Publicado: noviembre 3, 2025, 11:23 am
En los últimos días todos los caminos trazan un paisaje común: desde Moscú se exhiben y prueban “superarmas” que desafían las categorías tradicionales (torpedos nucleares autónomos, motores nucleares de crucero, y misiles de alcance indefinido) mientras en Washington la reacción política y mediática acentúa una dinámica de acción-reacción que podría devolver al mundo a una (i)lógica de competición abierta entre potencias nucleares. Alguien lo debería de parar.
Poseidón. El Poseidón ruso ha regresado a la primera plana como el epítome del híbrido entre fábrica de fantasía y programa militar real: un vehículo submarino no tripulado, propulsado por un reactor, concebido para transportar una ojiva nuclear hasta objetivos costeros o agrupaciones navales, operar a gran profundidad y alta velocidad y (según la narrativa oficial rusa) sortear defensas convencionales.
Las cifras de impacto publicadas en Moscú (velocidades entre 60–100 nudos, profundidad operativa ~1.000 m, capacidad de “megatoneladas” que algunas fuentes estiran hasta 100 Mt) alimentan el pavor simbólico. Sin embargo, los analistas recuerdan límites físicos y precedentes soviéticos que matizan tanto la eficacia real como la plausibilidad de efectos tipo “tsunami” capaces de barrer ciudades.
En la práctica. Así, la mayoría concuerda en que Poseidón se describe mejor como una capacidad concebida para el coste político y estratégico: apta para reforzar un “segundo golpe” o para ser utilizada como sistema de intimidación, no necesariamente como arma de uso cotidiano en un conflicto escalado.
Burevestnik y una persistencia. Lo contamos la semana pasada. Junto al torpedo, Rusia ha mostrado el Burevestnik (un misil de crucero con propulsión nuclear que promete alcance esencialmente ilimitado) y otras plataformas que el Kremlin agrupa bajo la etiqueta de “armas invencibles”.
Estas iniciativas obedecen a una lógica de modernización que combina ambición tecnológica, vulnerabilidades industriales (sanciones, problemas de fiabilidad) y puesta en escena mediática: la demostración pública de ensayos no detona cargas, pero anuncia capacidades teóricas y obliga a los adversarios a reagrupar recursos y doctrina. La continuidad con la tradición soviética de estudiar efectos submarinos a gran escala y la experiencia histórica con ensayos muestran que las ideas pueden persistir aun cuando la física y la ingeniería limiten su utilidad real.

La respuesta de Washington. La reacción política en Estados Unidos, personificada por declaraciones presidenciales sobre “recomenzar las pruebas” y la instrucción pública a los departamentos militares, ha sido inmediata (y desordenada). Los anuncios llegan en un momento crítico (con el tratado New START próximo a expirar y con China arrojando incertidumbres sobre su propio crecimiento nuclear) y pueden leerse como mensajes estratégicos, instrumentos de presión y, en ocasiones, como gestos dirigidos al público interno.
Una cosa sin ha quedado clara: la formulación de Trump fue más que ambigua y no queda claro si se refiere a detonaciones nucleares (crítico/no crítico), a mayores pruebas de sistemas de entrega o al incremento de experimentos sub-críticos y simulaciones. Qué duda cabe, esa ambigüedad es peligrosa porque condiciona percepciones y respuestas internacionales sin el andamiaje técnico y legal que una decisión de choque exigiría.

Burevestnik
Como se receta “lo nuclear”. En TWZ varios expertos consultados describen el camino práctico para reanudar detonaciones nucleares: el presidente puede ordenar acciones, pero la ejecución necesita la implicación de agencias concretas (Departamento de Energía, la NNSA y los laboratorios nacionales), autorización presupuestaria del Congreso y una logística centrada en el Nevada National Security Site como único emplazamiento realista para pruebas subterráneas contenidas.
En cualquier caso, los plazos son largos: un “estallido simple” podría organizarse en meses, una prueba instrumentada útil exigiría 18–36 meses y un programa de desarrollo de nuevos diseños tardaría años. Además, el coste sería elevado y provocaría, con mucha probabilidad, réplicas de Rusia, China y otros, reavivando un ciclo de carreras de armamentos que los acuerdos pos-Guerra Fría habían logrado contener tácitamente.

Dimensión técnica. La utilidad técnica de volver a pruebas explosivas para mantener el arsenal nacional es, obviamente, discutida: los laboratorios estadounidenses sostienen que, gracias a simulaciones avanzadas, experimentación subcrítica y vastos datos históricos, la fiabilidad de las cabezas nucleares puede sostenerse sin detonaciones.
Las pruebas servirían, en teoría, para validar nuevos diseños y elevar la confianza sobre prestaciones específicas. En la práctica, reabrirían la puerta a desarrollos que amplifiquen capacidades ofensivas y complejicen el equilibrio del terror, además de generar riesgos ambientales y de proliferación.
El teatro mediático. Plus: no todo es tecnología. Existe un fuerte componente performativo. Putin y el aparato mediático ruso han sabido convertir ensayos, imágenes y declaraciones en una narrativa de poder que incluye sincronías con la cultura popular (series televisivas) para magnificar su impacto psicológico.
En Washington, la comunicación improvisada desde redes sociales tiene un efecto similar pero menos institucionalizado: declaraciones sin clarificar técnica o procedimiento pueden ser interpretadas como voluntad política de ruptura y empujar a los aliados y adversarios a asumir medidas asimétricas.
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Consecuencias geopolíticas. Los costes de una vuelta a las pruebas no se limitan a los presupuestos: se habla de reactivación de la carrera nuclear, de degradación de la confianza internacional, o de la erosión de regímenes normativos (el CTBT y la arquitectura de verificación), además de una probable expansión de arsenales por China y otros actores que hoy no participan en tratados.
A esto se suma el riesgo de que el debate interno estadounidense (polarización política, presiones legislativas y la dinámica de “mostrar” sin hoja de ruta técnica) genere decisiones precipitadas. Peor aún, la normalización mediática de “armas anti-costas” o torpedos “frankenstein” puede facilitar doctrinas de uso que reduzcan el umbral para empleos tácticos de armamento nuclear, una perspectiva especialmente peligrosa.
Incertidumbre. En resumen, las noticias de los últimos días son, más que cualquier otra cosa, una advertencia: estamos asistiendo a la suma de tres procesos (modernización y experimentación tecnológica rusa, politización y teatralidad de la disuasión, y respuestas estadounidenses marcadas por incertidumbre táctica y prisa política) que, juntos, alimentan una peligrosa inercia.
La pregunta ya no es sólo si Poseidón o Burevestnik son plenamente operativos, es si la comunidad internacional, y especialmente las capitales con poder de decisión, recuperarán la prudencia técnica y el rigor diplomático necesarios para contener la escalada.
Imagen | U.S. Space Force, Russian Defense Ministry, Los Alamos National Laboratory
En Xataka | Rusia lanzó la semana pasada su temible misil nuclear Satán II, el «arma invencible» de Putin. Salió regular
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La noticia
Hemos vuelto a una era que creíamos olvidada. La de la amenaza nuclear de EEUU y Rusia lanzando su réplica: Poseidon
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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