Publicado: septiembre 26, 2025, 4:23 pm
Hace exactamente un año, Islandia tomó un camino inexplorado en su lucha contra el turismo masivo: en esencia, decirle la verdad al visitante. Así comenzó una campaña marcada por un slogan: “Nadie te salvará si caes”, que inequívocamente venía a confirmar a las hordas de los peligros de acercarse demasiado a un volcán en erupción.
Hoy, Islandia se pregunta si valió la pena “abrirse” tanto al mundo.
El despertar que lo cambió todo. En 2010, cuando el volcán Eyjafjallajökull interrumpió el tráfico aéreo europeo con una nube de ceniza que paralizó el continente, Islandia pasó de ser una isla remota y evocada en sagas nórdicas a convertirse en escenario global. Las imágenes de glaciares, playas negras y aguas termales difundidas por las cadenas internacionales despertaron la curiosidad del mundo en un país que acababa de sufrir el golpe de la crisis financiera.
Con la campaña Inspired by Iceland, el gobierno y la industria turística aprovecharon el momento. A partir de entonces, el desembarco de aerolíneas de bajo coste y fenómenos virales en redes sociales (incluido un videoclip de Justin Bieber entre cascadas y restos de aviones) catapultaron la isla a destino imprescindible.
Turismo de masas. En apenas quince años, el número de visitantes pasó de menos de medio millón a más de 2,3 millones anuales, multiplicando la población local varias veces durante la temporada alta. El turismo revitalizó pueblos, generó empleo y transformó la economía, hasta el punto de convertirse en el motor principal del país. Localidades como Vik, antaño agrícolas, vieron cómo los establos daban paso a casas de huéspedes, cafés improvisados en autobuses escolares y atracciones de aventura.
La inmigración acompañó este auge: en algunos municipios, los extranjeros ya son mayoría, y la llegada de nuevos residentes incluso ha provocado un “baby boom” inesperado. Para muchos alcaldes y empresarios locales, los problemas actuales son preferibles a la decadencia de pueblos que antes parecían condenados al abandono.
El dilema de la identidad. Sin embargo, obviamente no todo son buenas noticias. El turismo ha aportado vitalidad económica, empleo e infraestructuras, pero también tensiones. Agricultores se quejan de los visitantes que entran en sus tierras o alimentan a los caballos sin permiso, llegando incluso a causar muertes de animales. En Vik, la llegada masiva de trabajadores extranjeros ha alterado el tejido social y urbanístico, con viviendas prefabricadas que cambian la estética tradicional.
Incluso en las escuelas se han tenido que poner carteles para evitar que los turistas fotografíen a los niños. En el plano medioambiental, sistemas básicos como el alcantarillado han quedado desbordados. Muchos islandeses reconocen la prosperidad que el turismo les ha brindado, pero se preguntan cuánto puede resistir la cultura local sin diluirse.
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Islandia como parque temático. Más de una década después de que Eyjafjallajökull cubriera de cenizas el cielo europeo y pusiera al país en el mapa global, muchos críticos sostienen que la isla ha corrido el riesgo de convertirse en un “parque temático de volcanes”.
Los géiseres, glaciares y montañas de fuego son hoy parte de un itinerario casi prefabricado, impulsado por aerolíneas de bajo coste y selfies de Instagram, que concentra multitudes en un puñado de paisajes icónicos mientras otras regiones permanecen al margen. Lo que antes se percibía como un territorio indómito y misterioso ha pasado a parecer un decorado turístico sujeto a la lógica del consumo rápido, donde la erupción que atrajo al mundo se transformó en reclamo publicitario permanente. Para muchos islandeses, la paradoja es evidente: el volcán que salvó la economía amenaza ahora con devorar la esencia de su país.
El futuro. Así, académicos y analistas proponen diversificar las rutas y ofrecer experiencias más profundas ligadas a la historia y la cultura del país, para evitar que el turismo se reduzca a un puñado de “lugares de postal”. Regiones como los fiordos occidentales o el norte pesquero siguen relativamente al margen, aunque la apertura de vuelos directos podría cambiar la situación.
La cuestión, según muchos islandeses, no es cerrar la puerta a los visitantes, sino repensar el modelo: atraer a quienes desean una experiencia más prolongada y consciente, en lugar de visitas rápidas dictadas por las redes sociales. La frase nacional Þetta reddast (“todo saldrá bien”) refleja el optimismo resiliente del país, aunque ahora se enfrenta a la pregunta más incómoda: ¿puede Islandia seguir recibiendo al mundo entero sin sacrificar aquello que la hacía única?
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La noticia
La erupción de un volcán era sinónimo de peligro hace 100 años. Hoy ha convertido a Islandia en un parque temático
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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