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La industria espacial española toma altura propulsada por la sostenibilidad

Publicado: septiembre 7, 2025, 2:52 am

La economía espacial ha experimentado un auge sin precedentes en los últimos años, consolidándose como un terreno fértil para la inversión pública y privada. La democratización del acceso al cosmos , impulsada por la reducción de los costes de lanzamiento y la miniaturización de la tecnología, ha abierto un abanico de oportunidades que distintos actores tratan de aprovechar. Asistimos a una nueva era marcada por un trepidante ritmo de trabajo, como refleja el récord de 259 despegues orbitales registrados en 2024 en el mundo (+18% interanual), pero caracterizada también por el aumento de las vulnerabilidades a medida que se intensifica la actividad. En este contexto, la sostenibilidad se ha hecho indispensable para garantizar el uso del espacio a lo largo del tiempo, por lo que la adopción de prácticas responsables ha pasado de ser un valor deseable a un imperativo estratégico para que este valioso ecosistema siga disponible para las próximas generaciones. Eso sí, a pesar de que la creciente concienciación y las numerosas iniciativas en marcha son pasos en la buena dirección, la falta de un marco jurídico armonizado a escala europea continúa como el gran reto pendiente. El cuidado de este entorno ha trascendido de ser una mera cuestión ética para emerger como un motor de prosperidad, en tanto que ayuda a preservar la futura exploración de la órbita y estimula el desarrollo de productos innovadores. Desde combustibles renovables para cohetes hasta lanzadores reutilizables o dispositivos para luchar contra la basura espacial, la carrera por lograr que el medio más allá de la frontera terrestre sea sostenible se encuentra al rojo vivo. La industria española, que atraviesa un momento de esplendor, no es una excepción. Facturó 1.200 millones de euros en 2023, un alza del 12,6% respecto al curso anterior. Contribuyó con 1.964 millones a la riqueza nacional, el equivalente al 1,2% del PIB industrial, y creó 20.552 empleos, según el informe elaborado por la consultora PwC para la patronal Tedae. Cifras positivas que se acompañan de la apuesta del tejido empresarial por la sostenibilidad, gracias tanto a compañías veteranas a pujantes startups que destacan en el competitivo tablero mundial con soluciones de vanguardia. Pablo Bascones, socio responsable de Sostenibilidad y Cambio climático en PwC, confirma que para el sector espacial la descarbonización es clave, y alude a los frentes en los que actúa: «Por ejemplo, en España Repsol y PLD Space están trabajando en el desarrollo de biocombustibles para los lanzadores espaciales capaces de reducir la huella de carbono en un 90%. Pero también hay foco claro en la gestión de residuos orbitales , el diseño de satélites que puedan desorbitarse de forma controlada y el desarrollo de cohetes reutilizables. Estos últimos están marcando un antes y un después en la industria porque no solo hacen que el acceso al espacio sea más económico y frecuente, sino que permiten reducir la huella ambiental de cada misión». Considera que, teniendo en cuenta el tamaño de nuestra industria espacial en comparación con otros países, España está bien posicionada en materia de sostenibilidad. «Participamos activamente en iniciativas europeas para la vigilancia de basura espacial y en proyectos pioneros como misiones de desintegración controlada de satélites, lo que demuestra un compromiso real con la gestión responsable del entorno orbital », comienza por señalar. Además, dice, «empresas españolas están desarrollando tecnologías para servicios en órbita, como el mantenimiento y la retirada de satélites, que serán clave para avanzar hacia un modelo más circular». Aun así, cree que el sector tiene retos importantes, como consolidar capacidades industriales, atraer más talento técnico procedente de carreras STEM y asegurar una financiación estable para seguir liderando en sostenibilidad. Uno de los problemas en los que concentran sus esfuerzos los actores de este nicho es la basura espacial . «Durante décadas se han lanzado satélites, cohetes y misiones sin una gestión adecuada de lo que queda en órbita una vez finalizada su vida útil. Hay decenas de miles de objetos orbitando la Tierra, y solo una parte muy pequeña está operativa, lo que supone un riesgo real de colisiones», apunta Bascones, para quien este aspecto es crítico. «Si no se controla –advierte– el entorno orbital puede volverse inutilizable, afectando servicios esenciales como telecomunicaciones, navegación o monitorización climática, y comprometiendo el acceso al espacio para próximas generaciones». Lamenta que el marco legal internacional es «bastante débil, ya que los tratados existentes son generales y, a día de hoy, no incluyen mecanismos de control ni sanción ». Aclara que hay tratados y convenios internacionales genéricos y un convenio, en concreto, que obliga a registrar los objetos lanzados, pero no exige su retirada ni regula su ciclo de vida. «Las directrices técnicas de la ONU y códigos como el europeo ofrecen recomendaciones para mitigar la basura espacial, pero son voluntarios. Se necesitan normas más concretas, como estándares técnicos obligatorios para el diseño de satélites, licencias que incluyan criterios de sostenibilidad, y acuerdos multilaterales que regulen la eliminación activa de residuos», insiste. A la espera de un marco jurídico claro que acabe con las lagunas existentes en la actualidad, las soluciones innovadoras para luchar contra la basura espacial se abren paso. La multinacional española GMV, con más de 40 años de historia, ofrece una aproximación integral que comprende todas las fases de la gestión de la basura espacial (prevención, mitigación y remediación). Entre sus hitos se incluye el desarrollo del dispositivo MICE , ideado para ser integrado en la nueva generación de misiones de observación de la Tierra, dentro del exitoso programa Copernicus de la Agencia Espacial Europea , garantizando que estos satélites puedan ser retirados de órbita de manera controlada al finalizar su vida útil o en caso de fallo. «Se trata de un elemento pasivo, una especie de manillar, que va colocado en la parte de abajo de los satélites», explica Mariella Graziano, directora ejecutiva de Estrategia y Desarrollo de Negocio de Ciencia, Exploración y Transporte de GMV Sistemas Espaciales. La interfaz se complementa con CAT , un ‘mecanismo de captura’ que agarra el satélite objetivo del manillar MICE, lo lleva a los límites de la atmósfera para que entre y se queme de forma ecológica. «Si los satélites están preparados con MICE el proceso es más fácil, pero si carecen de él y tienen una parte suficientemente rígida también podría retirarlos», comenta Graziano, que detalla que prevén hacer una demostración a finales de 2029 (hasta ahora han hecho varias pruebas en tierra). Otra de las herramientas de la compañía que favorece la sostenibilidad espacial es el sistema robótico Mirror , que posibilita la construcción en órbita de grandes infraestructuras que serían imposibles de lanzar debido a las limitaciones de tamaño de los cohetes. Como expone Graziano, gracias a sus brazos robóticos, Mirror es capaz de ensamblar piezas más pequeñas que sí caben en los lanzadores y de unirlas directamente en el espacio para formar estructuras de mayor tamaño (telescopios de grandes dimensiones, estaciones de energía solar en órbita…). Dado que el sistema también sirve para la reparación en órbita, prolonga la vida útil de los satélites, lo que reduce la frecuencia de nuevos lanzamientos, y permite que si un componente se daña pueda reemplazarse en lugar de desechar toda la nave. La ilicitana PLD Space, dedicada al transporte espacial, explora alternativas respetuosas con el medio que además sean viables desde el punto de vista económico. Un botón de muestra es la familia de cohetes Miura , diseñados para ser recuperables y reutilizables, lo que se traduce en un doble beneficio: menor impacto medioambiental, ya que no acaban tirados en zonas remotas, como océanos o desiertos, sino que son aprovechados para futuras misiones, y reducción de la huella de carbono por misión, pues el CO2 equivalente a la fabricación de cada cohete se divide entre el número de lanzamientos que realiza y, al ser reutilizables, la huella de carbono por cada uno baja notablemente. ¿Cómo se materializa la estrategia de recuperación de los aparatos? Raúl Verdú, responsable de Desarrollo de Negocio y cofundador de PLD Space, indica que el método se basa en el despliegue de unos paracaídas para un amerizaje suave en el océano . La primera etapa del cohete, que constituye el 80% de su estructura, una vez que se ha separado de la parte superior en pleno vuelo, está diseñada para sobrevivir a la reentrada atmosférica, «de modo que cuando vuelve a entrar en la atmósfera terrestre se activa una secuencia de paracaídas con el fin de que caiga de forma suave en el océano. Un barco se dirige al lugar del amerizaje, donde el cohete es transportado de vuelta a la base para ser lanzado en una misión futura», cuenta. La tecnología está ya disponible y, de hecho, se empleó en el cohete Miura 1, que despegó con éxito desde Huelva en octubre de 2023 y que sirvió para validar el funcionamiento del sistema de paracaídas. La compañía ha definido una hoja de ruta para avanzar hacia nuevas tecnologías en los próximos años y es aquí donde entra en juego el denominado aterrizaje propulsivo , una técnica que consiste en utilizar los propios motores del vehículo para efectuar un aterrizaje controlado. Hasta la fecha, ninguna empresa europea ha aplicado esta tecnología en una misión real, siendo SpaceX, propiedad de Elon Musk , la única que lo ha hecho de manera habitual. La ventaja, al igual que ocurría con el primer método, es limitar la cantidad de desechos generados en cada misión, evitando que se contaminen los océanos. Como parte de su compromiso con la sostenibilidad, PLD Space participa con Repsol en un proyecto de I+D, financiado en parte por la Agencia Espacial Española, dirigido a la creación de queroseno sintético para cohetes a partir de materias primas renovables o recicladas. «Sintetizar ese combustible a nivel de laboratorio está más o menos conseguido y el reto es desplegar la capacidad industrial para producir en masa. Nos hemos puesto un horizonte de 10-15 años», asegura Verdú, convencido de que la apuesta por la sostenibilidad es irreversible. «El mercado lo demanda y darle la espalda es perder oportunidades de negocio», dice tajante, antes de compartir una reflexión: «El espacio es como una mina. Si sacamos todo el oro ahora, nos quedaremos sin oportunidades a futuro». Ahondan en esta idea desde GMV. Alberto Águeda, director de Vigilancia y Gestión de Tráfico Espacial de la compañía, aporta un dato revelador: «El espacio es un entorno en el que se está llevando a cabo una actividad económica importantísima. En el mundo occidental, interaccionamos de media con 100 satélites al día que nos hacen la vida más fácil . Si no somos capaces de que ese entorno sea sostenible, corremos el riesgo de llegar a una situación en la que, siendo la primera civilización con aspiraciones de salir de nuestro planeta, nos quedemos encerrados por haber creado una ‘costra de basura’ alrededor del mismo». A día de hoy existen unos 11.000 satélites proporcionándonos servicios, de los cuales 7.000 son de Elon Musk. Alrededor de ellos orbitan sin control unos 40.000 objetos adicionales más grandes que un cubo de rubik, es decir, más grandes que 10 cm, 1.100.000 más grandes que 1 cm y 130 millones más grandes que 1 mm, pero que orbitan a 28.000 kilómetros por hora. «El objetivo no es solo que el espacio en sí sea sostenible –matiza Águeda–, sino que lo sea todo el ecosistema, tanto a nivel ambiental como político, ético y económicamente viable para no llegar a una situación en la que haya mucha infraestructura que quede abandonada». En esta línea, su compañera Mariella Graziano insiste en que nuestra vida es mucho mejor gracias al espacio, «con lo cual tenemos que adoptar todas las acciones necesarias para que siga siendo accesible», algo en lo que ya trabajan la Agencia Espacial Europea, la Comisión Europea y España. Andrés Marcos Esteban, director del Máster en Ingeniería Espacial de la UC3M, recuerda que la Comisión presentó el pasado mes de junio nuevas medidas en un intento de cohesionar las regulaciones existentes a nivel nacional. Una de los cimientos de la Ley Espacial de la UE es la sostenibilidad, estableciendo que los operadores tengan que evaluar y reducir el impacto medioambiental de sus actividades espaciales, al tiempo que se benefician del apoyo a la innovación en tecnologías emergentes como servicios de mantenimiento en el espacio para ampliar la vida útil de los satélites y reducir los desechos. «Se ofrecerá apoyo para mitigar los posibles costes para la industria», asegura la Comisión. Expone el docente que la Agencia Espacial Europea también está impulsando la sostenibilidad, como refleja la ESA Green Agenda , centrada en dos objetivos: «Por un lado, maximizar los beneficios de la sostenibilidad para garantizar que la ESA y los programas espaciales europeos contribuyan al Acuerdo de París y al Pacto Verde Europeo y, por otro, minimizar el impacto ambiental de las operaciones que se hacen en tierra y en el espacio», detalla. Estados Unidos es otra de las geografías más activas en este ámbito. Como refiere Andrés Marcos Esteban, cuenta con una regulación que exige que los satélites se desorbiten en un plazo de un lustro después de finalizar su misión (antes era de veinticinco años). «En Europa aún no la tenemos establecida, pero se activará en los próximos uno o dos años», comenta. Estas dos regiones se sitúan a la avanzadilla en la cuestión medioambiental: «En comparación con otros lugares, ponen mucho énfasis en que no solo hay que tener competitividad económica y tecnológica, sino respetar el medio ambiente». Una mentalidad que forma parte del ADN de startups patrias como Pangea Propulsion, la responsable del desarrollo completo de un innovador sistema de propulsión concebido para ser reutilizado en múltiples misiones espaciales. Lo hace en el marco del proyecto MERLIn , subvencionado por el Programa Tecnológico Espacial y liderado por ITP Aero, en el que participan otros referentes del sector en nuestro país como Sener o Aenium. Arcos, como han bautizado al motor, se encuentra en una fase de diseño muy avanzada, con la previsión de que el ensamblaje de la primera unidad se realice a finales de 2026. Uno de sus rasgos distintivos es que emplea combustibles verdes (metano y oxígeno líquido) que reducen un 50% las emisiones de C02 respecto a los motores convencionales. «Cuando se quema, el queroseno deja hollín dentro del motor, mientras que el metano tiene una combustión más limpia que facilita la reutilización del motor», agrega Xavier Llairó, cofundador de la firma, como otro punto a su favor. El segundo aspecto a destacar es que se trata de un motor de cohete de alta eficiencia con tobera aerospike, lo que aporta beneficios frente a otras opciones. «Cuando sale el flujo de gases de la combustión, una tobera en campana (la clásica) está optimizada para que esa salida sea la misma que la presión atmosférica en un punto determinado. En cambio, como el motor aerospike no tiene paredes externas, sino que es en forma de V, el flujo de salida de gases se expande tanto como quiera, de modo que está trabajando siempre en óptimo », explica. ¿Qué se consigue? «Permite gastar un 15% menos de combustible para llevar la misma carga útil o con la misma cantidad de combustible transportar un 20-50% más de kilos a órbita, de modo que económicamente es interesante». Comenta Llairó que Arcos es ‘la joya de la corona’, pero que también trabajan con motores de movilidad en el espacio, para los que recurren a combustibles sustitutivos de la hidracina, un componente químico tóxico y cancerígeno. «Optamos por agua oxigenada de altísima pureza con una concentración del 98%», apunta el emprendedor, firme defensor de que el futuro de las empresas de esta industria pasa sí o sí por integrar la sostenibilidad como un elemento central de su cultura corporativa.

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