Publicado: septiembre 28, 2025, 6:23 am
La escritora ucraniana Olena Stiazhkina , se pregunta: «¿Qué se siente cuando los rusos vienen a ‘salvar a los rusoparlantes’ y luego los matan?». Olena nació en la ciudad de Donetsk y esa reflexión está plasmada en su libro ‘Ucrania, guerra, amor’. Un testimonio de aquellos caóticos días acontecidos en la primavera de 2014. Nadie lo podía entender entonces, pero fueron los primeros capítulos de un conflicto tan brutal que estremeció al mundo. Los habitantes de la región de Donetsk, junto a sus vecinos de otras provincias, han sido elevados por Putin a protagonistas no deseados de su retórica bélica. El jefe del Kremlin lanzó sus columnas blindadas y sus misiles contra el país vecino con la excusa de «liberarlos». «¿Qué clase de ‘liberación’ es esta? Han destruido la mitad del Donbás, han arrasado nuestros pueblos hasta el último ladrillo. Lugares prósperos… ¿Cuántas personas y niños fueron asesinados? Nuestros bosques están quemados. Hay zonas donde no se podrá volver a vivir hasta dentro de 70 años por las minas», dice en tono de reproche y enfado Olga Malva , vecina de Kramatorsk que regenta una cafetería. Ella se presenta con orgullo como una patriota ucraniana. La parte más afectada por la invasión de Moscú es precisamente donde más ruso se habla. Pero el asedio del invasor sólo ha logrado el efecto contrario en la mayoría. Aquí se ha forjado, a sangre y fuego, una resistencia numantina. La lucha diaria de los residentes es ir al trabajo para mantener funcional la principal barrera de contención en el este de Ucrania. «Nos hemos acostumbrado a vivir en esta ruleta rusa que nos han impuesto. Ya nadie teme a la muerte, estamos mentalmente preparados. Lo único que podemos pensar es que, si pasa, que sea rápido. Además, yo puedo renunciar a mi ciudad. Mis gatos y perros y mi casa están aquí. Mi trabajo está aquí. Yo fui una niña de Kramatorsk y cuando llegó la guerra sentí la responsabilidad de proteger a esta ciudad como si fuese un hijo», explica Olga. Kramatorsk ostenta todavía el título de ciudad de retaguardia; las líneas de combate se sitúan a 18 kilómetros. Pero el frente ahora es difuso y el peligro ya no lo marca la distancia que separa a una población de las fuerzas invasoras. La urbe está cada vez más al alcance de aeronaves letales. Todos los que viven en esta región han aprendido a distinguir perfectamente cada tipo de dron en función del ruido que emite. Los bombardeos no cesan. La mayor parte son drones del tipo Geran-2. Los ataques se registran casi a diario. Tras cada bombardeo en Kramatorsk y Sloviansk, la gente decide evacuar. A veces los rusos atacan también con bombas aéreas guiadas«, destaca Pablo Dyachenko , oficial de prensa de la Policía de Donetsk. Las tropas de Putin se han adaptado a la guerra y despliegan todo su arsenal en lugares como Kramatorsk. «Periódicamente se registran los impactos de los FPV (drones con vista en primera persona). Este tipo de drones representa un gran problema para las poblaciones civiles. Primero por su cantidad; segundo, por la posibilidad de atacar incluso objetivos móviles. Lo vemos a diario en Kostiantynivka, donde moverse por la ciudad es altamente peligroso», explica el agente. Para el gobierno invasor esta región es un objetivo esencial dentro de sus aspiraciones por dominar toda Ucrania. Los rusos están empeñando sus mayores esfuerzos militares y diplomáticos aquí. Este verano exigieron la cesión de los territorios controlados por Ucrania para poner fin a la invasión. Con ellos no sólo recibiría el 25% restante de la provincia, también una estructura defensiva clave que podría facilitar mayores avances hacia otros territorios y ciudades. Zelenski negó en rotundo esta posibilidad. Desde Washington han planteado en varias ocasiones la idea de un «intercambio de territorios», en palabras de Donald Trump. Esos «territorios» que parecen un ente abstracto en los despachos y en las reuniones de alto nivel, son una realidad muy concreta que contiene vidas, identidad, recuerdos, dolor y ansias de un futuro ucraniano. La capital administrativa de Donetsk se sitúa en medio de una línea que recorre las localidades clave de Sloviansk, Druzkivka y Kostiantynivka. Kramatorsk forma parte de este cinturón defensivo. Los combates no están lejos y a la vez la ciudad se ha empeñado en poner cota al efecto de la guerra. Quienes llegan a la urbe por primera vez se sorprenden siempre. Es inevitable no hacerlo al descubrir cómo un lugar tan cercano al infierno sigue siendo acogedor, cómodo y práctico. Esto es gracias a unos vecinos que cumplen una misión vital. Los supermercados ofrecen todo tipo de productos, incluso algunos de importación española. No es difícil adivinar cuáles son. Docenas de cafeterías están abiertas desde temprano con dulces recién hechos. Los restaurantes tienen menús de lo más variado: desde el tradicional ‘borsh’ hasta sushi o shawarmas con sello nacional. Hay espacio para la belleza, con peluquerías, clínicas estéticas o centros de manicura. También servicios veterinarios. El mercado local acoge pequeños puestos con flores, verduras y ropa a la última moda, mientras los trabajadores del ayuntamiento son una pequeña legión que tiene las calles de impecables. Ni todo el empeño de los residentes es capaz de frenar los ataques enemigos y sus consecuencias. A base de golpes, la estampa de la ciudad ha cambiado irremediablemente. Rita Kolycheva tiene un negocio de manicura y está esperando un hijo. Por el momento se mantiene y lo hará hasta que pueda. Admite, sin embargo, que algunas de sus clientas habituales han decidido irse. Todavía tiene ánimo para sonreír y emocionarse al recordar cómo acostumbraba ser su ciudad, aunque admite que la guerra también ha perforado hasta sus recuerdos. «Había muchos niños que jugaban en las fuentes. Los jóvenes andaban en bicicleta y en patín. En verano, la plaza siempre estaba abarrotada. Asistíamos a conciertos aquí en las localidades vecinas. Y en invierno, siempre colocaban un gran abeto para celebrar el Año Nuevo», cuenta la profesional estética. Kramatorsk industrial, antes de 2014, los salarios eran buenos: «Una ciudad rica», subraya. Después de los combates más intensos hace ya más de diez años, la ciudad retomó el pulso. «Comenzaron las construcciones aquí y volvió la vida», agrega. Los grandes recitales de antaño ya no se celebran en tiempos de conflicto. Tampoco hay ahora plazas llenas. El toque de queda comienza a las nueve de noche y la ciudad se sumerge en la penumbra. Denis Mijailichenko es un periodista del ‘Kramatorsk Post’ de 26 años. Recuerda perfectamente cuando retiraron la estatua de Lenin del centro tras la Revolución de la Dignidad. En su lugar pusieron una fuente que hacía las delicias de los pequeños. «Ahora miro a mi alrededor y me siento como el protagonista de la película ‘Soy leyenda’. Falta la alegría, la paz, el silencio, el trabajo en la fábrica y los amigos que, lamentablemente, ya no están con nosotros», desliza con tristeza. El conflicto ucraniano permaneció semicongelado y encajonado geográficamente durante años. Ahora la invasión a gran escala se encamina hacia su cuarto invierno. Kramatorsk resistió y está decidida a seguir haciéndolo. Esta metrópolis es el «corazón de Ucrania, porque hasta aquí vinieron personas de todas las partes de país: Leópolis, Járkov, Ternopil…», reflexiona Olga. Las fuerzas de Moscú han arrasado vidas, han desplazado a millones de personas, han convertidos en ruinas ciudades enteras. Pero con todo ese empeño de dominación no han logrado carcomer el espíritu de libertad que habita en los ucranianos.