Publicado: mayo 22, 2025, 6:23 pm
Hoy padres y madres tienden a compartir las responsabilidades de la crianza temprana en mayor medida que antes, pero existe una diferencia biológica que parece difÃcil de superar: la lactancia . Sin embargo, los hombres sà cuentan con pezones y en casos extraordinarios también son capaces de producir leche. ¿SerÃa ciencia ficción que algún dÃa ellos también amamantaran a su descendencia? El fenómeno tiene antecedentes. En circunstancias extraordinarias, algunos hombres han amamantado a sus bebés. El Talmud cuenta el caso de un hombre que desarrolló senos y amamantó a su hijo cuando faltó la madre. El naturalista alemán Alexander von Humboldt documentó en el siglo XIX que cerca de Cumaná, Venezuela, otro varón lo logró durante tres meses. La historia ofrece ejemplos más recientes: en 2002, en Sri Lanka, un viudo estimuló sus pezones hasta que secretaron suficiente leche para alimentar a sus hijas. Hay compendios médicos del siglo XIX que refieren el fenómeno, y hasta Charles Darwin lo menciona en El origen del hombre (1871): «Es bien sabido que en los machos de todos los mamÃferos, incluido el hombre, existen mamas rudimentarias. En varios casos, estas se han desarrollado notablemente y han producido un abundante suministro de leche.» En efecto, los tejidos mamarios de los hombres son funcionales en potencia. Aún asÃ, en condiciones hormonales normales la capacidad de amamantar de los hombres está dormida. En la Segunda Guerra Mundi al, prisioneros que pasaron hambre extrema sufrieron galactorrea –producción anormal de leche– cuando volvieron a alimentarse. Su hÃgado, testÃculos y glándula pituitaria estaban atrofiados por la inanición. Al recuperarse, los niveles de prolactina, hormona clave para la lactancia, aumentaron. Otras condiciones médicas pueden desencadenar el proceso. Los tumores en la pituitaria, por ejemplo, disparan la prolactina. El obstáculo para la lactancia masculina, entonces, no es anatómico sino hormonal. La evolución permite explicar que los machos de mamÃferos no amamanten. La lactancia proporciona alimento seguro a sus crÃas y las protege del entorno hostil, pero tiene un alto precio energético: unas quinientas calorÃas diarias en los humanos. Las hembras invierten enormes recursos en la gestación y la lactancia es una extensión natural de este proceso. En los machos, en cambio, no se justifica tal gasto energético. La duda sobre la paternidad también es crucial, ya que los machos de la mayorÃa de los mamÃferos no tienen certeza de su vÃnculo genético con las crÃas. Invertir recursos en hijos que podrÃan no ser suyos carece de sentido evolutivo. La competencia sexual es otro factor a tener en cuenta. La selección ha favorecido en los machos mamÃferos la capacidad de fecundar a múltiples hembras para perpetuar sus genes, pero no recompensa los cuidados paternos. Estos se observan en menos del 10 % de las especies, mientras que en las aves son habituales. Hay excepciones: los machos del murciélago Dayak de Borneo secretan leche, aunque en cantidades pequeñas. Y el fenómeno se ha documentado también en primates en condiciones de estrés. Esto revela que la evolución no ha favorecido la lactancia en machos, pero tampoco la ha eliminado del todo. Los pezones masculinos pueden activarse. Es como si hubiera un interruptor apagado. Con intervenciones farmacológicas hormonales, no muy complejas, los hombres podrÃan amamantar. La pregunta es si esto serÃa deseable. Los debates éticos sobre el uso de la biotecnologÃa para modificar a los humanos son intensos. Los defensores del transhumanismo afirman que tenemos el derecho (y hasta el deber) de mejorar nuestra biologÃa, mientras que los crÃticos advierten sobre los riesgos de hacerlo. Como señala el filósofo Antonio Diéguez en Pensar la tecnologÃa (2024), estas intervenciones exigen una reflexión profunda sobre sus consecuencias. En el caso de la lactancia masculina, hay buenos argumentos a favor . Al estimular el pezón el cuerpo libera oxitocina. Esta hormona, que genera sensaciones de calma, conexión Ãntima y armonÃa social, facilita los vÃnculos emocionales profundos entre la madre y el bebé. El efecto se replicarÃa en los hombres lactantes y de seguro fortalecerÃa la relación entre padre e hijo. Las investigaciones también muestran que la testosterona disminuye en los hombres involucrados en la crianza. Aunque la relación entre esta hormona y la violencia es compleja, los machos con testosterona elevada tienden a ser más dominantes y competitivos. La lactancia podrÃa dar lugar a hombres más empáticos y cooperativos . Dado que la violencia masculina es aún un problema serio, esta transformación tendrÃa beneficios sociales. El argumento más potente es que podrÃa balancear la carga biológica de la reproducción. Desde el embarazo hasta la lactancia, esta es la causa de desigualdades sociales, económicas y polÃticas. TodavÃa hoy, en los paÃses con mejores polÃticas de igualdad, las mujeres son las cuidadoras principales en la primera infancia. La lactancia compartida serÃa un paso hacia la igualdad real. Para las nuevas formas de familia también habrÃa beneficios. Hoy han logrado un lugar sociopolÃtico configuraciones familiares antes impensables: parejas del mismo sexo, padres solteros, familias no tradicionales. La lactancia masculina permitirÃa a los homosexuales y trans criar a sus hijos con todas las ventajas de la leche materna. Hay otro cambio cultural positivo. La lactancia materna ha sido revestida de una sacralidad que trasciende lo biológico, como lo muestran las imágenes de la Virgo Lactans en el arte cristiano, sÃmbolo de pureza y abnegación. Compartir la lactancia desafiarÃa esta construcción cultural, que ha idealizado el cuerpo femenino como fuente nutricia, y lo liberarÃa de expectativas sobrehumanas. Que los hombres puedan amamantar permitirÃa reconocer la lactancia como un acto de cuidado, no ligado a una identidad esencial. Desde el punto de vista médico, habrÃa que estudiar los efectos secundarios de modificar el delicado sistema hormonal masculino. Cualquier alteración endocrina puede tener consecuencias que requieren una evaluación exhaustiva. En el ámbito ético surgen preguntas sobre los lÃmites de nuestra intervención en la biologÃa. ¿Jugamos a «ser dioses» si intentamos modificar nuestra naturaleza sexuada? Bioconservadores como Francis Fukuyama, Michael Sandel y Leon Kass asà lo sostienen y con argumentos que se deben considerar. La lactancia paterna desafÃa nuestros conceptos de masculinidad, paternidad y roles de género. Las resistencias seguro serÃan fuertes, como ante todo gran cambio social. Pero la historia enseña que una generación ve como antinatural lo que es normal para la siguiente. La humanidad siempre ha usado la tecnologÃa para superar sus limitaciones biológicas. Quizás sea el momento de aplicar ese ingenio a uno de los aspectos más básicos de la experiencia humana: la alimentación y la relación con nuestras crÃas en sus primeros y cruciales meses de vida. Pocas innovaciones prometen un impacto tan benéfico para nuestra especie. Este artÃculo se ha escrito en colaboración con la filósofa y escritora Sandra Caula. ArtÃculo publicado en The Conversation.