nueva Unión Europea de la defensa y de la seguridad. Los países europeos han acabado cediendo aquí a la presión de la Casa Blanca y de Donald Trump.
Pese a ello, el gran pequeño paso ha sido, al menos en la teoría, el plan Rearmar Europa, que se ha convertido en la apuesta de Ursula von der Leyen. El planteamiento de cinco pilares busca movilizar hasta 800.000 millones de euros para 2030, mediante una combinación de flexibilidad fiscal (que permitiría desbloquear hasta 650.000 millones de euros al autorizar a los Estados miembros aumentar su gasto en defensa en un 1,5% del PIB en un período de cuatro años), un fondo de préstamos de 150.000 millones de euros (SAFE) destinado a adquisiciones conjuntas de sistemas de defensa aérea, drones, artillería, municiones, capacidades cibernéticas y de movilidad, así como la reorientación de fondos de cohesión de la UE.
Apoyado además por capital privado potencial a través de una renovada Unión de Ahorro e Inversión y con respaldo del Banco Europeo de Inversiones, el plan también establece que al menos el 65% del equipamiento militar debe ser adquirido a empresas de la UE o de países aliados. Esta ambiciosa iniciativa se basa en el reciente aumento del gasto militar europeo: en 2024, los países de la UE destinaron aproximadamente 326.000 millones de euros (cerca del 1,9% del PIB) a defensa, un incremento del 30% respecto a 2021, con 102.000 millones de euros invertidos (más del 30% del total), incluyendo 13.000 millones en investigación y desarrollo (I+D). Readiness 2030 marca así un cambio histórico hacia una autonomía estratégica europea, con compras colectivas e integración industrial más profundas.
Por su parte, Daniel Gil, analista en The Political Room especializado en UE, sostiene que el bloque comunitario para invertir más en defensa, pero la cuestión no es si invertir más en defensa o no, porque «ahí ya hay un consenso, está asumido». De este modo, la clave está en el cómo. «Hay que preguntarse qué entendemos por gasto en defensa y sobre todo cuáles son sus ejes», recuerda el experto. Francia por ejemplo no separa el gasto en Defensa de la política industrial europea; debe ser «una pata más para reforzar esa industria», en una suerte de proteccionismo al menos en esa área. «Desde el punto de vista francés todo gasto militar tiene que estar supeditado a la reindustrialización».
Hay países que hablan de «capacidades para defenderse de un ataque militar si se da el caso», y eso requiere, dice Gil, «inversiones en la operatividad de los ejércitos europeos». Ahí la prioridad es «reforzar la capacidad militar y no tanto la industrial». Se da por tanto una brecha importante porque al final son dos caminos muy diferentes. Dinero a la industria europea o dinero a comprar armamento a otros países para suplir esos déficit a corto plazo. «Lo segundo no contribuiría a reforzar la autonomía estratégica», añade el analista. Son enfoques, recuerda, «que se pueden complementar», pero de momento hay dos ‘equipos’ entre los 27 sobre cómo tiene que hablar la UE el lenguaje de la defensa, del poder duro.
Pero la autonomía estratégica pasa también por entender las relaciones con los demás, sobre todo con Estados Unidos y China, y parece que la UE oscila de uno a otro en función de la época. Con los primeros la relación ha quedado marcada por el pacto concretado hace solo unos días para evitar una guerra de aranceles. A falta de ver cómo se resuelve la guerra comercial, la realidad es que la UE está tomando pocas decisiones para despegarse de Washington: apela al diálogo con Trump porque se sabe incapaz de ir, por ahora, a un choque más frontal. Y en el momento en el que el vínculo transatlántico está muy tocado, Bruselas vuelve a mirar a China para ‘ahogar’ ciertas penas. Es una foto de por qué por ahora la UE no sabe ir sola. Alejarse de EEUU mueve al bloque hacia China, y viceversa.
De lo grande hay que ir también a lo que suena menos atractivo: las materias raras. Decisivas también para esa ‘independencia’. Ahí ya ha habido pequeños avances. En 2024, la UE aprobó la Ley de Materias Primas Críticas con el objetivo de fortalecer su autonomía estratégica y reducir la dependencia de terceros países en el suministro de recursos esenciales para la transición energética y digital. Esta normativa establece metas claras para 2030: la UE deberá extraer al menos el 10%, procesar el 40% y reciclar el 25% de sus necesidades anuales de materias primas críticas dentro de su territorio. Además, la ley impone un límite a la dependencia externa, estipulando que no más del 65% de cualquier materia prima estratégica debe provenir de un único país no perteneciente a la UE. Esta legislación busca garantizar la seguridad del suministro y fomentar el desarrollo de capacidades propias en un contexto global marcado por tensiones geopolíticas y una creciente competencia por estos recursos clave.
En este sentido, hace unos meses Bruselas adoptó, por primera vez, una lista de cuarenta y siete proyectos estratégicos para impulsar las capacidades estratégicas internas de materias primas, lo que a su vez reforzará la cadena de valor europea de las materias primas y diversificará las fuentes de suministro. Bélgica, Chequia, Alemania, Estonia, Grecia, España, Francia, Italia, Polonia, Portugal, Rumanía, Finlandia y Suecia. Abarcan uno o más segmentos de la cadena de valor de las materias primas, con veinticinco proyectos que incluyen actividades de extracción, veinticuatro de transformación, diez de reciclado y dos de sustitución de materias primas.
La UE necesita agilidad en el momento en el que más complicados van a ser los acuerdos. Siempre se repite en Bruselas que la Unión Europea es lenta porque tiene que serlo, y ahora las diferencias entre los 27 se han ido agrandando, lo que provoca que los acuerdos sean a veces más problemáticos: las exigencias y las presiones de dentro y de fuera son muchas para el bloque comunitario, pero este está ya ante su verdadera prueba de fuego. La autonomía estratégica, insisten en los pasillos de las instituciones, no puede esperar demasiado.